domingo, 31 de marzo de 2013

La casa se llenó de pañuelos de papel.



La casa se llenó de pañuelos de papel; de pequeñas bolitas blancas, esparcidas aquí y allí. A través de la ventana vi como las palomas se posaban sobre los muros del convento de San Agustín y, dentro de casa, los relojes se empeñaban en marcar una hora ya pasada. El silencio lo inundaba todo. El sol lo inundaba todo.
Me desperté a la una y cuarto del mediodía sabiendo que era la una y cuatro. No me dio tiempo a dudar, ni tuve tiempo de titubear pensando si era verdad lo que había pasado. El sueño se esfumó en un segundo y la realidad me inundó como un tsumani, nada más abrir los ojos. Nunca noté tan de cerca la realidad.

A lo lejos se oyó la risa de un niño. No sé si aquello fue una señal de ironía o de esperanza.

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sábado, 30 de marzo de 2013

Feliz cumpleaños.



El día que cumplí 57 años abrí una cerveza y me senté en el sillón a oscuras. Eran las nueve de la noche y la oscuridad inundaba el salón ajeno a todo. Sólo unas pocas luces entraban y salían a través de la gran cristalera de la terraza: Luces que aparecían por la derecha de la ventana y que se arrastraban ahora por el suelo, ahora por la pared, hasta desaparecer a través del ventanal por la parte izquierda.

Di un trago a la cerveza y el frío líquido recorrió el trayecto hacia mi estómago helando todo a su paso. Si hubieras estado allí me hubieras dicho aquello que decías tan a menudo de que las bebidas frías de noche matan a cualquiera, pero aquella noche no estabas. Te habías ido. 

Las luces seguían entrando y saliendo del salón, ajenas a todo y la soledad se paseaba a sus anchas a mi alrededor a golpe de oscuridad y de trago de cerveza. ¿Podría llegar a caer más bajo? Podía, sin duda. Había destruido en un día todo lo que había construido en años y ahora, en la oscuridad de mi ser, la vida se volvía oscura.

Me levanté del sillón y caminé hacia la ventana. Metí la mano en uno de los bolsillos del pantalón y extraje el paquete de tabaco. Algún día debería dejar de fumar, pero aquel día no sería hoy. La llama encendió rápidamente el cigarro y el humo descendió hasta mis pulmones. Me pareció oírte reprocharme fumar, pero tú ya no estabas.

Abrí la puerta corredera del balcón y me acerqué hasta la barandilla. El aire me movía el flequillo a su antojo. Demasiado pelo para tu edad. Abajo la ciudad se extendía a mis pies como miles de luciérnagas inmóviles. Me pregunté cuántas veces yo habría sido una luciérnaga inmóvil para todos ellos.

Volví dentro a por otra cerveza y volví a salir. La ciudad continuaba silenciosa y tranquila. Me pregunté en qué parte de esa ciudad estarías tú. Me pregunté en qué parte de esa ciudad estaría yo. Levantando la cerveza al aire brindé por mi 57 cumpleaños, ni siquiera el aire se atrevió a brindar.

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Fin de la primera parte



Ya está, lo he hecho. He completado la primera de las tres partes. Mi reto es llegar a los noventa y nueve años y hoy cumplo treinta y cuatro. Fin de la primera parte.

Me ha sido muy fácil llegar hasta aquí. Muy fácil y eso que, cuando era más joven, no me gustaba nada cumplir años. Durante unos años la vida me arrastró por su corriente y en un momento concreto decidí ser yo el que caminase y no se arrastrase. Me ayudó a hacerlo aquella frase de Frida Kahlo y Diego Rivera que dice: “VIVA LA VIDA”. Sí, señor, “VIVA LA VIDA”. Sin excepción, en mayúsculas y entre comillas, para celebrar el milagro de vivir y estar vivo. Envejecer hasta aquí ha sido un lujo: físicamente me encuentro bien, incluso cada vez mejor, me atrevería a decir. Y los que me rodean se han encargado de hacerme muy feliz. He conseguido desgranar los entresijos de la vida rodeado de aquellos que han querido desgranarlos conmigo.

Sin embargo, no soy hombre fácil y los que están a mi lado lo saben. Soy rebuscado, poco agradecido, cabezón y de carácter fuerte. No soy fácil de mover en aguas tranquilas, pues siempre navego entre los extremos. Es por eso que estoy tan agradecido a todos aquellos que han caminado o todo o parte de este primer tercio conmigo. Su mérito es haberse mantenido a mi lado y sé que no son muchos porque soy poco milagroso en estos aspectos porque muchas veces fallo y muchas veces falto, pero a veces me propongo obrar el milagro y lo consigo.  Así que gracias, muchas gracias a todos vosotros. De todo corazón.

¡VIVA LA VIDA!

Vuestro siempre,

J.Tello

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martes, 26 de marzo de 2013

Post 2 post (Pilot 1B)*



Querido Ramón:

Perdona que haya tardado tanto en contestarte, pero llevo unos días tratando de hacerme un poco a todo esto de aquí y a veces no me resulta fácil encontrar momento para sentarme a escribirte.

Ya tengo piso, he alquilado uno pequeño en el centro por el que pago poco. La dueña, una viejecita encantadora, me recuerda un poco a ti porque es de esas que se presenta en la puerta de casa cada dos por tres con un pastel y muchas ganas de hablar. Cada tarde sube sobre las tres a tomar el café. ¿Recuerdas que al poco de conocernos tú también aparecías en la puerta de mi casa cada dos por tres sin avisar?

