lunes, 29 de octubre de 2012



Me gusta el café a todas horas y de todas las maneras. Casi siempre lo tomo con leche, a veces con una nube, otras veces cortado, otras con hielo y de vez en cuando solo. A veces en soledad, otras veces acompañado. A veces para despertarme, otras para disfrutarlo, otras para llenar el estómago, algunas para que se me pase el frío y entrar en calor, otras para que se me pase el calor y refrescarme. En el desayuno, a media mañana, antes de comer, después de comer, a media tarde, tras la cena. Con tertulia y sin tertulia. Nunca descafeinado. Siempre de cafetera, recién molido el grano, recién hecho y, sobretodo, largo de café. Odio que me sirvan un café escaso como un dedo. Nunca Nespresso ni sucedáneos, si se pueden evitar, claro, porque si la necesitad aprieta y el café viene en capsula prefabricado, mejor así que nada. En vaso grande para el desayuno, en taza después de comer, en plástico a media mañana.

Me gusta el café; si es con leche no necesito azúcar; si es sólo, con dos cucharillas; si es con hielo, me gusta echar el azúcar con el hielo. Me gusta el café pero nunca amargo porque, como diría un amigo mío, cuando quiero algo amargo… Me tomo la vida en serio.

¿Un café?

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