El día que cumplí 57 años abrí una cerveza y me senté en el
sillón a oscuras. Eran las nueve de la noche y la oscuridad inundaba el salón
ajeno a todo. Sólo unas pocas luces entraban y salían a través de la gran
cristalera de la terraza: Luces que aparecían por la derecha de la ventana y
que se arrastraban ahora por el suelo, ahora por la pared, hasta desaparecer a
través del ventanal por la parte izquierda.
Di un trago a la cerveza y el frío líquido recorrió el
trayecto hacia mi estómago helando todo a su paso. Si hubieras estado allí me
hubieras dicho aquello que decías tan a menudo de que las bebidas frías de noche
matan a cualquiera, pero aquella noche no estabas. Te habías ido.
Las luces seguían entrando y saliendo del salón, ajenas a todo
y la soledad se paseaba a sus anchas a mi alrededor a golpe de oscuridad y de
trago de cerveza. ¿Podría llegar a caer más bajo? Podía, sin duda. Había
destruido en un día todo lo que había construido en años y ahora, en la
oscuridad de mi ser, la vida se volvía oscura.
Me levanté del sillón y caminé hacia la ventana. Metí la
mano en uno de los bolsillos del pantalón y extraje el paquete de tabaco. Algún
día debería dejar de fumar, pero aquel día no sería hoy. La llama encendió rápidamente
el cigarro y el humo descendió hasta mis pulmones. Me pareció oírte reprocharme
fumar, pero tú ya no estabas.
Abrí la puerta corredera del balcón y me acerqué hasta la
barandilla. El aire me movía el flequillo a su antojo. Demasiado pelo para tu
edad. Abajo la ciudad se extendía a mis pies como miles de luciérnagas inmóviles.
Me pregunté cuántas veces yo habría sido una luciérnaga inmóvil para todos
ellos.
Volví dentro a por otra cerveza y volví a salir. La ciudad
continuaba silenciosa y tranquila. Me pregunté en qué parte de esa ciudad
estarías tú. Me pregunté en qué parte de esa ciudad estaría yo. Levantando la
cerveza al aire brindé por mi 57 cumpleaños, ni siquiera el aire se atrevió a
brindar.
0 comentarios: