viernes, 31 de mayo de 2013
Vino sólo a
pasar el rato,
A prenderle
fuego a la barreras
Del dios de
los sensatos.
Al acabar me
dijo: “Tengo prisa”
Y a mí se me
escapó una sonrisa
De
inmediato.
“Cuéntame
aquello que quieras”,
Le dije
subiendo la barrera
De mi insano
desparpajo.
Y acabó
dejándose llevar,
Desnudándose,
sin pensar,
De corazón
para abajo.
Tenía dolor
en la mirada,
La cabeza
puesta en la almohada,
La
desilusión se le veía a ciegas.
Me habló del
amor y las mentiras
Y me dijo
que me contaría su vida
En cómodas
entregas,
Las veces
que volviera.
Las veces
que volviera.
Quiso
abrirse de todas la maneras…
Saltarse
todas las barreras del corazón
Y de la
hambruna.
Y
convertimos aquello en un festejo
Y
llenándonos de besos
Nos encontró
la luna.
Jugando a
hacerme el insensato
Le dije:
“Cuéntame aquello que quieras”.
Venía sólo a
pasar el rato,
Podría
haberse ido cuando quisiera…
Dos o tres
noches después,
Mientras
intentaba leer
Antes de
quedarme dormido,
Otro chico
pico a la puerta de mi ilusión
Y entrando
en mi habitación
Perdimos el
sentido.
Prendimos fuego a la llama de la pasión
Y luego él
sobre el colchón
Cayó
abatido a la espera
De que le
dijese vete o quédate,
Pero
mirándole a los ojos, “Cuéntame -
Le dije -
Aquello que quieras”.
Tenía dolor
en la mirada,
La cabeza
puesta en la almohada,
La
desilusión se le veía a ciegas.
Me habló del
amor y las mentiras
Y me dijo
que me contaría su vida
En cómodas entregas,
Las veces
que volviera.
Las veces
que volviera.
Quiso
abrirse de todas la maneras…
Saltarse
todas las barreras del corazón
Y de la
hambruna.
Y
convertimos aquello en un festejo
Y
llenándonos de besos
Nos encontró
la luna.
Jugando a
hacerme el insensato
Le dije:
“Cuéntame aquello que quieras”.
Venía sólo a
pasar el rato,
Podría
haberse ido cuando quisiera…
Un par de
días después
En la
estación del tren
Una mirada
azul se cruzó en mi trayectoria.
Dos horas
después de haberle conocido
Me encendí
un cigarrillo
Mientras me
iba desgranando su historia.
Jugando a
hacerme el insensato
Le dije:
“Cuéntame aquello que quieras”.
Venía sólo a
pasar el rato,
Podría
haberse ido cuando quisiera…
jueves, 30 de mayo de 2013
La historia de todos contada por..
J.Tello
martes, 28 de mayo de 2013
Le conocí una noche en una discoteca. Él estaba llorando y
una amiga en común le consolaba. No le había visto nunca o, por lo menos, no
había reparado en él. Pero aquella noche, un tipo le había roto el corazón y él se
desesperaba entre lágrimas. Me acerqué con más curiosidad por su llanto que por
su historia y me conmovió la ternura que le rodeaba. Entre lágrimas me miró y
nunca olvidaré su mirada.
Comenzamos a vernos más a menudo; empezamos a salir en el
mismo grupo de colegas y para mí dejó de ser el chico que lloraba para
convertirse en uno de mis mejores amigos. La vida hizo que compartiéramos
juergas, bebidas, confesiones e historias y un día, sin saber cómo, tumbados el
uno al lado del otro, en la cama de su habitación, la película que veíamos pasó
a un segundo plano. Me besó como no me había besado nadie y en la semioscuridad
de aquella habitación mientras Clark Gable cogía en brazos por última vez a
Vivien Leigh, él me abrazaba a mí por vez primera.
Estuvimos un año y medio besándonos en la semioscuridad de
su habitación o de la mía; un año y medio enrollándonos sin que nadie supiera
nada; un año y medio abrazándonos cuando nos quedábamos a solas… buscándonos
cuando nos quedábamos a solas.
