domingo, 6 de enero de 2013




Me acerqué un poco a su oído, como para susurrarle y para que los demás no me oyeran, y le dije muy bajito que yo amaba poco y mal. A él se le dibujó en la cara un gesto de interrogación.

“Desde hace algún tiempo - le dije - he venido pensando mucho en el amor y tengo la sensación de que nunca llegaré a amar de una forma desinteresada; amó porque me aman y quiero a aquellos que me quieren porque me quieren, pero soy capaz de dejar de querer”. Arqueó una ceja en señal de duda. “Cuando quieres a alguien… - le dije – Cuando quieres a alguien de verdad, quieres lo mejor para él y eso está por encima de todo. ¿Has amado alguna vez así?”

“Amamos porque nos aman y en el momento en que no somos correspondidos, empezamos a no amar. Eso no es amor”. ¿Es supervivencia?, preguntó él. “El corazón no entiende de supervivencia, si fuese así no amaríamos, pues amar es un riesgo”.

El camarero trajo la cena y me separé un poco de él. Repartidos los platos de acercó un poco a mí y me dijo: Yo creo que sí he amado así. “Dice mucho de ti eso, pero ¿Has amado alguna vez pensando que lo mejor para el otro era que cogieses la puerta y te marchases? ¿Has sido capaz de hacerlo? ¿Has sido capaz de amar en la distancia?” Nos miramos a los ojos y él bajó la mirada. “No te estoy hablando de amar y de quedarte, te estoy hablando de amar en la distancia, sin tocar, sin hablar, sin ver. De amar sabiendo que el otro sigue existiendo y de ser capaz de amar aunque te defrauden, te aparten o te olviden. Yo nunca he sido capaz de amar así y creo que no seré nunca capaz de hacerlo”.

Intentamos unirnos a la conversación que estaba teniendo el resto de la mesa, pero él parecía que estaba pensando en las formas en las que amaba y había amado y, cogiéndome levemente del brazo, me dijo: No había pensado en ello. “Hace poco tiempo, no sé por qué razón, me puse a pensar en el amor y descubrí que, a excepción de mis padres, había dos personas en esta vida que me habían querido de esa forma incondicional y desinteresada de la que te hablo. Me dio pena y vergüenza pensar que había habido ocasiones en las que yo no les había querido así y sentí que su amor hacia a mí era tan puro que me sentí mal por no haberlo descubierto antes”. 
En aquel momento él sacó el móvil del bolsillo y me enseñó un fragmento de un Whatsapp que le habían enviado. Escrito en letras digitales una breve frase con el doble check parecía iluminar toda la pantalla: “El que ama gana siempre”. Diez segundos después la pantalla del móvil se apagó y ambos nos miramos sonriendo a los ojos. Discretamente volvimos a unirnos a la conversación de los demás. La noche no había hecho más que empezar.

 

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