martes, 14 de agosto de 2012

La chica mala de la clase.




Era la chica mala de la clase, aquélla que vendía besos en los lavabos a los chicos mayores. Aquélla que aprendió a fumar tragándose el humo antes que ninguno de nosotros. Era el rollete de todos y la novia de nadie. Era la chica mala de la clase.

Fue la primera en llevar minifalda y un top ajustado, la última en graduarse de nuestra promoción. Dicen que tuvo un pupitre en el insti dedicado; aquí se sentaba la reina y su reputación. Los porteros de las discotecas no le cobraban entrada, los camareros se sabían de memoria su nombre, su teléfono y su consumición. Dicen que pagaba con besos las copas que se tomaba y que siempre volvía a casa en el coche de algún cuarentón.

Siempre sacaba ceros en mates y en latín, pero tenía matrícula de honor cuando besaba. Ninguna chica sus confesiones con ella quiso compartir, pero todo el equipo de rugby se giraba cuando pasaba. El ruido de sus zapatos de tacón la precedía más que su fama, dicen que su cama era una pensión, que cada noche dormía teniendo por pijama a un amante distinto que sabía a tabaco y alcohol.

La perdí la pista cuando repitió el mismo curso por cuarta vez, años después me llegaron rumores de que se había casado con un prestigioso anticuario. Me acordé de ella cuando, revisando las fotos de mi niñez, reparé en aquellos ojos tan solitarios.

Hace un par de noches coincidí con ella en la puerta de un restaurante donde fui a cenar, la miré, me miró y seguía tan bella como lo había estado quince años atrás. Lucía traje de chaqueta bien ajustado y, como no, sus zapatos de alto tacón. Como complemento lucía a un famoso abogado y un bolsito de Chanel de negro charol. Me besó como quince años antes en aquellos lavabos dejándome marcadas las mejillas por sus labios rojos. Le pagué diciéndole; “qué poco hemos cambiado…”, pero me puso un dedo en los labios antes de acabar la frase. Seguía teniendo la soledad grabada en sus ojos, seguía siendo la chica mala de la clase.

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