El otro día, no me preguntes cómo, en uno de estos cafés le expliqué como nos conocimos. ¿Lo recuerdas? Fue aquella noche en la que un amigo en común celebró una gran cena de navidad para sesenta personas que apenas se conocían, ¿lo recuerdas? Tú te acercaste a mí y me dijiste que te sonaba mi cara, pero que había tantas redes sociales, que no sabías dónde me habías visto. Me pareció la forma más tonta y faltosa de entrarle a un tío. Me pareciste, siempre lo recordaré, un idiota. Luego la conversación, gracias a dios, giró; pusiste una gracia aquí, un chiste allá y me pareciste simplemente un idiota con gracia. Poco a poco empezamos a quedar y enseguida encontré en ti, no sólo un seguidor de mis textos, sino sobre todo a un amigo.

Creo que nunca lo he hablado cara a cara contigo, pero tú eres uno de los que han hecho que esté aquí, que esté intentando alcanzar mi sueño. Tú y algunos más sois los responsables. Mientras otros pasaban indiferentes ante mis letras, tú siempre estabas ahí, leyéndolas, cuidándolas y destacando lo bueno y lo malo de ellas.  No eres un adulador, ni mucho  menos, eres esa persona que ha sido capaz de captar que es lo importante para mí y preocuparte por ello del mismo modo que yo lo hacía. Sé que soy un poco cabrón diciéndotelo por aquí y sé que cuando lo leas moverás la cabeza de izquierda a derecha sin despeinarte ese tupé engominado que llevas mientras dices que no, pero sabes muy en serio que es que sí. Un poquito de lo que salga de aquí será gracias a ti y a algunos más.

Ya te iré contando, por ahora sólo decirte que en dos semanas empiezo las clases y que te prometo que te tendré bien informado de todo, por carta, tal y como me pediste antes de marchar. Y perdóname que no hable de eso otro que los dos sabemos, pero ahora que todo empieza a ir bien prefiero no recordar. Bastante he tenido que cargar ya con la melancolía y el recuerdo durante estas tres últimas semanas que me han pesado mucho más que las maletas que traje conmigo.

Ah! Hablando de maletas… Tengo que decirte algo que sé que no te gustará: Se me rompió una maleta nada más bajarme del avión, espero que me lo perdones. Sé lo caras que son y te prometo que en cuanto pueda te compraré tres y las enviaré, que sé lo mucho que las necesitas, pero, y sólo con ánimo de quitarle algo de hierro al asunto, el hecho de que se me rompiera una maleta me ha dado pie a pensar que uno de los capítulos del libro se llamará: “Recogida de defectos personales”. Sé que quizás no te compensará, pero en cierta manera es gracias a ti, así que no te enfades demasiado, ¿vale?

Y por si te lo preguntas, he comenzado a escribir ya el primer capítulo del libro y te paso lo poquito que tengo a continuación:

“Era jueves. Apagué el móvil y lo dejé sobre la mesita de noche como le había prometido a Lucía. Aquel iba a ser un fin de semana largo sólo para nosotros dos. Llevábamos mucho tiempo planeándolo y Roma, la ciudad eterna, nos esperaba”.

Sé que no es mucho, pero sé que te hará tanta ilusión leerlo como a mí escribirlo. Lo sé.


Un abrazo,

J.Tello

Pd. Y actualiza más tu blog, que me gusta ir leyéndote sin que te enteres.

Besos


* Ramón Capote es el autor de http://pasivasygolosas.blogspot.com.es , blog donde podéis leer la carta que motivó mi texto y que sirve de arranque para esta nueva sección llamada “Post 2 post”.




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jueves, 21 de marzo de 2013

Tú eres maricón II



Aquella vez follamos en los lavabos. Fue algo rápido, furtivo, fugaz. Mientras me embestía por detrás, vi reflejado en el espejo que llevaba al cuello aquella cadena de oro con un cristo crucificado que me era tan familiar, pero mejor empecemos por el principio.

Al poco de llegar a la gran ciudad comencé a trabajar de camillero en un hospital. No tenía ni idea de sanidad, pero no había mucha gente dispuesta a trabajar en el turno de noche. El trabajo no era nada del otro mundo: llevar a un par de pacientes de aquí hacía allá, tomar café con las enfermeras y jugar a cartas con algún médico para pasar la noche.

Nunca dije en mi trabajo que era gay, o maricón, como me habían venido diciendo todos hasta aquel entonces. Podría excusarme diciendo que a nadie le importaba con quien me metía en la cama, pero la verdad es que si a nadie le hubiese importado lo hubiese podido decir con total tranquilidad. En lugar de eso, cuando se hablaba de mujeres, de novias o de sexo, yo me movía por esa fina línea que abarca la ambigüedad, deseando que la conversación cambiase pronto de rumbo. Y, ni que decir tiene, que cuando el tema de la homosexualidad salía a la palestra, ya no sabía bajo que piedra esconderme y una sonrisa, o una risa tan corta como forzada era mi única contestación.

Nunca pensé que, tras años siendo para todos el maricón del pueblo, me vería a mí mismo intentado pasar desapercibido entre la gran marea gris de gente, intentado formar parte de algo en donde, a lo mejor, no me querían a mí.

Fuera del hospital, todo era otra historia: compartía piso con tres chicos más que, entre ellos y sus amigos, se ocupaban de cubrir todos los estereotipos gais habidos y por haber. El mariconeo estaba tan a la orden del día en el piso, que contrastaba llamativamente que en casa fuese de una manera y en el trabajo de otra. Tal era el contraste, que a veces me sorprendía a mí mismo siendo la cara y la cruz de la misma moneda.

Para ganarme un dinero extra, comencé también a trabajar en un bar de ambiente sirviendo copas. Me hacía gracia recordar mis principios de camarero en el bar de Mariló y descubrir que los problemas que tenían mis clientes en aquel pequeño bar de ambiente de pueblo, y los que tenían los del bar gay de la gran ciudad eran exactamente los mismos: el amor, el desamor y la soledad.

