domingo, 31 de marzo de 2013

La casa se llenó de pañuelos de papel.



La casa se llenó de pañuelos de papel; de pequeñas bolitas blancas, esparcidas aquí y allí. A través de la ventana vi como las palomas se posaban sobre los muros del convento de San Agustín y, dentro de casa, los relojes se empeñaban en marcar una hora ya pasada. El silencio lo inundaba todo. El sol lo inundaba todo.
Me desperté a la una y cuarto del mediodía sabiendo que era la una y cuatro. No me dio tiempo a dudar, ni tuve tiempo de titubear pensando si era verdad lo que había pasado. El sueño se esfumó en un segundo y la realidad me inundó como un tsumani, nada más abrir los ojos. Nunca noté tan de cerca la realidad.

A lo lejos se oyó la risa de un niño. No sé si aquello fue una señal de ironía o de esperanza.

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