jueves, 30 de agosto de 2012



El Niño Amor

Llorar queriendo reír y al reír desairarse,
Quedarse al querer marchar y no irse,
Irse para no volver y al final quedarse
Y al marchar para siempre otra vez venirse.

Pernoctar sin querer dormir y despertarse
Soñando sin poder concebir dormirse.
Beber los vientos y de él emborracharse
Y de la propia ebriedad arrepentirse.

Todo volverse víscera y pecado.
Los corazones duros los vuelve delicados
Y los frágiles los transforma en roca.

Así es el niño amor, estos tus caprichos.
Tal es su poder que pone en entredicho
Incluso al que nunca abrió su boca.

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miércoles, 29 de agosto de 2012


Subimos juntos al ascensor. A ti te pudieron los nervios y a mi me dio por tocar los botones equivocados. Primer piso. Nos miramos tímidamente. Segundo piso. Conversación sobre el tiempo. Tercer piso. Sí, dicen que mañana lloverá. Momento tenso. Silencio tenso. Cuarto piso. Mi mano, sin saber cómo, roza tu mano y nos alejamos unos milímetros para de nuevo acercarnos. Quinto piso. Nos besamos. Sexto piso. Volví a tocar los botones pero ahora fueron los de tu camisa.
Cuando llegamos al séptimo el ascensor accidentalmente se paró. A ninguno de los dos nos importó demasiado.

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jueves, 23 de agosto de 2012

La niñera


La primera vez que hice pellas fue cuando tenía nueve años. Me pasé la mañana jugando a los videojuegos en un salón recreativo que había a dos manzanas de donde vivía y, cuando calculé que era la hora de salir de la escuela, me fui hacia casa como si tal cosa. Cuando llegué mi madre me esperaba con los brazos en jarras; el director de la escuela le había avisado. Se armó una buena en casa; cuando mi padre llegó del trabajo me castigó en mi cuarto sin salir. Fue por eso por lo que me perdí el estreno de “Indiana Jones y la última cruzada” que tanta ilusión me hacía ver. Para castigarme más todavía, mis padres llevaron al cine a mi hermano Leo y a mí me dejaron con Carla, la chica de dieciséis años que cuidaba a veces de mi hermano y a mí.Carla era la chica pelirroja que venía a casa leer y a pintarse las uñas mientras mis padres estaban fuera, cobrando trescientas pesetas la hora y con la que manteníamos un pacto de silencio; nosotros hacíamos lo que queríamos y ella también si nadie se chivaba a mis padres.

Aquella noche, la noche en que me quedé castigado por hacer pellas, sin saber por qué, Carla rompió las reglas y me dejó sin salir del cuarto durante toda la noche. Me enfadé mucho con ella, así que yo la maldije una y otra vez y me prometí, que cuando llegasen mis padres, les contaría nuestro pacto, mientras deseaba con todas mis fuerzas que Carla se muriera. Vaya si lo hizo. Cuando mis padres regresaron del cine con mi hermano encontraron el cadáver de Carla degollado en el sofá. Sólo le había dado tiempo a pintarse seis uñas. Aquella fue la última vez que mi hermano y yo tuvimos niñera.

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miércoles, 22 de agosto de 2012



Lo primero que hice al llegar a casa fue lavarme las manos. Apreté un par de veces la jabonera mientras el grifo soltaba un abundante chorro de agua tibia. Las palmas, la zona interdigital… Mientas me enjabonaba las manos tranquilamente, me miré en el espejo. Debería afeitarme. Los dorsos de las manos, las uñas… Demasiado viejo, pensé. Demasiado viejo ya para éstas cosas, me dije, pero mis ojos azules me devolvieron una pequeña sonrisa. Metí las manos bajo el agua, que ahora salía más caliente, y me di cuenta que tendría que volver a enjabonármelas de nuevo para sacar toda aquella sangre de mi piel. La próxima vez tendría que ser más cuidadoso.


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lunes, 20 de agosto de 2012



No me prometió los besos nuestros de cada día 
Ni el amor sin guerra fría
Ni la pasión sin cuentas a terceros. 
Me confesó, en aquella triste cita,
La mentira más bonita:
"El amor es eterno si es verdadero".

