viernes, 28 de septiembre de 2012


El esfuerzo.

Se reclinó un poco hacia atrás en la tumbona. Llevaba diez días sin salir a la terraza porque la lluvia no había dado tregua, así que se agradecía aquella buena temperatura aunque el cielo estuviese algo nublado. Se reclinó un poco más hacia atrás y se dispuso a disfrutar o a descansar, según se mirase, porque había tardado casi veinte minutos en recorrer los dos pasillos y en bajar los dos tramos de escalera que separaban su habitación de la terraza. Algo dentro de sí le había dicho que merecía la pena, que debía intentarlo y hasta su viejo caminador dejó de chirriar, como si él también aguantase la respiración, cuando pasó por delante del control de enfermeras.

Una suave brisa le recorrió el cuerpo y tal fue su relajación que tuvo que empujar hacía arriba, con la lengua, la dentadura porque, una vez más, se le había despegado.

Había sido una primavera llena de lluvias y tenía ganas de que llegase el verano. Quien sabe si quizás fuese su último verano, pensó. Dos escasos rayos de sol se escaparon entre las nubes y le iluminaron el rosto. Sonrió. Había merecido la pena. El verano no había hecho más que comenzar.

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