Sé que aquello duró un año y medio porque el tiempo al final
así nos lo dijo. Pero podría pensar que había durado un año o un mes o incluso
tan sólo un día. Fui muy feliz en aquella época, quizás porque me dejé llevar
por primera vez en mi vida sin pensar en nada y sin pensar en nadie o quizás,
porque sólo fui capaz de pensar en alguien. No tengo la sensación de haber
vivido aquella época con ansiedad ni angustia, ni tengo la sensación de haberlo
vivido como un problema porque como no teníamos ningún pacto que nos impidiese
conocer a otros, querer a otros, amar a otros, quizás fue por eso que sólo
recuerdo que la vida se permitió el lujo de rodar tranquila y quizás, sólo
quizás, fue por eso que fui tan feliz que me enamoré.
No me había enamorado nunca de aquella manera y se lo hice
saber de la forma que suelo hacer casi todo en mi vida; directo al corazón y
sin titubeos. Me abrí el pecho delante de él y le pedí un pasado: pasado, un
presente: diario, un futuro: en conjunto. Pero él, asustado por quebrarle los
esquemas, por miedo a perder más de lo que ganara, me dijo que no y yo, que soy
tozudo de cabeza y de corazón, me propuse conquistarlo palmo a palmo, gesto a
gesto.
Una noche de mayo, ebrios de alcohol y de amor, él me besó y
comenzamos nuestra más tierna historia.
No teníamos experiencia en amar a nadie, así que comenzamos
queriéndonos de golpe y sin tapujos; probándonos con las bocas, tocándonos con
los ojos, mirándonos con los dedos. Gritamos a los cuatro vientos que nos
queríamos y que estábamos juntos, y conseguimos convertir de alguna manera, lo excepcional en cotidiano.
Nunca me sentí un abanderado del amor, pero sé que amé y sé que para muchos
fuimos durante una época una excepción, una pareja, una esperanza…
Siempre recordaré aquello como si se tratase de un viaje en
coche. Como un placentero viaje que haces con otra persona y en el que
disfrutas de ir descubriendo de ti y del otro sentimientos que pensabas que
nunca tendríais. Disfrutando del paisaje, sintiendo en la cara la fresca brisa,
notando como la vida pasa tranquila y descubres que estás siendo feliz, tan
feliz que no eres consciente de ello.
Pero un día, no sé en qué momento, decidí acabar aquel
viaje.
No sé en qué momento me pasó, no sé en qué momento comencé a
tener la necesidad de ir perdiendo velocidad en aquel viaje, pero un día me
sorprendí a mí mismo apagando el motor y parando en medio de la carretera para
poner mis pies sobre el asfalto y sentir ese agobio en el cuello del que tiene
que hacer lo que tiene que hacer. Como si de un puzzle se tratara, la última
pieza me quemaba en la boca y una tarde a quemarropa le dije que le había
dejado de amar para comenzar a quererle.
No fue fácil para mí y mucho menos para él. Le propuse un
futuro en común y ahora, años después, allí estaba diciéndole que la eternidad
se acababa, que había que despertar del sueño, que teníamos que bajar las
escaleras del pedestal que habíamos subido. Creo que no me odió lo suficiente,
que se quedó corto con los reproches. Yo que le había prometido que seguiríamos
bailando cuando todos hubiesen marchado, tenía la desfachatez de decirle que
quería parar la música de aquel baile.
Sé que por mucho que viva, nadie nunca llegará a quererme
como él lo hizo y sé que para él hoy, esté donde esté, es difícil pensar que yo
me puedo preocupar por él. Pero una vez le dije que estuviese en Moscú, Tokio o
Nueva York, siempre habría una persona que se preocuparía por él y eso es
verdad y continúa siendo así.
La noche que le acompañé a casa de unos amigos con un par de
maletas, estuve cinco minutos esperando en la puerta para que, si le daba por
darse la vuelta y mirar atrás, viera que seguía allí. No quería que se girase y
no encontrase a nadie. Aquella misma noche cuando volvía sólo a casa, descubrí que
la soledad es como la humedad que una vez que te cala, no te abandona. Y tiempo
después, me sorprendí a mí mismo mendigando un beso o un abrazo y dándome
cuenta de que uno no elige estar solo, sino tener o no tener compañía, que es
muy diferente.
