jueves, 6 de junio de 2013

El tercer enano.


<<Cuando la conocí acababa de escapar del circo que regentaba con su marido, el gigante forzudo...>> “Mierda de libro”, pensó y cerró el libro de un golpe echando un vistazo a lo que tenía a su alrededor. Diez y media de la mañana de un domingo cualquiera, un vagón de metro casi lleno y él sentado en aquel asiento con aquel libro en las rodillas y bostezando sin parar. El WhatsApp le sacó del ensimismamiento, un mensaje diciéndole: “He utilizado el comodín”, le dibujó una sonrisa en la boca que envió en forma de suave carcajada a través de la pantalla del móvil.   

La cabeza se le puso a funcionar e imaginó los dos cuerpos hablando cerca, muy cerca; coqueteando sin descaro; sujetándose la cabeza primero y devorándose después con el ansia que tienen siempre dos perfectos desconocidos al conocerse. No pudo resistirse a sonreír y en el traqueteo de aquel metro imaginó la urgencia de ellos dos subir de dos en dos las escaleras, por quitarse la ropa, por deshacer la cama. El pensamiento aún dibujaba en su cara aquella mueca de felicidad cuando con el traqueteo del tren y, tan ensimismado como estaba, notó que iba cayendo tranquilamente en un duermevela. Un segundo WhatsApp le devolvió a la realidad. Y ahora la sonrisa se le dibujó perfecta al descubrir que la otra parte de la historia le llegaba ahora en forma de parte.

Leyó con atención, entrecerrando un poco los ojitos como para saborear con la mirada cada una de las líneas que iban desgranando la noche en la pantalla de su móvil. Lo había urdido todo un poco él. Había soltado un gesto aquí, había dejado caer, como sin querer, una frase allá. Tejiendo poquito a poco su pequeño plan y al final… ¡Zas! Se había convertido en realidad.
Contestó al WhatsApp, y quizás fue porque estaba todavía algo adormecido o porque la sensación que el despertaron los mensajes no le hicieron medir lo que decía, pero en una sola frase se vio a sí mismo reconociendo que sabía más de lo que debía saber. La sonrisa no se le borró de la cara y, algunos mensajes después, la conversación cesó y él, ahora ya más despierto de nuevo, volvió a la realidad de aquel vagón aquel domingo cualquiera.

Casi por inercia abrió el libro por la página que creía estar leyendo, imaginando todavía cuerpos, imágenes, palabras y besos. Bajó la cabeza dispuesto a darle a la lectura una segunda oportunidad y descubrió que el azar, en forma de pequeño párrafo, se le antojaba anecdótico. Se equivocaba, pero eso él aún no lo sabía cuando con una sonrisa en la boca comenzó a leer: <<El tercer enano saltarín sonrió en silencio, seguro de que nadie lo descubriría jamás>>.

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