martes, 30 de octubre de 2012



El frío había llegado, lo había notado resbalar desde lo más profundo de su nariz hasta la punta, en forma de la mucosidad liquida y transparente que, veloz como un rayo, se había precipitado a ese recién y estrenado otoño. En vano intentó sorber estrepitosa y repetidamente la nariz, la gota de mucosidad resbaló hasta el suelo dejando un pequeño reguero en su bigote y sus labios. Era tan imprescindible limpiarse como inútil, pues a los dos minutos una nueva mucosidad volvía a resbalar por la nariz hasta el suelo.

Poco tardó en que las aletas nasales se le colorearan de ese color típico del frío; de rojo. Y menos aun tardó en descubrir, que sonarse la nariz no le aliviaba para nada ni el resfriado ni las molestias. Como si de un extraño juego se tratase, movido por fuerzas desconocidas, a ratos se le destaponada el orificio nasal izquierdo para concederle una pequeña tregua. Como si se tratase del niño que juega a quemar hormigas y de vez en cuando aparta la lupa, a veces se le descongestionaba un orificio y a veces el otro, dándole ese cuartelillo para poder continuar respirando más allá de los jadeos que le producía el taponamiento. Ese mismo taponamiento insistente que se agravaba al tumbarse en la cama para dormir sin más consuelo que un pañuelo blanco de papel colocado bajo la nariz a modo de rendición.

¿Cuándo volverá el calor?, pensó e inmediatamente sorbió de nuevo la nariz pero esta vez también fue en vano. Sintió los ojos llorosos, los labios cortados y el pañuelo de papel empapado, quedaba un largo invierno por delante.



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lunes, 29 de octubre de 2012



Me gusta el café a todas horas y de todas las maneras. Casi siempre lo tomo con leche, a veces con una nube, otras veces cortado, otras con hielo y de vez en cuando solo. A veces en soledad, otras veces acompañado. A veces para despertarme, otras para disfrutarlo, otras para llenar el estómago, algunas para que se me pase el frío y entrar en calor, otras para que se me pase el calor y refrescarme. En el desayuno, a media mañana, antes de comer, después de comer, a media tarde, tras la cena. Con tertulia y sin tertulia. Nunca descafeinado. Siempre de cafetera, recién molido el grano, recién hecho y, sobretodo, largo de café. Odio que me sirvan un café escaso como un dedo. Nunca Nespresso ni sucedáneos, si se pueden evitar, claro, porque si la necesitad aprieta y el café viene en capsula prefabricado, mejor así que nada. En vaso grande para el desayuno, en taza después de comer, en plástico a media mañana.

Me gusta el café; si es con leche no necesito azúcar; si es sólo, con dos cucharillas; si es con hielo, me gusta echar el azúcar con el hielo. Me gusta el café pero nunca amargo porque, como diría un amigo mío, cuando quiero algo amargo… Me tomo la vida en serio.

¿Un café?

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viernes, 26 de octubre de 2012



Por la ventana, el sol entra abiertamente
A sabiendas de que tú te has marchado.
No esperaba quizás un cielo nublado,
Pero sí, por lo menos, algo menos irreverente.

El mundo gira ajeno a mí, y lo siguiente
Precede a lo próximo y esto ya es pasado,
Pero yo sin ti y sin futuro vivo anclado
A un pasado que no tiene ni presente.

¿Cómo pedir al cielo que no ilumine?
¿Cómo pedir a las nubes que me confinen
A una oscuridad cálida y serena?

¿Cómo pedir al día que nunca más venga?
¿Cómo pedir a la noche que me mantenga
En una eterna noche de recuerdo y pena?


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miércoles, 24 de octubre de 2012




Ya nunca más me enamoraré de este otoño,
Y tendré que dejar de amar aquel verano
En que por amor nos expusimos al solano
Y gozamos de ser tan cursis y tan noños.

Florecen a merced del tiempo los madroños,
Y mi corazón se enmustia en tus manos;
Cómo me gustaría volverme de secano
Para no morir entre tus manos este otoño.

¡Quién pudiera aprender de la primavera
Que cada año siempre florece y se renueva,
Quién pudiera conocer su magia y su truco!