Yo también me sentí sólo a veces, cómo no sentirlo. No me había tratado mal aquella gran ciudad, pero a veces tenía esa sensación de que todo seguiría girando a mí alrededor sin importar demasiado si yo estuviese o no: Hubiesen contratado a otro en el Hospital, mis compañeros de piso se hubiesen reído con otro, en el bar los clientes se hubiesen confesado ante otro… A veces, envuelto en la masa de gente que iba camino a ningún lugar, me paraba en mitad de la calle y observaba como los demás transeúntes se movían rápidos esquivándome para no chocar conmigo. Podría decir que aquella era la perfecta metáfora de la gran ciudad: miles de personas a tu alrededor luchando por no tocarte y esquivarte, pero la verdad es que un día sucedió lo que no sabía que iba a pasar: él chocó conmigo. El tiempo se detuvo un segundo en la gran ciudad y en todo el mundo.

Se llamaba Marcos, era alto, guapo, fuerte y muy divertido. Por su belleza podría ir de creído, pero al contrario de eso, tenía tal punto de humanidad que te dejaba helado. Es difícil de explicar, pero imagínate que un dios griego te hablase y te cogiese aprecio y tú sólo te preguntases por qué a mí, por qué a mí. Pues eso es lo que yo sentí. Quizás sea porque soy de esos que piensan que si hubiese nacido más guapo, la vida me hubiese tratado de otro modo y yo hubiese tratado a la vida también de otra manera, pero él estaba muy por encima de eso, no se trataba de estar bueno o no. En él, su belleza era tal que simplemente impresionaba que pudiese hablar contigo. Nos caímos bien, demasiado bien, a pesar de su excesiva belleza de dios griego y de su novio.

Así es el amor, un capricho que muchas veces no llega a cumplirse, que muchas veces muta a deseo, de ahí a recuerdo y luego a nostalgia. Marcos fue para mí, durante mucho tiempo, el amor hecho persona. Era algo por encima de su físico, era su personalidad; esa sensación que tan pocas veces tienes en la vida de que te están tratando tan bien que no quieres nunca alejarte de esa persona. Esa sensación que tienes de que te están tratando tan bien que nunca serás capaz de devolver todo ese amor.

Hay gente que te llega muy dentro y Marcos a mi llegó tanto, que me sorprendí a mí mismo hablando por las noches en el hospital de un amigo que tenía y que me decía tal cosa o con el que me iba aquí o allá. No me hubiese sorprendido hacerlo en el bar de ambiente donde trabajaba de camarero, pero hacerlo en el hospital me supuso, en cierta manera, notar que estaba abriéndome un poco, no sé si a ellos o quizás a mí.

Una noche en el hospital, las enfermeras de la tercera planta me pidieron que les ayudase a mover a un paciente que estaba casi terminal. No le había visto nunca, pero al girarle me llamó la atención una cadena de oro que llevaba al cuello igual a una que tenía mi padre. Debí quedarme demasiado tiempo embobado mirando porque el hijo, un chico aproximadamente de mi edad, estaba sentado en una de las butacas de la habitación y no me quitaba el ojo de encima. “Mi padre tiene una igual”, le dije como excusándome por haberle mirado tan insistentemente. Él simplemente sonrió con chulería.

Dos horas después, cuando subía de urgencias de fumarme un cigarro, me lo volví a encontrar cara a cara al salir del ascensor y volvió a sonreírme con chulería. Y yo, ni corto ni perezoso, solté de golpe la consabida frase de “tú eres maricón” sin saber que aquellas tres palabras me abrirían en esta ocasión su boca y su bragueta.

Aquella vez follamos en los lavabos. Fue algo rápido, furtivo, fugaz. Mientras me embestía por detrás vi reflejado en el espejo que llevaba al cuello aquella cadena de oro con un cristo crucificado que me era tan familiar. Sólo al salir de aquel lavabo supimos que el padre de Marcos había muerto mientras follábamos.

Tiempo después yo descubriría que mi padre también murió aquella misma noche.

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martes, 19 de marzo de 2013

Hoy todo...




Hoy todo... Hoy todo puede esperar 
Cierra el periódico y dame un beso 
Y saldremos en la sección de sucesos 
Como los locos que se besaron sin parar.

Hablarán de nosotros en la prensa internacional, 
Pero tú y yo no tendremos más titular ni exceso 
Que un Aries o un Capricornio de esos 
A los que auguran siempre un buen final.

Quizás prevean más lluvias por el norte, 
Pero tú y yo nos saltaremos la sección de deportes 
Y haremos juntos el crucigrama

Buscando, en horizontal cuatro letras:
Sentimiento que tiene la receta 
De rehacer el corazón y deshacer la cama

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Según mi madre el amor es como el alambre...



Según mi madre el amor es como el alambre que ponen para cerrar las bolsas de pan de molde: algo muy pequeño y frágil que es capaz de conservar lo importante en muy buen estado. Si le das demasiadas vueltas, se rompe; si lo dejas demasiado suelto, se estropea lo de dentro. Para algunos, según mi madre, es muy fácil perder ese alambre por lo que acaban sustituyéndolo por un nudo que aprieta y estrangula hasta que seca lo que hay dentro. Muchos lo echan de menos sólo cuando no lo encuentran. Otros, sin embargo, son capaces de conservarlo hasta el final, consiguiendo que su amor se mantenga siempre en buen estado. 
A veces creo que tú eres como el alambre que ponen para cerrar el pan de molde; algo muy pequeño y frágil que cualquier día, sin darme cuenta, perderé.  

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lunes, 18 de marzo de 2013

Churros con Chocolate.




Tras la resaca del chocolate, la rutina. 
Ayer todo eran pelucas y tacones 
Y hoy los adorables maricones 
Vuelven a su horario de oficina.

En el recuerdo no huele a naftalina, 
Se airearon los cd's y los pelucones. 
Quién le iba a decir a Zeus, qué cojones, 
Que Apolo entendería de purpurina.