Después me prometió lo que no suele cumplirse,
Se fue cuando tenía que irse,
Me dejó cómo tenía que dejarme.
Y yo, anestesiado aún por su boca,
Aprendí que ser masoca,
En mi caso, era un arte.


Me amó sin condición, a carne viva,
Sin trampa ni cartón y a la deriva
Me dejé llevar por esos ojos astutos,
Me dijo: "Voy a amarte tan fuerte 
Como nadie podrá quererte
Durante cinco minutos".

Y por primera vez, al contrario que otros,
No conjugó sus verbos con "nosotros"
Y cumplió lo que me había prometido;
Me dio cinco minutos de placer
Y luego se fue
Por donde había venido.

Yo me encontré acurrucado con la almohada,
Oliendo el perfume que en la cama
Su cuerpo había dejado
Y entendí que en lugar de olvidar
Sólo quería recordar
Todo lo que me había dado.


Me amó sin condición, a carne viva,
Sin trampa ni cartón y a la deriva
Me dejé llevar por esos ojos astutos,
Me dijo: "Voy a amarte tan fuerte 
Como nadie podrá quererte
Durante cinco minutos".

Así que me pasé noches y días
Regocijado en la agonía
De lo que tuve y había perdido.
Me dio cinco minutos de placer
Y luego se fue
Por donde había venido.

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sábado, 18 de agosto de 2012



Siempre me había parecido el típico que cuando iba al lavabo intentaba dirigir el chorro hacia la loza del wc para que la orina no estallase contra el agua estrepitosamente. Incluso me lo imaginaba susurrándole al oído a su pareja: “Si lo haces así salpicas menos y es mucho más discreto”. Llevaba años sin saber nada de él hasta que un periódico digital me trajo la noticia de que la especulación urbanística le había salpicado de pleno. Me lo imaginé orinando con la misma discreción en el wc de alguna celda de la Modelo y descubriendo que baños de metal son mucho más discretos.

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viernes, 17 de agosto de 2012



Cuando la carpa del circo se queda muda
Y vuelve a su jaula el tigre de bengala,
Se acuesta el acróbata con la mujer barbuda
Y por los celos se le apaga la mecha al hombre bala.

El payaso se desmaquilla en el espejo
Y sabe que el reflejo 
Le cobra otra función,

Y dos roulottes más allá, bajo el mismo cielo,
Se muere de miedo
El domador.

Abajo el telón, 
Cierren la pista,
Devuelvan la ilusión
Al ilusionista,
Que deje de escaparse
El escapista
De tu corazón.
Y si pierde su fuerza el hombre forzudo,
Y si el contorsionista se hace un nudo,
Que toque la orquesta, 
Para ti,
Otra vez esta 
Canción.

Y el mago mete en su chistera
Una paloma mensajera
Que le trajo noticias de vidas perdidas.

Y dos roulottes más allá, bajo el mismo cielo,
Con su silencioso dedo
El mimo se suicida.

Abajo el telón, 
Cierren la pista,
Devuelvan la ilusión
Al ilusionista,
Que deje de escaparse
El escapista
De tu corazón.
Y si pierde su fuerza el hombre forzudo,
Y si el contorsionista se hace un nudo,
Que toque la orquesta, 
Para ti,
Otra vez esta 
Canción.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

A favor de mí



Confieso que soy un poco complicado,
Un tipo difícil de llevar,
Tengo un humor un tanto rebuscado,
Siempre me creo en posesión de la verdad,
No sé rectificar,
A veces voy de lado.

Una hora después de estar levantado
Aún no se me puede hablar,
Confieso que soy algo enrevesado,
Que beso un tanto peculiar,
No sé acariciar
Y encima me agrado.


Grito, toso, estornudo,
Devoro, meto prisa,
Llego tarde,
A veces me escudo
En mis alardes.
Chafo la pasta de dientes,
Respondo impertinente,
Soy un poco bruto,
A veces discuto
Muy fríamente.


Me pediste un poema
Para San Valentín
Y me tienes aquí
Rasgándome las venas,
Para serte sincero
Quizás no sea de lo mejor que hay por ahí,
Pero a favor de mí
Diré que te quiero.


