La cámara enfoca desde atrás a dos ancianos sentados en un
sofá. Por la imagen que podemos ver, observamos que la habitación es amplía y que
en el fondo, frente a nosotros, hay una televisión encendida que emite en bucle
anuncios de la teletienda. La cámara está quieta y de los ancianos sólo vemos
ambas cabezas, los hombros y los pies asomando por debajo de un sofá de dos
plazas. Por lo que vemos de la habitación, podemos descubrir que se trata de
una sala de estar amplia, iluminada por grandes ventanales que no vemos y donde
una gran planta interior, algunos sillones y sofás y poco más, hacen de
mobiliario y decoración.
Si la cámara girase hacia la derecha podríamos ver un gran
jardín cuidado con esmero y a un grupo de ancianas sentadas al sol jugando al
dominó. Veríamos que fuera es otoño, que el césped está lleno de hojas secas y
que la luz nos indica con todo acierto que son las siete de la tarde. Sin embargo
la cámara no se mueve y, un plano fijo, nos sigue mostrando a los dos ancianos
sentados el uno al lado del otro.
Los anuncios de la teletienda repiten sin parar grandes
descuentos en aparatos inservibles mientras los dos ancianos miran la
televisión con detenimiento. El que está a la derecha de nuestra imagen, gira
levemente la cabeza en dirección al que está a su lado y, con su movimiento,
descubrimos el rostro de un anciano que debe rondar los ochenta años. Está
perfectamente afeitado y tiene el pelo canoso peinado hacia un lado, notándose
perfectamente los surcos que el peine le dejó en el pelo.
El anciano que vemos a la izquierda de la imagen está
totalmente inmóvil. Tiene la piel del cogote totalmente arrugada y el cabello
repeinado y amarillo debido, seguramente, a que las cuidadoras de la residencia
se lo humedecen, al peinarle, con colonia en lugar de con agua. En este
momento, el anciano de la izquierda parece totalmente ajeno a la mirada que el
anciano de la derecha le está haciendo y más ajeno aún a la mano que el anciano
de la derecha ha comenzado a mover en dirección a él. Su Alzheimer no le
permite percibir que está siendo observado.
Son apenas treinta centímetros la distancia que separa un
anciano del otro, pero para el anciano de la derecha aquellos treinta
centímetros suponen un largo recorrido, no por la dificultad para realizarlos
con su mano, sino por la discreción con la que lo debe hacer para que nadie le
vea. A escasos dos centímetros, el anciano de la derecha detiene su movimiento
y gira la cabeza en ambas direcciones comprobando que nadie le observa. Cuando
está seguro de que nadie le ve, continúa alargando la mano y con sumo cuidado
la pone sobre el anciano de la izquierda que ajeno a todo, continúa con la
mirada al frente.
El anciano de la derecha mira con cariño al anciano de la
izquierda y notando en su mano el calor de su compañero de sofá, vuelve a mirar
al frente.
En ese momento, la cámara inicia un lento alejamiento hacia
el exterior y podemos ver que hemos estado viendo la escena desde una ventana
situada a la espalda de ambos ancianos. Desde ahí, comienza a alejarse dejando
entrever una de las paredes de la residencia que se va haciendo cada vez más
pequeña, descubriéndonos primero parte del tejado y luego toda la residencia en
sí, permitiéndonos observar incluso a las ancianas jugando al dominó en el
jardín.
La cámara se aleja tanto que nos permite ver en un primer
momento como la residencia forma parte de una zona residencial para,
posteriormente, desaparecer oculta en un sinfín de casas casi idénticas con el
mismo tejado y un parecido césped.
Con un fundido a negro, la cámara nos ciega toda visión para
segundos más tarde irse aclarando la imagen y permitirnos descubrir, en lo que
parece ser la semioscuridad de una habitación, al anciano que antes veíamos en
la parte derecha de la pantalla tumbado en la cama sacando una mano por debajo
de las sábanas y acercándola al anciano de la izquierda de la pantalla al que
ahora podemos ver mirando a cámara y con la mano sacada entre los barrotes de
las barandillas de su cama.
En la semioscuridad de la habitación, las dos manos se
juntan y ambos ancianos cierran los ojos a la vez. La cámara vuelve a hacer un
fundido a negro. Para uno de los dos aquel fundido a negro es definitivo.
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