A días de hoy, todavía me cuesta dejar de conjugar los verbos
en plural y hacerlos en singular, pero cuando vuelvo la vista atrás sólo
recuerdo un plácido viaje que me pasó volando y del que guardo muy buen
recuerdo.
Hoy he vuelto a ir a aquella cafetería y me he pedido el café. Me he sentado en una de las mesas del fondo y he abierto el cuaderno por la primera página en blanco que he encontrado. He buscado un bolígrafo en los bolsillos de la chaqueta y, esperando que me viniese la inspiración, he comenzado a garabatear en el cuaderno.
La camarera, aquella chica rubia que nos conoce, me ha traído el café y al verme cuaderno y bolígrafo en mano me ha preguntado que si soy dibujante y le he dicho que sí. Ilusionada se ha sentado en mi mesa y me ha pedido que la retratase mientras giraba la cabeza hacia un lado y levantaba la barbilla en alguna pose más aprendida que practicada, hablando sin parar y recolocándose de vez en cuando aquellas gafas negras de pasta que tan bien le quedan con sus ojos azules.
Yo, que no tenía humor para retratos, he comenzado a escribir un par de frases en el cuaderno, mientras ella no paraba de explicarme alguna cosa sobre su madre y su novio.
Cuando ya llevaba más de media hoja del cuaderno escrito, ella ha pensado que estaba pasando de ella e indignada se ha levantado de la mesa y ha vuelto tras la barra mientras no paraba de refunfuñar.
Cuando he acabado el relato, he cerrado el cuaderno, se lo he dado y he salido por la puerta. Creo que antes de marchar me ha parecido que lloraba.
Otro cuaderno que regalo y otro bar al que no podré volver más. Otra historia, como la mía, que acaba igual.
jueves, 23 de mayo de 2013
Blasfemo en rimas endecasílabas,
Me cabreo y me pongo a escribir sonetos,
Me redimo de mis actos en tercetos.
De mi vida cuento todo, hasta las sílabas.
Pienso, día y noche, sólo en hallar el tema.
Eructo en prosa, bostezo en poesía,
Vivo toda mi vida como una alegoría
Y soy visceral hasta en mis poemas.
Hablo con retruécanos, en hipérboles vivo,
Cual Yoda en hipérbaton altero lo que digo
Y hallar la metáfora perfecta es mi única meta.
La paradoja es que ante tal mosaico
Pudiera pensar alguien que soy prosaico,
Yo que soy un metafórico poeta.
miércoles, 22 de mayo de 2013
En esta
dualidad yo me debato
Donde no sé
si acercarme o estar lejos,
Donde no sé
si te alejas pensando que te ato
O te acercas
pensando que me alejo.
A veces,
cansado, en mi empeño cejo
Pues es
cansado este baile insensato
Y otras
veces creo que se trata de un cortejo
Y bailo sin que
me importe bailar todo el rato.
A veces,
claudico y me alejo y tú te acercas
Y luego,
cuando resulta que me tienes cerca,
Te alejas y
yo de nuevo me descentro.
Otras veces
pongo todo de mi parte
Y me acerco
bien cerquita para buscarte
Y a veces te
hallo y otras no te encuentro.
martes, 21 de mayo de 2013
La cámara enfoca desde atrás a dos ancianos sentados en un
sofá. Por la imagen que podemos ver, observamos que la habitación es amplía y que
en el fondo, frente a nosotros, hay una televisión encendida que emite en bucle
anuncios de la teletienda. La cámara está quieta y de los ancianos sólo vemos
ambas cabezas, los hombros y los pies asomando por debajo de un sofá de dos
plazas. Por lo que vemos de la habitación, podemos descubrir que se trata de
una sala de estar amplia, iluminada por grandes ventanales que no vemos y donde
una gran planta interior, algunos sillones y sofás y poco más, hacen de
mobiliario y decoración.