Podrías pedirme que mejore,
Que me comporte como un hombre de verdad
De esos que siempre regalan flores
Y no mienten cuando dicen la verdad,
De eso que se pasan la eternidad
Haciendo cosquillas frente a los televisores.


Pero yo grito, toso, estornudo,
Devoro, meto prisa,
Llego tarde,
A veces me escudo
En mis alardes.
Chafo la pasta de dientes,
Respondo impertinente,
Soy un poco bruto,
A veces discuto
Muy fríamente.


Me pediste un poema
Para San Valentín
Y me tienes aquí
Rasgándome las venas,

Para serte sincero
Quizás no sea de lo mejor que hay por ahí,
Pero a favor de mí
Sólo diré que te quiero.

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martes, 14 de agosto de 2012

La chica mala de la clase.




Era la chica mala de la clase, aquélla que vendía besos en los lavabos a los chicos mayores. Aquélla que aprendió a fumar tragándose el humo antes que ninguno de nosotros. Era el rollete de todos y la novia de nadie. Era la chica mala de la clase.

Fue la primera en llevar minifalda y un top ajustado, la última en graduarse de nuestra promoción. Dicen que tuvo un pupitre en el insti dedicado; aquí se sentaba la reina y su reputación. Los porteros de las discotecas no le cobraban entrada, los camareros se sabían de memoria su nombre, su teléfono y su consumición. Dicen que pagaba con besos las copas que se tomaba y que siempre volvía a casa en el coche de algún cuarentón.

Siempre sacaba ceros en mates y en latín, pero tenía matrícula de honor cuando besaba. Ninguna chica sus confesiones con ella quiso compartir, pero todo el equipo de rugby se giraba cuando pasaba. El ruido de sus zapatos de tacón la precedía más que su fama, dicen que su cama era una pensión, que cada noche dormía teniendo por pijama a un amante distinto que sabía a tabaco y alcohol.

La perdí la pista cuando repitió el mismo curso por cuarta vez, años después me llegaron rumores de que se había casado con un prestigioso anticuario. Me acordé de ella cuando, revisando las fotos de mi niñez, reparé en aquellos ojos tan solitarios.

Hace un par de noches coincidí con ella en la puerta de un restaurante donde fui a cenar, la miré, me miró y seguía tan bella como lo había estado quince años atrás. Lucía traje de chaqueta bien ajustado y, como no, sus zapatos de alto tacón. Como complemento lucía a un famoso abogado y un bolsito de Chanel de negro charol. Me besó como quince años antes en aquellos lavabos dejándome marcadas las mejillas por sus labios rojos. Le pagué diciéndole; “qué poco hemos cambiado…”, pero me puso un dedo en los labios antes de acabar la frase. Seguía teniendo la soledad grabada en sus ojos, seguía siendo la chica mala de la clase.

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lunes, 13 de agosto de 2012


Creo que voy a considerar la opción de Adela de ir al psicólogo para sacarte de mi cabeza. He estado pensando en ello y quizás no es mala idea. Quizás tampoco es mala idea la opción de ir también a un cardiólogo para que me ayude a curarme las cicatrices que tengo en mi corazón. Y, pensándolo bien, quizás también deba ir a la esteticién a que me quiten los restos de tu piel que aun conservo bajo mis uñas.

¿Qué te parecería si fuese a aquella maquilladora, aquella que era amiga de Felipe, a que me disimule las ojeras que me causas? Ya puestos podría ir también a mi médico de cabecera para que me recetase algo contra el mal de amores y a mi enfermera para que me vacunase de los tíos canallas como tú.

Voy a ir al digestólogo para que deshaga de una vez este nudo que tengo en la boca del estómago y que lleva tu nombre. Voy a ir al oculista para que cuando te acerques te vea venir y al otorrino para que compruebe que mis oídos están bien y que era tu boca la que mentía. Voy a ir a un chamán para que me limpie el alma de tus mentiras y al dentista para que me diga si esta boca es mía o sigue siendo tuya.

Eso si, entiéndeme, al podólogo no pienso ir, en lo mío contigo, no quiero que nadie me quite lo bailao.

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Extinción.


