lunes, 8 de octubre de 2012


I.

Nunca me había dado cuenta de lo fea que era. Habíamos hablado en otras ocasiones pero no fue hasta ese momento cuando dejé de escuchar lo que decía y me dispuse a mirarla a conciencia. Ella seguía hablando y yo asentía fijándome ahora en sus dientes separados, ahora en sus ojos demasiado juntos, ahora en sus cejas... Era fea de verdad, la vida no había sido generosa con ella porque ni siquiera tenía una de esas fealdades que transmiten ternura sino una de esas fealdades puras y duras que más que compasión crean rechazo.
Sacando una foto de su marido del bolso, volví a escuchar lo que me decía y reparé en que él también era bastante feo. “¿Nunca te lo había enseñado?”. Negué con la cabeza. Guardando el monedero en el bolso, se dispuso a marchar y me dejó caer un beso en cada mejilla. Inconscientemente se me escapo un “hasta luego, guapa”, aunque ni en esa proximidad le encontré un atisbo de belleza.


II.

Aquel día me fijé en lo guapo que era. Habíamos hablado en otras ocasiones, pero no fue hasta ese momento cuando dejé de escuchar lo que decía y me dispuse a mirarle a conciencia. Él seguía hablando y yo asentía fijándome ahora en sus perfectos dientes, ahora en sus ojos, ahora en su pelo… Era verdaderamente bello, la vida había sido tan generosa con él que le había otorgado una de esas bellezas universales que están por encima de épocas y de modas. Ni siquiera era de esos guapos a los que se les puede odiar por lo guapos que son; él era tan bello que su belleza no era una belleza envidiada sino admirada.

Un segundo antes de que dejase de hablar, cómo si me despertara de un sueño, volví a la realidad y escuché un “¿Nunca te la había enseñado?” que se refería a la foto que me mostraba y en la que se le podía ver a él con un adorable anciano. Negué con la cabeza. Guardando la fotografía en la cartera, se dispuso a marchar y me dejó caer un beso en cada mejilla. No fui capaz de decir nada, solamente pensé que bien podía ser cierta esa leyenda que se le atribuía y que decía que, cuando caminaba por la calle, hasta los padres de familia giraban la cabeza para mirarle, porque ni en esa proximidad le encontré un atisbo de fealdad.



1 comentario:

  1. Maravilloso!
    Porque ni en esa proximidad le encontré un atisbo de fealdad.
    Felicidades.

    ResponderEliminar

Blogger Template by Clairvo