Si la cámara girase hacia la derecha podríamos ver un gran
jardín cuidado con esmero y a un grupo de ancianas sentadas al sol jugando al
dominó. Veríamos que fuera es otoño, que el césped está lleno de hojas secas y
que la luz nos indica con todo acierto que son las siete de la tarde. Sin embargo
la cámara no se mueve y, un plano fijo, nos sigue mostrando a los dos ancianos
sentados el uno al lado del otro.
Los anuncios de la teletienda repiten sin parar grandes
descuentos en aparatos inservibles mientras los dos ancianos miran la
televisión con detenimiento. El que está a la derecha de nuestra imagen, gira
levemente la cabeza en dirección al que está a su lado y, con su movimiento,
descubrimos el rostro de un anciano que debe rondar los ochenta años. Está
perfectamente afeitado y tiene el pelo canoso peinado hacia un lado, notándose
perfectamente los surcos que el peine le dejó en el pelo.
El anciano que vemos a la izquierda de la imagen está
totalmente inmóvil. Tiene la piel del cogote totalmente arrugada y el cabello
repeinado y amarillo debido, seguramente, a que las cuidadoras de la residencia
se lo humedecen, al peinarle, con colonia en lugar de con agua. En este
momento, el anciano de la izquierda parece totalmente ajeno a la mirada que el
anciano de la derecha le está haciendo y más ajeno aún a la mano que el anciano
de la derecha ha comenzado a mover en dirección a él. Su Alzheimer no le
permite percibir que está siendo observado.
Son apenas treinta centímetros la distancia que separa un
anciano del otro, pero para el anciano de la derecha aquellos treinta
centímetros suponen un largo recorrido, no por la dificultad para realizarlos
con su mano, sino por la discreción con la que lo debe hacer para que nadie le
vea. A escasos dos centímetros, el anciano de la derecha detiene su movimiento
y gira la cabeza en ambas direcciones comprobando que nadie le observa. Cuando
está seguro de que nadie le ve, continúa alargando la mano y con sumo cuidado
la pone sobre el anciano de la izquierda que ajeno a todo, continúa con la
mirada al frente.
El anciano de la derecha mira con cariño al anciano de la
izquierda y notando en su mano el calor de su compañero de sofá, vuelve a mirar
al frente.
En ese momento, la cámara inicia un lento alejamiento hacia
el exterior y podemos ver que hemos estado viendo la escena desde una ventana
situada a la espalda de ambos ancianos. Desde ahí, comienza a alejarse dejando
entrever una de las paredes de la residencia que se va haciendo cada vez más
pequeña, descubriéndonos primero parte del tejado y luego toda la residencia en
sí, permitiéndonos observar incluso a las ancianas jugando al dominó en el
jardín.
La cámara se aleja tanto que nos permite ver en un primer
momento como la residencia forma parte de una zona residencial para,
posteriormente, desaparecer oculta en un sinfín de casas casi idénticas con el
mismo tejado y un parecido césped.
Con un fundido a negro, la cámara nos ciega toda visión para
segundos más tarde irse aclarando la imagen y permitirnos descubrir, en lo que
parece ser la semioscuridad de una habitación, al anciano que antes veíamos en
la parte derecha de la pantalla tumbado en la cama sacando una mano por debajo
de las sábanas y acercándola al anciano de la izquierda de la pantalla al que
ahora podemos ver mirando a cámara y con la mano sacada entre los barrotes de
las barandillas de su cama.
En la semioscuridad de la habitación, las dos manos se
juntan y ambos ancianos cierran los ojos a la vez. La cámara vuelve a hacer un
fundido a negro. Para uno de los dos aquel fundido a negro es definitivo.
jueves, 16 de mayo de 2013
Igual que el huracán que a su paso
Arrasa con todo aquello que toca,
De la misma manera yo arraso
Con todo aquello que en mí algo provoca.
El huracán dura unas horas o acaso
Unos días, pero luego al fracaso se aboca.
Yo, por el contrario, sólo me vuelvo escaso
Al chocar contra el cielo de tu boca.
El huracán arranca de raíz palmeras,
Casas, coches, bancos, mil quimeras
Que tras la tempestad vuelven a ser creadas.