El ambiente - con redundancia -
Fue bien distendido y pocas rancias
Había con cara de aquí me aburro.

Servidor piensa volver de cabeza 
Eso sí, la próxima vez menos cerveza 
Y mucho más chocolate con churros.

(Y Bendita compañía
La de tus amigas y las mías).

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sábado, 16 de marzo de 2013

Cuentakilómetros.



Desde hace algunos meses el cuentakilómetros de mi coche no funciona. Vaya a la velocidad que vaya, la aguja del cuentakilómetros siempre marca cero, por eso a veces tengo la sensación de que voy mucho más rápido de lo que debería y otras veces tengo la sensación de que estoy yendo demasiado lento. Con las relaciones personales me pasa un poco lo mismo, a veces me da la sensación de que con fulano acelero hasta pasarme y otras veces tengo la sensación de que con mengano no estoy llegando. Supongo que en esto, como en el coche, las referencias que utilizo son la prisa que tenga, el interés por llegar o lo rápido que pasan los de al lado.

Alguno podría decir que lo importante en esto es disfrutar del viaje, pero no nos engañemos, yo no soy de esos que van disfrutando mirando el paisaje. Yo soy de esos que los que lo que verdaderamente les importa es llegar al destino. Para viajar, amigos, ya tengo la imaginación y con esta, como sabéis, tampoco suelo pisar mucho el freno.

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viernes, 15 de marzo de 2013

Receta para un Gintonic Rosa (Pink Gin).



Hay una receta que dice que para hacer el cóctel más antiguo de la historia, el Pink Gin, hace falta 50 ml de Plymouth Navy Strength, 3 gotas de Angostura Bitters, tónica o agua y lima, siendo esta última opcional.

Para prepararlo hay que poner sobre la copa escogida, preferiblemente balón o vaso alto ancho,  cuatro o cinco porciones de hielo, a continuación servir el Plymouth Navy Strength,  añadir el agua o la tónica muy suavemente para que no rompa la burbuja y, por último, el toque de Angostura Bitters (con tres gotas estará listo) .

La receta añade que, para que el coctel sea perfecto, se debe degustar siempre en compañía de diez o más personas y que, inevitablemente, una de ellas morirá antes de acabarse el gintonic.  

Aquella noche, Norman, el camarero, había preparado diez Pink Gin para la sala número siete. Sólo le habían pedido nueve, pero Matthew, el jovencito y bello camarero que apenas llevaba dos meses trabajando allí, había derramado uno sin querer, así que Norman tuvo que preparar otro más. La receta no decía nada de si, como en este caso, pasaba “algo” por preparar uno de más si, al fin y al cabo, nadie se lo bebía o si, por ejemplo, pasaba “algo” si era la misma persona la que se bebía los diez. Y Norman, que conocía a la perfección la receta con todos sus consecuencias, pensó que era muy difícil que un décimo Pink Gin se sirviera aquella noche a escasos cinco minutos del cierre.

Cuando ella bajó las escaleras de la sala número siete hasta el bar, Norman supo que el amor tenía la forma de aquella joven mujer. Lo supo él y lo supo el medio bar que la vio contonearse hasta la barra moviendo sus caderas de forma tan sugerente que parecían dos cubitos de hielo entrechocando en una copa. Llegaba un vestido rojo de generoso escote y una vez que se hubo sentado en uno de los taburetes de la barra se inclinó ligeramente hacía delante cerrando un poco los brazos y con voz sugerente le dijo a Norman: “Un Pink Gin, por favor”.

Hasta la música de jazz que salía por los altavoces pareció enmudecer, pero Norman preparó la bebida según dicta la receta: en un vaso alto ancho puso cuatro porciones de hielo, a continuación sirvió el Plymouth Navy Strength, añadió la tónica muy suavemente para que no rompiera la burbuja y, por último, le puso las tres gotas de Angostura Bitters. “Póngale un toque de lima, por favor”, dijo ella. Y Norman acabó el décimo Pink Gin con aquel toque de lima y con un joven y bello cadáver. 

Matthew apareció muerto en los lavabos de la sala número siete y Norman se repitió a sí mismo aquello que sólo dan cuarenta años de experiencia como camarero: “Nunca bebas mientras trabajas”. Al cerrar el local Norman preparó dos Pink Gin más, quizás la receta dijese que lo ideal era tomarlo en compañía de diez personas y quizás no se equivocaba: aquella rubia valía por nueve. 


Ingredientes para preparar un Pink Gin:

50 ml de Plymouth Navy Strength.
3 gotas de Angostura Bitters.
Tónica o agua.
Lima (opcional).
Cuatro o cinco porciones de hielo


Preparación y recomendaciones al servir:
Tomar con diez o más personas, uno de ellos fallecerá.




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jueves, 14 de marzo de 2013

Amigas y blogueras




I.

Vive en el centro del extrarradio de mi razón
Querellándose contra los que querellan mis vicios.
Le Whatsappeo cuando me lo pide el corazón
Y me responde como mi abogado de oficio.

Por mucho que a veces orille mi sinrazón,
Nunca consigue, ni de lejos, sacarme de quicio.
Mi ego, mis musas y mi indignación
Saben que con su labia tengo ganado el juicio.

Me lo puso, por sorpresa, la vida por delante un día
Y, cuando luego nos juntamos en calle melancolía,
Supe que en él tendría quien limara mis barrotes.

A veces resultamos faltosos, pero ¿Qué quieres que te diga?
Lo importante es darles un estoque a las amigas
Cuando las cornadas les pillan con un triste capote.



II.

Es tan faltoso que resulta irreverente,
Un gafapasta de esos sin lentillas,
Dispuesto siempre a poner la coletilla
Donde otros no se atreven a hincar diente.

