martes, 21 de mayo de 2013

La cámara.



La cámara enfoca desde atrás a dos ancianos sentados en un sofá. Por la imagen que podemos ver, observamos que la habitación es amplía y que en el fondo, frente a nosotros, hay una televisión encendida que emite en bucle anuncios de la teletienda. La cámara está quieta y de los ancianos sólo vemos ambas cabezas, los hombros y los pies asomando por debajo de un sofá de dos plazas. Por lo que vemos de la habitación, podemos descubrir que se trata de una sala de estar amplia, iluminada por grandes ventanales que no vemos y donde una gran planta interior, algunos sillones y sofás y poco más, hacen de mobiliario y decoración.

Si la cámara girase hacia la derecha podríamos ver un gran jardín cuidado con esmero y a un grupo de ancianas sentadas al sol jugando al dominó. Veríamos que fuera es otoño, que el césped está lleno de hojas secas y que la luz nos indica con todo acierto que son las siete de la tarde. Sin embargo la cámara no se mueve y, un plano fijo, nos sigue mostrando a los dos ancianos sentados el uno al lado del otro.

Los anuncios de la teletienda repiten sin parar grandes descuentos en aparatos inservibles mientras los dos ancianos miran la televisión con detenimiento. El que está a la derecha de nuestra imagen, gira levemente la cabeza en dirección al que está a su lado y, con su movimiento, descubrimos el rostro de un anciano que debe rondar los ochenta años. Está perfectamente afeitado y tiene el pelo canoso peinado hacia un lado, notándose perfectamente los surcos que el peine le dejó en el pelo.

El anciano que vemos a la izquierda de la imagen está totalmente inmóvil. Tiene la piel del cogote totalmente arrugada y el cabello repeinado y amarillo debido, seguramente, a que las cuidadoras de la residencia se lo humedecen, al peinarle, con colonia en lugar de con agua. En este momento, el anciano de la izquierda parece totalmente ajeno a la mirada que el anciano de la derecha le está haciendo y más ajeno aún a la mano que el anciano de la derecha ha comenzado a mover en dirección a él. Su Alzheimer no le permite percibir que está siendo observado.

Son apenas treinta centímetros la distancia que separa un anciano del otro, pero para el anciano de la derecha aquellos treinta centímetros suponen un largo recorrido, no por la dificultad para realizarlos con su mano, sino por la discreción con la que lo debe hacer para que nadie le vea. A escasos dos centímetros, el anciano de la derecha detiene su movimiento y gira la cabeza en ambas direcciones comprobando que nadie le observa. Cuando está seguro de que nadie le ve, continúa alargando la mano y con sumo cuidado la pone sobre el anciano de la izquierda que ajeno a todo, continúa con la mirada al frente.

El anciano de la derecha mira con cariño al anciano de la izquierda y notando en su mano el calor de su compañero de sofá, vuelve a mirar al frente.

En ese momento, la cámara inicia un lento alejamiento hacia el exterior y podemos ver que hemos estado viendo la escena desde una ventana situada a la espalda de ambos ancianos. Desde ahí, comienza a alejarse dejando entrever una de las paredes de la residencia que se va haciendo cada vez más pequeña, descubriéndonos primero parte del tejado y luego toda la residencia en sí, permitiéndonos observar incluso a las ancianas jugando al dominó en el jardín.

La cámara se aleja tanto que nos permite ver en un primer momento como la residencia forma parte de una zona residencial para, posteriormente, desaparecer oculta en un sinfín de casas casi idénticas con el mismo tejado y un parecido césped.

Con un fundido a negro, la cámara nos ciega toda visión para segundos más tarde irse aclarando la imagen y permitirnos descubrir, en lo que parece ser la semioscuridad de una habitación, al anciano que antes veíamos en la parte derecha de la pantalla tumbado en la cama sacando una mano por debajo de las sábanas y acercándola al anciano de la izquierda de la pantalla al que ahora podemos ver mirando a cámara y con la mano sacada entre los barrotes de las barandillas de su cama.

En la semioscuridad de la habitación, las dos manos se juntan y ambos ancianos cierran los ojos a la vez. La cámara vuelve a hacer un fundido a negro. Para uno de los dos aquel fundido a negro es definitivo.



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