lunes, 3 de junio de 2013

Una noche en el Grand Palace.




Inauguraban aquella noche el Hotel, tanto era así que olía agradablemente a pintura. Todo era nuevo, así que estrenamos la habitación, los vasos y la cama. Sin reparos me desnudé y él, de perfecto anfitrión, me ofreció algo de beber.  

Comenzaba a amanecer y por entre los listones de las ventanas se colaba la luz. Medio somnoliento le dije mirándole fijamente a los ojos que si quería me iba. Aquello estaba a distancia de taxi, pero mejor empezar bien.  Él me dijo que me quedara y haciendo una mueca con la boca, me dijo que hacía conmigo una excepción. Me dio por reír y yo, que no me suelo quedar nunca corto, le dije que estaba acostumbrado a ser la excepción en muchas cosas.

La noche acabó como se suponía que tenía que acabar y mirando al techo de la habitación me preguntó si haya jugado con ventaja y recordé que no sólo el azar me había llegado hasta allí. Las cervezas del principio de la noche, el dolor de cabeza que se evaporó entre una conversación que se alargó más allá de la una, la intención de tomar una cerveza que acabó en tres, la coincidencia de encontrarnos en una esquina mientras esperábamos un taxi, la suerte de encontrarles en la puerta cuando no sabíamos que hacer… En la semioscuridad de la habitación sonreí y le pregunté si él creía en el azar. Pensó que lo hacía simplemente por evitar la respuesta, pero verdaderamente quería ir tirándole del hilo para ver hasta dónde podía llegar.  

Quizás ya no se acordaba del cuestionario que había pensado pasarme en el taxi de camino a allá o quizás no se había dado cuenta que era mi cuestionario el que acababa de empezar. Poco a poco fui tirando del hilo hasta quedar dormidos y al despertar por segunda vez él preparó el café que daba pie al desayuno continental. 

La noche no había sido tan sólo puro azar ni una coincidencia. Tomándonos el café, el dije que era escritor y al sorprenderse le conté un test que me hicieron pasar una vez. Nos despedimos en mitad de la mañana y volviendo a casa me llegó un mensaje suyo que preguntaba si me gustaba más lo dulce o lo salado. Supe por qué lo decía, supe que estaba preparando el desayuno para el próximo día. Habíamos dejado atrás el azar.   


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