Lo suyo es tan callar pegando voces
Que una noche, en plan cotilla,
Me convertí en su peor pesadilla
Diciéndole: "¿Tú a mí no me conoces?"

Ahora se ha convertido en bloguera
Y yo, que sé que es escribir sin que te lean,
Le apoyo porque apoyo estas cosas.

Y, aunque dudo que sea capaz de unir dos letras,
Estoy seguro que es capaz de escribir etra
Al revés en su "pasivas y golosas".


http://pasivasygolosas.blogspot.com.es


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miércoles, 13 de marzo de 2013

El espejo.



Hay un vecino en mi calle que siempre que me ve me saluda. No hemos hablado nunca, sólo en un par de ocasiones hemos intercambiado un fugaz “hola” o “adiós”. No tenemos más relación que ésa y que algún golpe de cabeza al aire o algún saludo levantando la mano cuando el encuentro es tan lejano que no se puede hablar y tan cercano que no puede esquivarse metiendo la cabeza en el móvil. La verdad es que le saludo sólo porque él siempre me saluda a mí, pero no me importaría dejar de hacerlo en cualquier momento.

No es la primera persona con la que me pasa, no. A lo largo de mi vida mucha gente se ha acercado a mí simplemente para conocerme. Debo desprender algo, un no sé qué, que atrae a la gente hacia a mí. No es el primero, ya lo he dicho, tampoco será el último. Todos empiezan con un “hola” o una sonrisa en la calle y continúan acercándose a mí, poquito a poco, hasta llegar a esa proximidad que buscan y que, muchos de ellos, incluso ansían.

Tengo una amiga que dice que la gente se acerca a mí por mi atractivo físico; la gente busca a gente guapa para rodearse de ella porque la belleza es como un bálsamo que reblandece la dureza de la realidad. A veces pienso que puede ser eso y me sabe mal. ¿Sólo soy una cara bonita? ¿No despierto más interés que solamente mi físico?

A veces he utilizado mi belleza como el arma que es, para sacarles a los demás aquello que no me querían dar, que no se atrevían a darme, pero nunca con mala intención, nunca con frivolidad. De ahí a que se me acerquen sólo por eso… Soy algo más, soy alguien más.

A veces pienso que lo que les atrae de mí es mi capacidad para prestarles atención; la gente quiere contar su historia y yo les quiero escuchar. Se dan cuenta que detrás de esta cara, de este cuerpo, hay una persona que sabe empatizar.

¿Una cualidad de mí? ¿Mi físico? Desde luego que no. Mi cara se la debo a mis padres, nada más. No hay nada en ella que me haga merecer nada. No me costó trabajo, no me costó sudor, no me costó nada. Mi cuerpo me lo he hecho a medida yo. ¿Tiene mérito? No lo sé. Si yo lo conseguí cualquier otro puede hacer lo mismo si le pone la misma dedicación, tampoco es algo excesivo con lo que alardear. Podría tener ahora una apendicitis y en dos meses ni yo me reconocería en el espejo. Fue difícil de conseguir, pero eso no significa que no sea muy fácil de perder.

¿Una cualidad? Mi personalidad es una cualidad, mis actos son el espejo en el que reflejo mi personalidad. Si alguien quiere admirarme que sea por eso, es lo único por lo que lucho de verdad. Eso y esta capacidad para empatizar. Esa capacidad de dejarme embaucar por la historia del otro, por dejarme llevar a su terreno, por sentir esa otra personalidad.

La belleza es efímera.

A veces siento soledad. A veces soy yo quien, acabada la fiesta, me desmaquillo en el espejo y descubro que tras de mi sólo está el vacío de la soledad. Las luces se empezaron a apagar y todos marcharon. En mi cabeza resuenan los ecos de sus risas, ya lejanas para mí, ya  ajenas para mí.

“Soy sólo una chica normal, soy sólo una chica normal”, me repito frente al espejo y la realidad me escupe un cuarto vacío y unos ojos que se miran a sí mismos temiendo no tener a quien mirar.

Hay un vecino en mi calle que siempre que me ve me saluda. No hemos hablado nunca, sólo en un par de ocasiones hemos intercambiado un fugaz “hola” o “adiós”. No tenemos más relación que ésa y que algún golpe de cabeza al aire o algún saludo levantando la mano cuando el encuentro es tan lejano que no se puede hablar y tan cercano que no puede esquivarse metiendo la cabeza en el móvil. La verdad es que le saludo sólo porque él siempre me saluda a mí, pero no me importaría dejar de hacerlo en cualquier momento, antes de que lleguemos a conocernos más y un día cualquiera se canse de saludarme.

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martes, 12 de marzo de 2013

Mi madre siempre le tuvo muchísima manía a las hormigas.




Mi madre siempre le tuvo muchísima manía a las hormigas. Quizás fuese solamente porque vivíamos en una casa en el campo y eso hacía que estuviésemos rodeado de ellas continuamente o quizás fuese porque mi padre, que era fumigador, se enamoró de una de sus clientas, la señora Klien, una vez que fue a combatir a su casa una plaga de hormigas.

Cualquiera podría pensar que, siendo mi padre fumigador, lo más normal es que no hubiésemos tenido insectos en casa, pero la verdad era que mi padre era tan tacaño que nunca quiso gastar los productos en casa pues decía que perdía dinero. A veces, muy de tanto en tanto, cuando mi madre se cansaba y le gritaba que aquello no podía ser, mi padre rociaba la casa con los restos de algún desinfectante que le había sobrado de la fumigación de alguna casa pequeña mientras refunfuñaba diciendo que, en una casa tan grande, aquello era tirar el dinero. De esta manera durante unos días, las hormigas desaparecían de casa, pero después volvían a aparecer.

No tardó mucho mi padre en abandonar a mi madre e irse con la señora Klien. Un día de verano, cuando el sol más quemaba, el ambiente era casi irrespirable y las hormigas estaban más revueltas que nunca, mi padre se presentó en casa antes de la hora de la comida y le dijo a mi madre, delante de mí y de mis hermanos, que se iba. La sartén con el beicon que mi madre estaba haciendo voló por toda la cocina hasta estrellarse contra la puerta de entrada del patio. Aquello fue un drama. Media hora después, cuando mi padre ya se había marchado y mi madre lloraba de rabia en su cama, recogí la sartén del suelo y el beicon había desaparecido. Las hormigas, como a mi padre, se lo habían llevado.

Con el tiempo mi madre descubrió que la señora Klien tenía una casa más grande que la nuestra y sin hormigas. Las vecinas del pueblo le contaban que a mi padre se le podía ver, día sí, día también, fumigando el patio de la casa de la señora Klien desafiando a aquello de “En casa del herrero…”. Como venganza, supongo, mi madre cubrió todo el jardín con sal y despareció todo, incluso las hormigas. 

Un día mi padre volvió a casa. No se trataba de la vuelta de una persona arrepentida que quería volver a tener contacto con su familia, no. Se trataba de una persona enferma que volvía al único sitio que le quedaba una vez que la señora Klien le echó de casa. Mi madre le cuidó y, valga la redundancia, fue preparando el terreno, pues alternó los cuidados a mi padre con cambiar toda la tierra del patio y volver a replantarlo. Las hormigas, como mi padre, también volvieron.

Cuando mi padre murió, la casa ya llevaba meses en los que era otra vez imposible dejar nada de comida fuera de la nevera porque las hormigas se encargaban de devorarlo.

Mi madre quiso que enterrásemos a mi padre en el patio y nos lo hizo saber de tal manera que supimos a lo que nos teníamos que atener si decíamos que no. Durante todo el tiempo que estuvo cuidando de él lo había estado tramando, silenciosamente, poquito a poco. Desmigajando su plan como una pequeña hormiga que, incapaz de llevarse todo el trozo entero de pan, lo va cortando en trocitos más pequeños y llevaderos.

Ella quería que se lo comiesen las hormigas y seguramente así lo hicieron porque tras enterrar a mi padre en el patio nunca más volvimos a ver ninguna. Desde aquel día ni siquiera sacan la tierra cuando va a llover.

Ahora entenderás que, con una familia así, yo haya salido como he salido.

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domingo, 10 de marzo de 2013

El olvido (de dios).



Llevaba toda la noche durmiendo mal. Él no paraba de despertarse y hacer ruido y ella ya no sabía qué hacer con él. Por la ventana semiabierta entraba la luz de la calle, pero la cama de él quedaba en la oscuridad así que cuando sintió que se intentaba levantar de la cama, se incorporó y estiró la mano hasta la mesita de noche para encender la luz. Se sentó en la cama y, tras ponerse las gafas, pudo ver que él seguía tumbado sobre su cama en la otra punta de la habitación, sintió un gran cansancio en su cuerpo.

Se levantó como pudo y, cogiendo un pañal del armario, se acercó hacia él. Un arañazo le cruzó la cara y la sangre le comenzó a brotar lentamente por una de las mejillas. Instintivamente se llevó la mano a la herida. La noche no era lo suficientemente fría como para que no sintiese el calor de la herida en la mejilla así que ésta le ardió mientras los ojos se le empezaban a empañar. “Con lo dulce que es Marga con él – pensó – y que ya no se deje cortar las uñas por ella…”

La verdad es que cada vez se estaba volviendo más violento. Muy atrás quedaban aquellos días en los que ninguno de los dos daba importancia a los primeros pequeños despistes. Lo que había comenzado restándosele importancia había acabado convirtiéndose en lo más importantes para ellos.

Ya no existían aquellos días en los que sólo tenía alguna que otra pequeña pérdida de memoria, ya no.  De olvidar las llaves, pasó a olvidar que se había dejado el coche en marcha y de allí, pasó a olvidar la dirección de casa. Ahora, mientras ella seguía con la mano en la mejilla, él estaba tumbado en aquella pequeña cama que habían tenido que comprar cuando las patadas y los manotazos se hicieron insoportables.

Ella intentó no parpadear para que las lágrimas no se le derramasen, intentando ahogar los hipidos de llanto en la garganta para que él no la viese así. A veces le daba la sensación que aquel hombre ya no era su marido. Tenía su misma cara, su mismo cuerpo, sus mismas manos, pero era tan y tan diferente que parecía que no era él.

Intentó cambiarle el pañal mientras él le cogía las manos dificultándole más aun la labor. No era fácil mover sola a un hombre tan grande.    

Las lágrimas le rodaron mejillas abajo cuando se sorprendió a sí misma pidiéndole a dios que acabase pronto con aquello. No era la primera vez que lo hacía. Llevaba más de siete años cuidándole día y noche y cada vez le resultaba más duro y más difícil. La asistenta social le había puesto hace casi un año en lista de espera para una residencia y aunque sus hijos habían intentado mirar un centro privado, la economía familiar no estaba tan bien como para eso.

Al fin y al cabo, tampoco se trataba de eso. No se trataba de que lo cuidasen otros, no. Se trataba de la necesidad de alargar aquella vida. ¿A qué jugaba dios?

Ella, arrodillada a los pies de la cama, aquella noche recordó cuando  encontró hace años a su pequeño hijo Daniel jugando en el patio trasero de la casa con una lupa. El pequeño utilizaba los rayos de sol que pasaban por la lupa para proyectarlos sobre una de las cientos de hormigas que entraban y salían del hormiguero. La elegida nunca tenía posibilidad de vivir, por mucho que corriese, el rayo de luz la perseguía hasta que caía fulminada. Aquel día tuvo la sensación de que dios también mataba así; de forma caprichosa y sin razón, eligiendo al azar. Condenándoles a todos.

