Ahí estaba él, de pie, con la pierna derecha ligeramente
ladeada pisándose a sí mismo. Con la vista seguí el recorrido de la manguera
hasta la altura de su pelvis, con una mano se estaba agarrando la polla y con
la otra sostenía el grifo de la ducha que le inundaba la boca de agua mientras
me miraba tontamente. Cerró los ojos, el agua caía a raudales por su pecho, su
abdomen y su pubis hasta sus piernas. Le miré, estuve a punto de decir algo,
pero callé. Sólo el agua de la ducha rompía en silencio.
Le miré e intenté memorizar cada centímetro de su cuerpo. A
menudo me pasaba aquello de que cuando miraba a alguien con mayor detenimiento
le descubría cosas que no había descubierto en otras ocasiones. El agua corría
por su cuerpo y él, ajeno a mi mirada, continuaba con los ojos cerrados. Miré
su pelo, su cara, sus labios, su cuello, sus manos, sus brazos, su abdomen, su
pecho. Miré sus piernas, sus pies, sus dedos, volví a mirarle a la cara y vi
que me estaba mirando. Sin decir nada cogí el jabón de la repisa y me eché un
poquito en los dedos. Mientras él me miraba comencé a enjabonarle el cuerpo.
0 comentarios: