martes, 15 de enero de 2013

El vampiro de sentimientos.




Mucho antes de empezar a escribir prosa, escribí poesía. Al principio, como todos, supongo, aprendí copiando a los grandes poetas que leía y el resultado eran largos, infumables y adolescentes poemas.

Los temas en la poesía son escasos; el amor, el desamor y, quizás a veces, la muerte. A los catorce años se sabe poco de muerte, muy poco de amor y, sobre todo, se sabe mucho de desamor. Así que, en el desamor y en la poesía encontré un filón para recrearme largo y tendido sobre las idas y venidas de mi corazón. Fue por aquella época, por el principio, cuando me topé de vez en cuando con algún soneto que me gustaba e intenté copiar su estructura sin darme cuenta todavía que era la composición en la que más cómodo me encontraría. 
Actualmente el soneto (composición poética compuesta de dos cuartetos y dos tercetos con rima consonante) es mi estructura predilecta y sólo con el tiempo he llegado a comprender por qué. 

Yo soy puro nervio, incapaz de permanecer mucho tiempo centrado en una cosa, por lo que el soneto me ofrece esa medida justa para no llegar a aburrirme. Es, además, corto para el lector que también es de agradecer y más en esta sociedad en que nos encontramos de correr hacia adelante. 
Hay días que pienso un verso o se lo robo a alguien porque me lo envía por whatsapp o se lo oigo, y de allí sale un cuarteto que hilvano a otro y luego a dos terceros. Me encuentro cómodo en el soneto; permite, además, ese golpe de efecto final dónde toda la argumentación que has ido tejiendo desde el principio queda del revés, y con sentido, en los últimos tres versos, algo que es muy característico en mi persona y en mi escritura.

¿Por qué escribir poesía si nadie lo lee? No lo sé, quizás porque me he acostumbrado y ya pienso a veces así o quizás porque, al contrario de lo que me pasa con la prosa, la poesía que escribo es una fotografía pura y dura de un sentimiento que tuve o que tuvo alguien muy cercano a mí. Todos mis poemas tienen un nombre y un apellido. Todos o, por si acaso, la inmensa mayoría.
Podría decir que no es que me sea fácil empatizar con alguien sino que me resulta muy fácil “vampirizar su sentimiento” y hacerlo mío, pero, si de algo soy consciente, es que soy capaz de captar y conmoverme por el sufrimiento ajeno, quizás porque sufrir sea, como el de cualquiera, uno de mis mayores temores.  

¿Sufro al hacer mío el sentimiento de otro? Sufro igual que una madre que da a luz a su hijo, pero una vez parido sólo quiero volver a parir otro que me llene igual de gozo que de dolor.

¿Escribo para los demás? Escribo porque lo necesito, seguiría escribiendo si no hubiese nadie al otro lado, pero soy consciente que publico lo que escribo para que se lea. Soy esa madre que tiene la necesidad de enseñar la foto de su hijo.

¿Los mejores poemas son de desamor? Sí, porque es el sentimiento más universal que existe. No todo el mundo ha amado, pero todo el mundo ha sufrido un desamor. Además, el dolor une más que la alegría; el mundo esta poblado de personas que, como yo, tienen más posibilidades de morir de envidia que de amor. 

Y sí, esta prosa comienza y acaba con una fotografía.


Tú me juzgas y ejecutas la sentencia,
Desconociendo yo de qué me acusas.
Intento ampararme en mi inocencia,
Pero tú me dices que eso es una excusa.

No espero en este juicio benevolencia
Pero espero que, ya que abusas
De tu poder, tengas la decencia
De dejarme aclarar esta situación confusa.

En la balanza de tu justicia sopeso
Lo que me va a costar salir ileso,
Lo fría que es tu espada de acero inerte.

Ya conozco el veredicto, no hables,
De este proceso sé que soy culpable,
Pero sólo soy culpable de quererte.



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