viernes, 10 de agosto de 2012

Heaven 3.0


Conocíamos a Lidia de toda la vida. Primero había sido niñera de mi hermana y, cuando yo nací, también se había hecho cargo de mí. Siempre la recuerdo ayudando a mamá con la cocina, con nuestra educación, ayudando a la abuela con el jardín o con la preparación de algún evento. Educada y correcta en sus modales, había llegado a ser uno más entre nosotros rompiendo esa barrera que existe entre el sirviente y el amo.

Últimamente los años habían hecho mella en ella y lo que a veces pasaba de forma ocasional, como olvidar un recado o alguna fecha, había pasado a ser tan continuo que casi nos resultaba imposible dejarla sola.
Fue duro cuando le dijimos adiós en aquel tanatorio de la Interestelar 2.0. A nadie le había gustado tomar aquella decisión de apagarla definitivamente, pero, sin duda, era lo mejor para ella y para nosotros. Muchos especialistas ya nos habían dicho que no tenía solución y que este tipo de androides de protocolo tenían un software tan antiguo que era imposible de actualizar y que, a la larga, acababan destinados a servir para lo contrario a lo que habían sido programados.

En el tanatorio de la Interestelar 2.0 conectamos a Lidia al programa Heaven 3.0, que es el programa que habíamos comprado para su eternidad informática (un paraíso virtual en el que poder descansar tranquila y merecidamente). Mientras sujetaba su fría mano de metal me pareció que una lágrima rodaba por su mejilla.

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