Arrodillada aún al lado de él, ella se tapó la cara con las manos y se secó las lágrimas. Apoyándose en la cama intentó levantarse sin que la rodilla derecha le doliese, pero no lo consiguió. Sentada en la cama se dio una pequeña friega con la mano en la rodilla y se tumbó de lado en la cama mirando hacia él. Alargó la mano y apagó la luz.

Toda la habitación volvió a quedar en penumbra excepto la cama de él, que estaba alumbrada por una de las farolas de la calle. A ella le pareció extraño, ya que su cama estaba colocada justamente en aquel rincón para que ninguna luz le incidiese y le molestase. Pensó por un momento en las hormigas del jardín y una lágrima rodó mejilla abajo hasta la almohada. Se dio la vuelta y apretó fuerte los ojos. El resto de la noche pudo dormir.

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miércoles, 6 de marzo de 2013

Antes, cuando fumaba...




Antes, cuando fumaba, salía al balcón y sentado en el suelo jugaba a exhalar el humo del cigarro. Ahora, que ya no fumo, me siento en el suelo del balcón y juego con tu nombre en mi boca. Allí, sentado, alargo las vocales de tu nombre poniendo la boca redonda y hago sonoras tus consonantes, como si tu nombre se me escapase entre los labios. Una y otra vez, una y otra vez, soltando tu nombre en el aire, dejando que desaparezca en el cielo como el humo de un cigarro. 
Luego, cierro los ojos y saboreo el gusto que tu nombre me deja en la boca. Y después de tres años sin encender un cigarro me entran unas terribles ganas de fumar y de ti.

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No quiero y quiero querer.




I.No quiero.

Con esta facilidad yo te desquiero
Sabiendo que no llegué a quererte. 
Fue un segundo lo que quise tenerte 
Y ni siquiera fue un querer sincero.

Otros, antes que tú, mis "te quiero"
Escucharon antes de yo a ti conocerte
Y ahora, que empiezo a desquererte,
Sé que se lo diré a otros terceros.

En este desquererte me conozco
Y sé que otros, lo reconozco, 
Quieren querer la vida entera. 

Yo quiero sólo querer de este modo
Porque así puedo desquerer a todos
Y querer, de esa forma, a mi manera.


II.Quiero.

Cuántas veces quise sin haber amado
Y cuántas veces amé sin haber querido.
Luego te hallé y encontré el sentido
A tantos te quieros pronunciados.

Ante ti me sentí por fin enamorado;
Noté el pulso en el corazón embravecido.
Tan diferente me sentí a lo vivido
Que supe que no estaba equivocado.

Fue entonces cuando comprendí
La farsa que había sentido sin ti.
¿Cómo pude haber sido tan parco?

¿Cómo me equivoqué tanto en el amar?
¿Cómo pude pensar que miraba el mar
Cuando en verdad sólo miraba un charco?

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El rey del futbolín.




Nos encontramos la otra noche en un bar;
Yo había salido a cenar con unos del trabajo,
A él parece que el destino le había tratado mal
Y había salido a buscarle a la vida un atajo.

No le había vuelto a ver desde aquel último día en el instituto
En que le vi, por última vez, bebiendo cerveza, fumando un canuto.

Me invitó a tomar un trago y a explicarle lo que hago…
Cómo me iba en la vida…
Y mientras le hablaba me fijé
En que me miraba con la mirada perdida.
Él me explico que se había separado
Porque había probado
Que no servía para amoríos.
Me dijo: “Ríete si quieres,
Descubrí que no me van las mujeres,
Que me ponen los tíos”.

A mi cabeza vino el recuerdo de aquel día
En el que demostró su hombría
Dándome un puñetazo.
La chica que a mí, por aquel entonces, me molaba,
Mientras yo me desangraba,
Con él se fue del brazo.

Le conocían en los billares
Por sus malabares con un botellín,
Si hacía falta remataba de cabeza.
Todos sabían que era un pieza,
El rey del futbolín.

Recordé al eterno machito,
Al pequeño hombrecito
Por el que todas suspiraban su nombre.
No me cayó un mito
Sino que le dije: “Nenito,
A mí también me ponen los hombres”.

Entre risas y risas de alcohol
Exprimimos a recuerdos el corazón
Sacándole todo el zumo.
No sé cuántas veces llegué a decir:
“Ésta por ti y por mí”
 Y “Gracias, pero ya no fumo”.

Y en aquel carrusel del pasado  
No dejó de ser recordado
Ni el despacho del director guarrete,
Ni las tetas de la chica mala de la clase,
Ni las frases que poblaban la puerta del retrete.

Aquella noche nos abandonamos al alcohol
Y entonamos la canción de los buenos borrachos
Y brindamos por la vida y el placer
Y recordamos que una vez
Fuimos solamente unos muchachos.

Cogiéndole del cuello se le dibujo una sonrisa en los mofletes
Cuando le dije: “Mira hacía allí”.
Y entre risas y alcohol, cero a siete
Gané al rey del futbolín.

Recuerdo que cuando nos echaron del bar
Me invitó a tomar
La última en su casa
Y, aún en el portal, él estaba tan mal
Que insistía; “Pasa, pasa”,
Me despedí de él.
Le dije: “Un placer, tengo tu número, si te parece te llamo”
Y me dijo: “Llámame, te quiero volver a ver,
A ver cuando quedamos”.

Cansado de que el teléfono sonase sin contestar
Me presenté en el bar un día, después del trabajo,
Y allí me explicaron que a él la vida le había tratado tan mal
Que había salido a buscarle a la muerte un atajo.

Aquella noche nos abandonamos al alcohol
Y entonamos la canción de los buenos borrachos
Y brindamos por la vida y el placer
Y recordamos que una vez
Fuimos solamente unos muchachos.