Mi destrucción es tal que lo que yo toco
Lo suelo dejar siempre tan roto
Que después es imposible construir nada.
miércoles, 15 de mayo de 2013
Ramón*,
Déjame que hoy te escriba en el lenguaje del s.XXI:
Siempre tuyo
J.Tello
* Ramón Capote es el autor de http://pasivasygolosas.blogspot.com.es/ , blog donde podéis leer la carta que motivo este texto.
lunes, 13 de mayo de 2013
Descósenos despacio, poquito a poco,
Ves tirando del hilo de nuestros temores.
Concédenos el placer de tener los honores
De ver como conviertes al más cuerdo en loco.
Ilumínanos a los que estamos fuera de foco,
Cautivamos con esa prosa de colores,
Donde el blanco no es negro y los lectores
Saben que negro es no blanco tampoco.
Aléjanos de los remiendos de la vida,
Sigue demostrándonos que las heridas
Se cosen con la constancia del empeño.
Levanta la voz, el corazón o la mirada,
Pero la pluma no la levantes para nada
Pues con ella coses el hilo de los sueños.
A http://lavidaremendada.blogspot.com.es . Imposible no ser seguidor de este blog.
Esta tarde olerá a México lindo,
A coronitas, a mariachis, a tequilas.
Esta tarde, aunque huela a domingo,
Será un sábado noche sin medida.
Derroche de petardeo y pelucón,
México en el corazón de Raphaella.
Esta tarde tendrá ese gusto dulzón
A pluma, a taconazo, a lentejuela.
No puedes pensar en faltar, pendejo,
Este domingo habrá un festejo
Muy chingón con todos los cuates.
Este domingo se dejan de lado las tilas.
Este domingo se toman con tequila
Los churros con chocolate.
sábado, 11 de mayo de 2013
No sé si alguna vez te lo he dicho, pero para mi tú eres como ese rastro blanco que dejan los aviones en el cielo. Como esa línea divisoria capaz de dividir en dos el azul del cielo. Ese pequeño milagro que llega sin avisar, que viene y se va, que nunca sabes cuando volverá. No sé si alguna vez te lo he dicho, pero para mi tú eres como ese rastro blanco que dejan los aviones en el cielo y yo sólo me pregunto cuánto empezaremos a volar.
viernes, 10 de mayo de 2013
No fui consciente hasta aquel mismo momento de que mi nombre
había corrido como la pólvora por los pasillos del congreso. Quizás era fácil
destacar entre quinientos asistentes femeninos y apenas veinte masculinos o
quizás era simplemente que muchos de los asistentes habían puesto sus ojos en
mí por alguna extraña razón.
No me había pasado en
absoluto por alto que las dos personas con las que había tenido que compartir
mesa durante el desayuno supiesen perfectamente mi lugar de trabajo, mi nombre
y mi apellido sin yo conocerlas de nada, y que sus ojos y sus palabras hubiesen
intentado convertirse en cuchillos mucho más puntiagudos que con el que yo
intentaba esparcir la mantequilla sobre la tostada.
Por lo que quiera que fuese, se habían fijado en mí todas
las miradas y los brunchs de pie, en los que yo pensaba que pasaba
desapercibido intentando encontrar algo de proteína entre tan monotemático menú
de hidratos de carbono. Parecía que se había convertido en un escaneado
completo de mi persona moviéndose entre las mesas cargadas de comida y el resto
de asistentes.
No fue hasta aquel momento en que, en la semioscuridad de
aquellas escaleras, una persona se acercó a mí y, cogiéndome del brazo, me
susurró al oído: “Te están vigilando”. Cuando me di cuenta de que aquello, más
que una llamada de atención, era una advertencia. La luz azul que desprendían
los neones incrustados en las escaleras me cegaron momentáneamente la visión y
la cabeza. ¿A mí? ¿Por qué? ¿Para qué?
A apenas diez escalones del final de la escalera y con casi
todos los invitados ya sentados en las mesas de la cena de clausura, cogí aire
lentamente por la nariz y lo exhalé lentamente. Repetí la operación de nuevo
envuelto en aquel aura azulado y con las miradas dispuestas hacia mí, emprendí
el ascenso por los diez escalones.
Cuando llegué arriba todos me miraron y con una leve sonrisa
hice un gesto con la cabeza. Con determinación, caminé hacia el sitio libre que
había en mi mesa y, sin dejar de sonreír y mirando un segundo al resto de
comensales, me disculpé y me senté.
