Otra vez han comenzado a salirme las muelas del juicio de
abajo, por enésima vez. No sé qué se creerán, quizás piensan que a base de
empujar hacia arriba, los últimos de mis molares, pueden lograr que alcance esa
máxima de cordura y raciocinio al que sólo algunos tienen acceso y que yo ya
doy totalmente por perdido.
No es que me desmerezca, es solamente que uno sabe sus virtudes
y sus limitaciones y yo soy al buen juicio lo que la igualdad a la justicia; es
decir, nada.
Esta mañana, en el trabajo, no estaba de buen humor y he
recordado que cuando mi sobrino de dos años tiene un día raro, de esos en los
que no se sabe que tiene, mi hermana siempre dice que es por culpa de los
dientes. Cuando he llegado a casa, con un espejo de esos de dentista con los
que puedes verte todos los dientes, harto
de tener esa extraña sensación en la boca, he decido mirar a mis muelas cara a
cara. Allí estaban ellas, intentando hacerse hueco a través de la carne para ubicarse en la
semicircunferencia de mis dientes perfectamente alineados.
No sé por qué me da que esta molestia que tengo en la boca
me va a durar más de un par de días y que, esta sensación tan rara de presión
que me persigue allí donde vaya, va a acompañarme durante largas semanas.
A veces tengo la sensación de que tu recuerdo es como mis
muelas de juicio; algo que intenta abrirse paso a través de mi carne para
aflorar a la superficie mientras me voy desangrando poco a poco.
He pedido día en el dentista para la semana que viene. Con
lo tuyo he decidido no hacer nada, creo que no hay dentista que consiga
cerrarlo a base de puntos. Al fin y al cabo, para las heridas del corazón no
hay cordura ni raciocinio que las cure.
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