Cogiéndole del cuello se le dibujo una sonrisa en los mofletes
Cuando le dije: “Mira hacía allí”.
Y entre risas y alcohol, cero a siete
Dejé que me ganara el rey del futbolín.

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domingo, 3 de marzo de 2013

Tú eres maricón




"Tú eres maricón", sentenció uno de mis tíos cuando yo tenía sólo siete años y aún no sabía ni qué significaba aquello. Tardé tiempo en aprender lo que significaba, pero no lo olvidé jamás, ya que, no en vano, se encargaron de repetírmelo una y otra vez los compañeros de clase, los vecinos del barrio y algún que otro familiar durante toda mi infancia.

Fue a los doce años cuando yo descubrí que era gay, algo que por aquel entonces ya todo el mundo daba por hecho y, aunque mi padre había tenido todo este tiempo para asumirlo, se sorprendió cuando un día me pilló encerrado en mi habitación jugando a algo que no debía con uno de mis amigos. Me dio tal hostia en toda la cara que nunca la olvidaré. Una hostia que todavía hoy resuena en mi cabeza y que, tiempo después, supe que marcaba el inicio de aquella profética afirmación que hizo a mis siete años uno de mis tíos: "Tú eres maricón".

Nací en un pequeño pueblo, muy pequeño. Se puede decir que era tan pequeño que yo era el único de mi edad que tenía mis mismas tendencias sexuales, pero lo suficientemente grande como para que, diez años antes, otro como yo hubiese llevado el título de maricón sobre sus espaldas.
Es difícil crecer en un sitio donde eres el único raro, porque, aunque eres normal, los demás se encargan de mirarte, hablarte o susurrar con esa mirada en los ojos en la que siempre ves incomprensión, asco o pena a partes tan desiguales como dolorosas.

A los dieciocho, recién estrenado el carné de conducir, pisé mi primer bar de ambiente. Llevaba años deseando recorrer los ochenta kilómetros que separaban mis sueños de mi realidad. Años imaginando el momento, la felicidad... Fue aquella noche cuando descubrí que la vida era como cuando era pequeño y mezclaba todos los trozos de plastilina que tenía; una vez hecho aquello te dabas cuenta que era imposible volver atrás y separar los trozos.

Aquella noche volví a casa como una persona distinta, y no porque hubiese perdido mi virginidad en los lavabos de aquel bar con un hombre que me doblaba la edad y la urgencia, sino porque al igual que la bola de plastilina, ya no había marcha atrás.

Volví muchas veces más a aquel bar. Mariló, la camarera y dueña del bar, se acabó convirtiendo en mi más íntima confidente y, por qué no decirlo, en mi mejor amiga. Aquella mujer supo cosas de mí que ni mis padres llegaron nunca a saber y aunque aquello me hacía sentir bien por tener a alguien con quien poder hablar, también me daba un poco de pena que alguien tan cercano a mí como mis padres, estuviesen tan ajenos y alejados de mí y aquella mujer, con la que no tenía ningún parentesco, fuese mi único oasis en mitad del peor de mis desiertos.

Cuando yo tenía diecinueve años, mi madre murió. Nunca hablamos de mí, nunca. Y se fue sin darme la posibilidad de hacerlo y sin tener la posibilidad de que me conociese. Cuando ella murió, mi padre me dijo en voz alta lo que tantos años llevaba gritando en silencio: "Ahí está la puerta". Así que nunca más volví a saber de él.

Mariló se encargó de darme una casa, un trabajo y una familia. Y fue allí, en su bar, donde una noche vi entrar por la puerta al chico más guapo que yo había visto nunca y aunque aquello, en aquel entonces no decía mucho de mí ni de él, a día de hoy lo dice todo, pues sigue siendo el chico más guapo que nunca he conocido.

No es que me enamorara de repente, no. Simplemente es que descubrí en aquel momento que yo había nacido para quererle. Cuando me pidió una cerveza me di cuenta que llevaba viviendo única y exclusivamente esperando aquel momento y aquel momento había llegado.

Se llamaba Rafa, tenía mi edad, una cara marcada por una mandíbula muy pronunciada y masculina y unos ojos marrón claro imposibles de olvidar. Estaba pasando allí el verano: sus tíos vivían en un pueblo cercano y él buscaba un lugar donde sofocar el calor del agosto y de la juventud. Aquel verano yo fui su mejor pasatiempo y él fue mi mejor sonrisa. Compartimos ratos en el bar mientras yo trabaja, baños en un río que había por la zona del regadío y conversaciones y miradas de esas que dicen más de lo que parece.

Al acabar el verano se fue. Desapareció dejando en mí esa rara sensación de aturdimiento que uno tiene al despertar, cuando no es capaz de recordar si lo que acaba de soñar es realidad o ha sido un sueño. No tardé nada en recordar que todo había sido verdad y de vuelta a mi realidad volví a verme detrás de la barra del bar limpiando los recuerdos del pasado y sirviendo en vaso ancho el jodido presente. Quedaría demasiado metafórico decir que fue en aquel momento cuando me di cuenta que mi futuro se deshacía delante de mí poquito a poco, como se deshacía el hielo de los cubatas que servía, así que diré que un día me cansé de esperar a que llegase otro verano con otro chico guapo que me dejase igual de tirado y me fui a la gran ciudad.

No tenía intención de buscar a Rafa ni tampoco de comerme aquel nuevo mundo a bocados. Sólo quería dar un paso más, investigar que había más allá de los áridos campos que rodeaban mi pequeño pueblo. Mi primera noche en la ciudad lloré como nunca lo había hecho, no sé qué había pensado que iba a encontrar, pero nada más llegar tuve la sensación de que aquél no era mi sitio.
  
Resignándome, agaché la cabeza entre los hombros y, bajo una fina lluvia, me perdí por las calles de aquella ciudad. La noche y yo éramos jóvenes y tú tenías que estar en algún lugar y además no había marcha atrás. 

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