El día que te llamé por primera vez entré en un bar para tomarme un café, como el camarero tardaba en tomarme nota y me aburría, me entretuve jugando con el posavasos que estaba más cerca de mi. Tras girarlo entre mis dedos, me di cuenta que, en el reverso del posavasos, había escrito un número de teléfono y esta nota: Hoy me llamaron de la “Sociedad Nacional en defensa del zorro ibérico” para pedirme que hiciese un donativo. Les he dado tú número para que contacten contigo, no conozco a nadie más zorra que tú, quizás puedan ayudarte.
Tras leer dos veces la nota, marqué tu número fingiendo que me equivocaba y empezamos a hablar. Tres meses después nos casábamos en aquella pequeña ermita de Sant Pere Pescador y un año después firmábamos el divorcio en el juzgado número 4 de Barcelona.
Siempre conservé el posavasos sin que tú lo supieses. Hoy te lo envío junto con esta carta para que entiendas por qué marqué tu número. ¿Por qué te lo envío? Hoy a mi también me han llamado de la Sociedad Nacional en defensa del zorro ibérico, pero tranquila, no les he dado tu número, yo, a diferencia del anterior, prefiero que te extingas.

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domingo, 12 de agosto de 2012


Cuando se despertó de la siesta no sabía qué hora era; el sol entraba por las rendijas de la ventana con la misma intensidad que lo podría hacer tanto a las diez de la mañana cómo a las cinco de la tarde. Tardó unos segundos en ubicarse y en sacurdirse el sueño de la cabeza. Cuando se ubicó se levantó y se dirigió a la cocina a ponerse un café con hielo. Los dos cubitos flotando en el oscuro líquido le parecieron una metáfora de ellos mismos; fríos y distantes pero atrapados juntos en el mismo lugar, incapaces de vivir sin tocarse. Acabó el café y dejó a los cubitos de hielo fundirse solos en el vaso. Quizás el destino también les deparase a ellos un final así.

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sábado, 11 de agosto de 2012



Venir pensando en quedarte y después irte;
Irte queriendo marcharte y al llegar, retornar.
Volver aquí sólo pensando en venirte
Y, al volver otra vez aquí, volverte a marchar.

Irte de nuevo jurando que no vas a repetirte
En este eterno devenir de marchar y regresar
Y cuando llegas de nuevo allí, voltear y decirte
Que cuando llegues aquí ya nunca te irás.

Volver a irte incumpliendo lo que prometiste,
Volver a venir incumpliendo lo que prometerás,
Y yo deseando que te vayas por donde viniste,
Y yo deseando que vuelvas una vez más.

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Empieza el verano y, con él, me empieza esa prisa rara por comprar aquel “Cuaderno Santillana”. No sé qué edad tengo, pero sé que estoy en la librería metiendo prisa a mi madre para que me compre el cuaderno, lleguemos a casa y pueda empezar a hacer algún que otro ejercicio. Por delante, se me hace que me queda todo un mundo; un verano. Un verano con los abuelos en el pueblo, con las bicis, los amigos, el aburrido tour de Francia mientras todos echan la siesta, las merendolas en mitad del campo, los besos sonoros de las abuelas…

Los ejercicios comienzan a complicarse y mi interés por el cuaderno va menguando mientras van creciendo mis ganas por más bici, más amigos y por alguna que otra salida a la discoteca del pueblo. La noche sabe a “7’Up”, a interminables partidas de futbolín y a un eterno ir y venir de la plaza del pueblo a la disco y de la disco a la plaza del pueblo para pedir más dinero a mi padre para más “7’Up” y más futbolín.

El verano, ese verano de colores amarillentos y risas; ese de heridas en las rodillas y en los codos; ese de primeros besos y primeras promesas, toca a su fin. Y con él llegan las despedidas y las promesas de escribirnos cartas y de volver a juntarnos todos el año que viene y de no olvidar y de no olvidarnos.

Por el retrovisor del 127, el verano va empequeñeciendo hasta desaparecer y las promesas de cartas, de juntarnos y de recuerdos se pierden, como se perdió la ilusión de aquel cuaderno que nunca llegamos a acabar.

