viernes, 10 de agosto de 2012

La paradoja de la supervivencia.


Otra vez he soñado que me despierto y todo está derruido a mi alrededor. Al asomarme al balcón de mi piso veo una ciudad destruida que no reconozco como propia y en la que todavía humean algunos edificios. Hay piedras en mitad de la calles, los coches parece amasijos de hierro y los bloques de pisos forman grandes montones de escombros aquí y allá. El cielo lo tiñe todo de un color anaranjado. Parece que el fin del mundo haya llegado y yo haya sobrevivido.Las suelas de las zapatillas se me quedan enganchadas al asfalto. El silencio lo inunda todo y, mientras, vago por las calles en busca de alguien que me explique dónde están los demás y qué ha pasado. Tras medio día caminando por la deshecha ciudad empiezo a entender que quizás yo sea el único superviviente y eso me alegra a la vez que me entristece. La paradoja de la supervivencia me asfixia hasta ahogarme; de nada me sirve haber sido el único en sobrevivir si no tengo a quien contárselo y de tener a quien contárselo, ya no sería el único en sobrevivir. Cuando muera, nadie sabrá que yo sobreviví a todo esto. Angustiado me despierto del sueño. Un sol anaranjado entra por entre las rendijas de la persiana.

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