Mucho antes
de empezar a escribir prosa, escribí poesía. Al principio, como todos, supongo,
aprendí copiando a los grandes poetas que leía y el resultado eran largos,
infumables y adolescentes poemas.
Los temas en
la poesía son escasos; el amor, el desamor y, quizás a veces, la muerte. A los
catorce años se sabe poco de muerte, muy poco de amor y, sobre todo, se sabe
mucho de desamor. Así que, en el desamor y en la poesía encontré un filón para recrearme largo
y tendido sobre las idas y venidas de mi corazón. Fue por aquella época, por el
principio, cuando me topé de vez en cuando con algún soneto que me gustaba e
intenté copiar su estructura sin darme cuenta todavía que era la composición
en la que más cómodo me encontraría.
Actualmente
el soneto (composición poética compuesta de dos cuartetos y dos tercetos con
rima consonante) es mi estructura predilecta y sólo con el tiempo he llegado a
comprender por qué.
Yo soy puro
nervio, incapaz de permanecer mucho tiempo centrado en una cosa, por lo que el
soneto me ofrece esa medida justa para no llegar a aburrirme. Es, además, corto
para el lector que también es de agradecer y más en esta sociedad en que nos
encontramos de correr hacia adelante.
Hay días que
pienso un verso o se lo robo a alguien porque me lo envía por whatsapp o se lo
oigo, y de allí sale un cuarteto que hilvano a otro y luego a dos terceros. Me
encuentro cómodo en el soneto; permite, además, ese golpe de efecto final dónde
toda la argumentación que has ido tejiendo desde el principio queda del revés,
y con sentido, en los últimos tres versos, algo que es muy característico en mi
persona y en mi escritura.
¿Por qué
escribir poesía si nadie lo lee? No lo sé, quizás porque me he acostumbrado y
ya pienso a veces así o quizás porque, al contrario de lo que me pasa con la
prosa, la poesía que escribo es una fotografía pura y dura de un sentimiento
que tuve o que tuvo alguien muy cercano a mí. Todos mis poemas tienen un nombre
y un apellido. Todos o, por si acaso, la inmensa mayoría.
Podría decir que no es que me sea fácil empatizar con alguien sino que me resulta muy fácil “vampirizar su sentimiento” y hacerlo mío, pero, si de algo soy consciente, es que soy capaz de captar y conmoverme por el sufrimiento ajeno, quizás porque sufrir sea, como el de cualquiera, uno de mis mayores temores.
Podría decir que no es que me sea fácil empatizar con alguien sino que me resulta muy fácil “vampirizar su sentimiento” y hacerlo mío, pero, si de algo soy consciente, es que soy capaz de captar y conmoverme por el sufrimiento ajeno, quizás porque sufrir sea, como el de cualquiera, uno de mis mayores temores.
¿Sufro al hacer
mío el sentimiento de otro? Sufro igual que una madre que da a luz a su hijo,
pero una vez parido sólo quiero volver a parir otro que me llene igual de gozo
que de dolor.
¿Escribo para
los demás? Escribo porque lo necesito, seguiría escribiendo si no hubiese nadie
al otro lado, pero soy consciente que publico lo que escribo para que se lea.
Soy esa madre que tiene la necesidad de enseñar la foto de su hijo.
¿Los mejores
poemas son de desamor? Sí, porque es el sentimiento más universal que existe.
No todo el mundo ha amado, pero todo el mundo ha sufrido un desamor. Además, el
dolor une más que la alegría; el mundo esta poblado de personas que, como
yo, tienen más posibilidades de morir de envidia que de amor.
Y sí, esta
prosa comienza y acaba con una fotografía.
Tú me juzgas
y ejecutas la sentencia,
Desconociendo
yo de qué me acusas.
Intento
ampararme en mi inocencia,
Pero tú me
dices que eso es una excusa.
No espero en
este juicio benevolencia
Pero espero que,
ya que abusas
De tu poder,
tengas la decencia
De dejarme
aclarar esta situación confusa.
En la
balanza de tu justicia sopeso
Lo que me va
a costar salir ileso,
Lo fría que
es tu espada de acero inerte.
Ya conozco
el veredicto, no hables,
De este
proceso sé que soy culpable,
Pero sólo
soy culpable de quererte.
Profunda reflexión,con un final magistral.
ResponderEliminarBesos