miércoles, 22 de agosto de 2012



Lo primero que hice al llegar a casa fue lavarme las manos. Apreté un par de veces la jabonera mientras el grifo soltaba un abundante chorro de agua tibia. Las palmas, la zona interdigital… Mientas me enjabonaba las manos tranquilamente, me miré en el espejo. Debería afeitarme. Los dorsos de las manos, las uñas… Demasiado viejo, pensé. Demasiado viejo ya para éstas cosas, me dije, pero mis ojos azules me devolvieron una pequeña sonrisa. Metí las manos bajo el agua, que ahora salía más caliente, y me di cuenta que tendría que volver a enjabonármelas de nuevo para sacar toda aquella sangre de mi piel. La próxima vez tendría que ser más cuidadoso.


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