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La terraza era amplia y la cerveza estaba fría, se acercó a mí con ganas de hablar y cómo para entablar conversación me preguntó por aquel chico. "No ha venido, ¿verdad?". Arqueé un poquito las cejas con signo de interrogación. "Aquel que es un poco alto... Así morenito..." A sabiendas de que me iba a contar la historia, dí un trago largo a la cerveza y esperé, era lo mejor que podía hacer. "Seguro que sabes quién es... Al parecer ha venido otras veces. Hace unos días me envió un mensaje por una web de contactos. Me pareció mono en la foto, aunque dudé cuando me dijo que nos conocíamos de aquí, no le recordaba en absoluto, y una cara así no se me puede olvidar. Me dijo que quizás había pasado desapercibido para él porque había venido acompañado de su novio. ¿Sabes ya de quién te hablo? Mira, aquí tengo su foto". Mientras miraba la cara que ya conocía, él continuó con su historia. "A través de la misma web ha querido que quedemos en un par o tres de ocasiones y, no sé, me hubiese hecho gracia verle hoy aunque viniese con su novio". Creo que la curiosidad se me debió dibujar demasiado en la cara cuando, tras apurar el último trago de cerveza, hablé por primera vez y le pregunté: "¿Quedaste con él?" Sabiendo que ahora si que había llamado mi atención, cogió mi botellín vacío y se dirigió hacía la puerta en dirección a la cocina, antes de desaparecer giró la cabeza y sonrió. Tuve que beberme una segunda cerveza para saber el final de la historia.

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viernes, 10 de agosto de 2012

La paradoja de la supervivencia.


Otra vez he soñado que me despierto y todo está derruido a mi alrededor. Al asomarme al balcón de mi piso veo una ciudad destruida que no reconozco como propia y en la que todavía humean algunos edificios. Hay piedras en mitad de la calles, los coches parece amasijos de hierro y los bloques de pisos forman grandes montones de escombros aquí y allá. El cielo lo tiñe todo de un color anaranjado. Parece que el fin del mundo haya llegado y yo haya sobrevivido.Las suelas de las zapatillas se me quedan enganchadas al asfalto. El silencio lo inunda todo y, mientras, vago por las calles en busca de alguien que me explique dónde están los demás y qué ha pasado. Tras medio día caminando por la deshecha ciudad empiezo a entender que quizás yo sea el único superviviente y eso me alegra a la vez que me entristece. La paradoja de la supervivencia me asfixia hasta ahogarme; de nada me sirve haber sido el único en sobrevivir si no tengo a quien contárselo y de tener a quien contárselo, ya no sería el único en sobrevivir. Cuando muera, nadie sabrá que yo sobreviví a todo esto. Angustiado me despierto del sueño. Un sol anaranjado entra por entre las rendijas de la persiana.

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Heaven 3.0


Conocíamos a Lidia de toda la vida. Primero había sido niñera de mi hermana y, cuando yo nací, también se había hecho cargo de mí. Siempre la recuerdo ayudando a mamá con la cocina, con nuestra educación, ayudando a la abuela con el jardín o con la preparación de algún evento. Educada y correcta en sus modales, había llegado a ser uno más entre nosotros rompiendo esa barrera que existe entre el sirviente y el amo.

Últimamente los años habían hecho mella en ella y lo que a veces pasaba de forma ocasional, como olvidar un recado o alguna fecha, había pasado a ser tan continuo que casi nos resultaba imposible dejarla sola.
Fue duro cuando le dijimos adiós en aquel tanatorio de la Interestelar 2.0. A nadie le había gustado tomar aquella decisión de apagarla definitivamente, pero, sin duda, era lo mejor para ella y para nosotros. Muchos especialistas ya nos habían dicho que no tenía solución y que este tipo de androides de protocolo tenían un software tan antiguo que era imposible de actualizar y que, a la larga, acababan destinados a servir para lo contrario a lo que habían sido programados.

En el tanatorio de la Interestelar 2.0 conectamos a Lidia al programa Heaven 3.0, que es el programa que habíamos comprado para su eternidad informática (un paraíso virtual en el que poder descansar tranquila y merecidamente). Mientras sujetaba su fría mano de metal me pareció que una lágrima rodaba por su mejilla.

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