¡Quién pudiera florecer entre tus manos
Y lucir siempre un amor fresco y lozano!
¡Quién pudiera ser perenne y no caduco!

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Has firmado un callado pacto que reconozco:
No me es ajeno, no me menoscabes.
Tus razones tendrás y, si tú las sabes,
Ya me las harás llegar pues las desconozco.

No soy fácil de domar, yo me conozco;
No soy fácil para alabar ni para que me alaben.
De mi vida guardo bien el cerrojo y la llave
La doy a quien yo quiero, lo reconozco.

Con esto no pretendo forzar tu cerradura
Ni pretendo participar en la locura
De no abrir la puerta que das por cerrada.

Eso sí, no quieras cerrarme otras puertas
Que la mía va a estar siempre bien abierta
Para cuando quieras regresar como si nada.

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domingo, 21 de octubre de 2012



Aquí hace años que no vemos la luna. Algunos viejos del lugar cuentan que un hombre rico la robó cuando estaba llena, otros dicen que fue culpa de un político que prevaricó con ella cuando estaba creciente. Hay quien dice que fueron los pobres los que, con el hambre, por necesidad, se la comieron hasta hacerla menguante. Y algunos, como yo, tenemos la esperanza de que aparezca de nuevo, alguna vez, la luna nueva.



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sábado, 20 de octubre de 2012



Crees que te vas pero aquí te quedas.
Tú ni te vas ni te mueves de mi lado.
Te crees que rompes este amor sagrado,
Te crees que es fácil negar lo que me niegas.

Engáñate cómo quieras o cómo puedas,
Pero no vengas a decir que todo ha acabado.
Lo que se tenga que dar por terminado
Lo terminaré yo, tú aquí ni abniegas.

Aprende que allá donde tú vayas, iré contigo.
Aprende que allá donde yo vaya, irás conmigo
Porque este amor aun no expira.

Así que a mí no me menoscabes.
¿Aun quieres huir? ¿Aun no lo sabes?
En este amor, yo soy el aire que respiras.



Ëtra.

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lunes, 8 de octubre de 2012


I.

Nunca me había dado cuenta de lo fea que era. Habíamos hablado en otras ocasiones pero no fue hasta ese momento cuando dejé de escuchar lo que decía y me dispuse a mirarla a conciencia. Ella seguía hablando y yo asentía fijándome ahora en sus dientes separados, ahora en sus ojos demasiado juntos, ahora en sus cejas... Era fea de verdad, la vida no había sido generosa con ella porque ni siquiera tenía una de esas fealdades que transmiten ternura sino una de esas fealdades puras y duras que más que compasión crean rechazo.
Sacando una foto de su marido del bolso, volví a escuchar lo que me decía y reparé en que él también era bastante feo. “¿Nunca te lo había enseñado?”. Negué con la cabeza. Guardando el monedero en el bolso, se dispuso a marchar y me dejó caer un beso en cada mejilla. Inconscientemente se me escapo un “hasta luego, guapa”, aunque ni en esa proximidad le encontré un atisbo de belleza.


II.

Aquel día me fijé en lo guapo que era. Habíamos hablado en otras ocasiones, pero no fue hasta ese momento cuando dejé de escuchar lo que decía y me dispuse a mirarle a conciencia. Él seguía hablando y yo asentía fijándome ahora en sus perfectos dientes, ahora en sus ojos, ahora en su pelo… Era verdaderamente bello, la vida había sido tan generosa con él que le había otorgado una de esas bellezas universales que están por encima de épocas y de modas. Ni siquiera era de esos guapos a los que se les puede odiar por lo guapos que son; él era tan bello que su belleza no era una belleza envidiada sino admirada.

Un segundo antes de que dejase de hablar, cómo si me despertara de un sueño, volví a la realidad y escuché un “¿Nunca te la había enseñado?” que se refería a la foto que me mostraba y en la que se le podía ver a él con un adorable anciano. Negué con la cabeza. Guardando la fotografía en la cartera, se dispuso a marchar y me dejó caer un beso en cada mejilla. No fui capaz de decir nada, solamente pensé que bien podía ser cierta esa leyenda que se le atribuía y que decía que, cuando caminaba por la calle, hasta los padres de familia giraban la cabeza para mirarle, porque ni en esa proximidad le encontré un atisbo de fealdad.



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