La presidenta del congreso inició un largo discurso mientras
las miradas de curiosidad iban y venían hacia mi persona. Yo no dejaba de
sonreír.
Cinco horas después, cuando acabó el discurso, la cena y el
baile, descubrí al abrir la puerta de mi habitación en el hotel, que mi nombre
no había pasado desapercibido en aquel congreso para nadie. Al otro lado de la
puerta, mi nombre y mi apellido sonaron en aquellos labios. Fue lo único que él llegó a pronunciar antes
de quitarse su camisa azul.
miércoles, 8 de mayo de 2013
No soporto los cambios horarios, me trastornan. Supongo que el hecho de no soportarlos se debe a que soy muy impaciente y a que un cambio horario no deja de ser una completa paradoja para alguien a quien le gustaría tener la completa gestión del tiempo. Si fuese así, si pudiese mover el tiempo a mi antojo, podría robarte unos segundos de tu apretada agenda, volver hacia atrás para revivir aquella tarde o acelerar el tiempo hacia delante para saber - aunque ya lo sepa - lo que pasará.
Aquí, a pesar de los cambios horarios, el tiempo toma otra medida; una medida personal y única; una medida de la que me siento orgulloso. Aquí el tiempo no se mide en segundos, aquí el tiempo se mide en mis latidos.
Aquí, a pesar de los cambios horarios, el tiempo toma otra medida; una medida personal y única; una medida de la que me siento orgulloso. Aquí el tiempo no se mide en segundos, aquí el tiempo se mide en mis latidos.
martes, 7 de mayo de 2013
Como si
hubieran apagado de repente
La luz de la
vela que me iluminaba.
Como si la
pequeña llama que me cegaba
Se hubiese
consumido de forma urgente.
Como si la
oscuridad, por accidente,
Hubiese teñido
todo lo que me rodeaba.
Como si
estirase las manos y la nada
Me envolviese
de forma insolente.
En esta
oscuridad llamo al hombre
Y el eco me
responde con mi nombre.
Creí que éramos,
del imán, el mismo polo.
Qué triste
soledad, qué desamparo.
Ahora, que
se apagó la luz del faro,
Descubrí que
en verdad estamos solos.
domingo, 5 de mayo de 2013
Nos conocíamos muy poco, sólo nos habíamos dado cien besos,
setenta caricias, algunos achuchones. Mi
cuerpo se había enredado alguna vez en su cuerpo, mis piernas habían jugado en
alguna ocasión con sus piernas al twister. Su boca sabía como sabía mi boca, mi
lengua sabía como sabía su piel. Mi nariz se había quedado impregnada sólo por
un momento del olor de su nuca, mis manos sólo le habían recorrido una y otra
vez. Mis dedos sólo habían buscado en cincuenta ocasiones sus dedos para entrelazarse.
Nunca había oído más de un minuto sus respiraciones, nunca su corazón había
latido más de diez veces por mí.
Nos desconocíamos tanto que, en un par de ocasiones, incluso
nuestros dientes habían chocado entre sí.
Me tumbé sobre él y puse mi cabeza en su pecho. Despeiné su
cabello con mi mano otra vez. Le dije bajito: “Cuéntame algo”. Nos conocíamos
tan poco que comenzó la historia al revés.
Miguel maquilló con esmero a la anciana. Había
pasado casi una hora arreglándole el cabello, poniéndole un rulo aquí y otro
allá, para conseguir que su pelo tuviese los rizos en perfecto estado, cuando
comenzó con el maquillaje. Comenzó aplicando una escasa base de
maquillaje por toda la cara, cuello y parte del pecho. La anciana era demasiado
pálida como para aplicarle demasiada base de color, pero dejarla sin ninguna
hubiese sido de muy poco acierto. Miguel llevaba años haciendo esto, sabía
perfectamente que su trabajo consistía en devolverle a los rostros esa belleza
perdida hace años o quizás en tan solo unos segundos.
