domingo, 12 de agosto de 2012


Cuando se despertó de la siesta no sabía qué hora era; el sol entraba por las rendijas de la ventana con la misma intensidad que lo podría hacer tanto a las diez de la mañana cómo a las cinco de la tarde. Tardó unos segundos en ubicarse y en sacurdirse el sueño de la cabeza. Cuando se ubicó se levantó y se dirigió a la cocina a ponerse un café con hielo. Los dos cubitos flotando en el oscuro líquido le parecieron una metáfora de ellos mismos; fríos y distantes pero atrapados juntos en el mismo lugar, incapaces de vivir sin tocarse. Acabó el café y dejó a los cubitos de hielo fundirse solos en el vaso. Quizás el destino también les deparase a ellos un final así.

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