Querido Ramón:
Debo darte las gracias por tu carta por dos motivos: el
primero es porque siempre es agradable tener noticias tuyas y el segundo
porque, como te empeñas en enviármelas en esos sobres rosas tan mariquitas,
esta mañana el cartero me ha entregado en mano tu carta con un guiño y una
sonrisa y esa sonrisa me ha sentado bien. Hacía mucho que no veía a nadie
sonreír y mucho que ni yo mismo sonreía.
Quizás te sorprendas al leer esto y digas que fui yo quien
eligió venir y saltar al vacío, pero aun y así,
no me está resultando tan fácil como pensaba. No te lo dije en la carta
anterior, pero nada más bajarme del avión tuve la sensación de que la soledad
iba a acompañarme mucho más de lo que yo quisiera y así ha sido.
No sé si lo sabrás, pero la soledad no es como un infarto o
un relámpago que llegan de repente, no. La soledad es como las manchas de
humedad que aparecen en la pared, que llegan poquito a poco y piensas que es
cosa de un duro invierno, pero luego, con el tiempo, te das cuenta que no hay
primavera que acabe con ellas. Así es la soledad, esa sensación que te va
entrando sin avisar y que cala los huesos sin decencia ni permiso.
Yo siempre he dicho aquello que decía el maestro Antonio
Gala de que la soledad buena era si era elegida, pero ahora empiezo a darme
cuenta de que no hay soledad buena y que lo que se elige es tener o no tener
compañía que no es lo mismo que estar solo.
Hay días que me sorprendo a mí mismo bajando una y otra vez
al supermarket para que la cajera me pregunte qué tal estoy o qué tal el día. O
me encuentro sentado en la puerta de algún Starbucks, intentado robar wifi,
esperando a que el WhatsApp me traiga noticias de alguien para acabar, la
mayoría de las veces, echándole la culpa de su silencio al maldito cambio
horario. O me veo buscando por la calle personas como yo; personas solas.
Sé que no estoy sólo, pero es así como me siento. A veces
tengo la sensación de que me encuentro perdido en medio de esta gran ciudad que
ha sido mi deseo y a la que debo tomar el pulso. Como atrapado en medio de esa
“realificción”, a la que te refieres en tu carta, y en que no sabes que parte
es realidad y que parte es sólo ficción, en fin… Lo dejo, no quiero
preocuparte, estoy bien, soy fuerte y sé que sobreviviré. Además me sirve de
esperanza saber que está semana saldrá del hospital la Sra. Winks, mi adorable
vecina, donde ha estado recuperándose de un infarto y podré volver a tomar café
con ella y a hablarle de ti.
Ramón, esta vez de las letras mejor ni hablemos. Mis musas
no hablan el idioma de esta ciudad y mis letras se atascan en el teclado del
portátil con la misma facilidad que se atacaban las teclas de las antiguas máquinas
de escribir.
Me despido ya de ti y te repito que me alegra tener noticias
tuyas y ver que sigues tan desvergonzado como siempre.
Ah, y si ves a mi madre no se lo digas, pero cada vez que
hablo con ella por Skype desde el locutorio de la calle de abajo, me siento
como si fuese Raj Koothrappali llamando a sus padres a la India. El hindú ya me
conoce y cada noche que voy me mira con una media sonrisilla en los labios, a
sabiendas que el espectáculo va a ser mayúsculo. Yo le dejo hacer, ya sabes lo
falto que ando de sonrisas.
Un beso fuerte, Capote*.
Tu amigo
J.Tello
* Ramón Capote es
el autor de http://pasivasygolosas.blogspot.com.es/2013/04/post-2-post-2a.html
, blog donde podéis leer la segunda carta que motivó este texto.
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