Retiró con unas pinzas algún pelo del entrecejo y del
bigote. Tendría que haberlo hecho antes de aplicar la base de maquillaje, pero
nunca había pensado que una mujer tan bien conservada como aquella y, porque no
decirlo, tan bella, pudiese tener algún
díscolo pelo mal situado. Debió haber sido muy bella, pensó Miguel. Para su
edad, se conservaba muy bien y se notaba que era de aquellas mujeres que no
había trabajado en nada más que en cuidarse a sí misma. Quizás fuese la esposa
de algún embajador o la viuda de algún rico noble o, quizás simplemente, había
nacido en una familia adinerada .El caso es que, sólo por su cara, se le
reconocía un nivel de vida que para Miguel destacaba por encima de todos los
que había visto hasta entonces.
Comenzó con un ligero toque de azul claro en los párpados,
remarcando en un negro azulado la línea de los ojos. “Algo discreto y elegante como
tú”, pensó Miguel para sí. Aplicó unos toques de azul más oscuro sobre la parte
exterior de los párpados para darle una menor amplitud al rostro y terminó
aplicando un suave rosa carne sobre los labios. Con cariño recolocó uno de los
rizos que durante el maquillaje se había movido y, cogiendo el bote de laca, lo
intentó fijar de nuevo.
Se alejó de ella unos metros, admirando su pequeña obra de
arte y, mirando hacía la repisa del fondo, se alejó en esa dirección para coger
el espejo de mano que, segundos después,
colocó a una distancia prudencial frente a la cara de la anciana. Cualquiera
que hubiese podido ver la escena hubiese pensado que aquél no era nada más que
un gesto de mofa por parte de Miguel, pero los que le conocían sabían que era
la culminación de su trabajo. Hecho eso, dejó el espejo en la estantería,
recogió sus utensilios y apagó la luz.
En la oscuridad de la sala el rostro de la anciana
continuaba igual de relajado y de bello. Una gota de sangre rodó desde su nariz
a la fría mesa de metal estropeando el trabajo de Miguel. La anciana ni se
movió.
Es fácil ponerse a escribir un soneto,
Para ello sólo hace falta tener argumento.
Si lo tienes verás que es un momento
Lo que tardas es llenar el primer cuarteto.
Superados los cuatro versos, el reto
Es continuar con la rima en aumento
E insuflarle la vida en ese aliento
Que separa lo inerte de lo completo.
Pon una letra, otra letra... Las palabras
Hay que dejar que poco a poco se abran
Entre las manos como si fuesen una rosa.
Nunca temas pincharte con la rima,
pues aunque como rosa tiene sus espinas,
Ya ves que escribir un soneto es poca cosa.
Para ello sólo hace falta tener argumento.
Si lo tienes verás que es un momento
Lo que tardas es llenar el primer cuarteto.
Es continuar con la rima en aumento
E insuflarle la vida en ese aliento
Que separa lo inerte de lo completo.
Hay que dejar que poco a poco se abran
Entre las manos como si fuesen una rosa.
pues aunque como rosa tiene sus espinas,
Ya ves que escribir un soneto es poca cosa.
jueves, 2 de mayo de 2013
No me asustes, Capote, con tu mutis
Y déjame que culpe al cartero.
El rictus que transmite hoy mi cutis,
No consigue transmitirlo este sonajero.
¿Dónde quedó, Capote, ese útil
Vicio de cartearnos? Siendo sinceros,
¿Dónde quedó ese puedo y quiero?
¿Dónde esa promesa ahora inútil?
¿Quién volvió a tus letras tan morosas?
¿Quién agrió tus palabras golosas?
¿Quién nos dejó naufragar a la deriva?
Levántate, Ramón, como tu tupé
Y demuestra a todos que tu web
Es tan versátil que puede dejar de ser pasiva.
Y déjame que culpe al cartero.
El rictus que transmite hoy mi cutis,
No consigue transmitirlo este sonajero.
Vicio de cartearnos? Siendo sinceros,
¿Dónde quedó ese puedo y quiero?
¿Dónde esa promesa ahora inútil?
¿Quién agrió tus palabras golosas?
¿Quién nos dejó naufragar a la deriva?
Y demuestra a todos que tu web
Es tan versátil que puede dejar de ser pasiva.
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