Llevaba toda la noche durmiendo mal. Él no paraba de
despertarse y hacer ruido y ella ya no sabía qué hacer con él. Por la ventana
semiabierta entraba la luz de la calle, pero la cama de él quedaba en la
oscuridad así que cuando sintió que se intentaba levantar de la cama, se
incorporó y estiró la mano hasta la mesita de noche para encender la luz. Se
sentó en la cama y, tras ponerse las gafas, pudo ver que él seguía tumbado
sobre su cama en la otra punta de la habitación, sintió un gran cansancio en su
cuerpo.
Se levantó como pudo y, cogiendo un pañal del armario, se
acercó hacia él. Un arañazo le cruzó la cara y la sangre le comenzó a brotar
lentamente por una de las mejillas. Instintivamente se llevó la mano a la
herida. La noche no era lo suficientemente fría como para que no sintiese el
calor de la herida en la mejilla así que ésta le ardió mientras los ojos se le
empezaban a empañar. “Con lo dulce que es Marga con él – pensó – y que ya no se
deje cortar las uñas por ella…”
La verdad es que cada vez se estaba volviendo más violento.
Muy atrás quedaban aquellos días en los que ninguno de los dos daba importancia
a los primeros pequeños despistes. Lo que había comenzado restándosele
importancia había acabado convirtiéndose en lo más importantes para ellos.
Ya no existían aquellos días en los que sólo tenía alguna
que otra pequeña pérdida de memoria, ya no.
De olvidar las llaves, pasó a olvidar que se había dejado el coche en
marcha y de allí, pasó a olvidar la dirección de casa. Ahora, mientras ella
seguía con la mano en la mejilla, él estaba tumbado en aquella pequeña cama que
habían tenido que comprar cuando las patadas y los manotazos se hicieron
insoportables.
Ella intentó no parpadear para que las lágrimas no se le
derramasen, intentando ahogar los hipidos de llanto en la garganta para que él
no la viese así. A veces le daba la sensación que aquel hombre ya no era su
marido. Tenía su misma cara, su mismo cuerpo, sus mismas manos, pero era tan y
tan diferente que parecía que no era él.
Intentó cambiarle el pañal mientras él le cogía las manos
dificultándole más aun la labor. No era fácil mover sola a un hombre tan
grande.
Las lágrimas le rodaron mejillas abajo cuando se sorprendió
a sí misma pidiéndole a dios que acabase pronto con aquello. No era la primera
vez que lo hacía. Llevaba más de siete años cuidándole día y noche y cada vez
le resultaba más duro y más difícil. La asistenta social le había puesto hace
casi un año en lista de espera para una residencia y aunque sus hijos habían
intentado mirar un centro privado, la economía familiar no estaba tan bien como
para eso.
Al fin y al cabo, tampoco se trataba de eso. No se trataba
de que lo cuidasen otros, no. Se trataba de la necesidad de alargar aquella
vida. ¿A qué jugaba dios?
Ella, arrodillada a los pies de la cama, aquella noche
recordó cuando encontró hace años a su
pequeño hijo Daniel jugando en el patio trasero de la casa con una lupa. El
pequeño utilizaba los rayos de sol que pasaban por la lupa para proyectarlos
sobre una de las cientos de hormigas que entraban y salían del hormiguero. La
elegida nunca tenía posibilidad de vivir, por mucho que corriese, el rayo de
luz la perseguía hasta que caía fulminada. Aquel día tuvo la sensación de que
dios también mataba así; de forma caprichosa y sin razón, eligiendo al azar.
Condenándoles a todos.
Arrodillada aún al lado de él, ella se tapó la cara con las
manos y se secó las lágrimas. Apoyándose en la cama intentó levantarse sin que
la rodilla derecha le doliese, pero no lo consiguió. Sentada en la cama se dio
una pequeña friega con la mano en la rodilla y se tumbó de lado en la cama
mirando hacia él. Alargó la mano y apagó la luz.
Toda la habitación volvió a quedar en penumbra excepto la cama
de él, que estaba alumbrada por una de las farolas de la calle. A ella le
pareció extraño, ya que su cama estaba colocada justamente en aquel rincón para
que ninguna luz le incidiese y le molestase. Pensó por un momento en las
hormigas del jardín y una lágrima rodó mejilla abajo hasta la almohada. Se dio la
vuelta y apretó fuerte los ojos. El resto de la noche pudo dormir.
Joder... Dios... Q bueno....
ResponderEliminarCasi me saltan las lagrimas, leyendolo en mi mesa del despacho, con Madeleine Peyroux cantando "I can't Stop Loving You"...
Bello y desgarrador. Como podemos llegar a desear la muerte de alguien que amamos?
Dios existe, o existimos queriendo creer?
Y creer el q?
Como siempre gracias... Pero JODER, escribe cosas bonitas!!! ;-)