Hoy me he reconocido a mí mismo en el autobús, entre el
montón de gente gris y triste que iba camino del trabajo. Me acompaño en el
sentimiento. Me he visto allí, entre la multitud triste, y me he dado cuenta
que me busco en otros porque en mí no me encuentro, que salgo de mí para
afrontar esta sensación que me acompaña y que me obliga a ir lentito y dando
tumbos.
Las muestras de condolencia se amontonan y a veces me
siento el cadáver y otras veces me siento el familiar que recibe los abrazos,
tan ajeno y en su mundo, que nota los cuerpos mientras las palabras le resuenan
lejanas y sin sentido. Se agradece, todo se agradece porque cualquier calor
sirve para apaciguar el frío de este cuerpo e incluso los más insignificantes
gestos toman relevancia.
A mi alrededor escucho “qué bueno era” y algún que otro “no
somos nadie” que me recuerda épocas pasadas donde yo levantaba la mano y la
sacudía en señal de desdén, mientras ahora mendigo un abrazo o un beso como
nunca lo he hecho. No es que haya cambiado, es que ahora me sorprendo a mí
mismo preguntándome por un futuro que desconozco y que en muchas ocasiones,
como al difunto, se me antoja, sí más no, algo frío y complicado.
Es lo que tiene vivir, que decía aquel. Es lo que tiene
ampararse detrás de esta cara de tipo duro y corazón de poeta.
Decía el maestro aquello de “hay vida más allá, pero no es vida” y esperemos que se equivoque porque a algunos como yo sólo nos queda la sensación de esperar que haya otra vida después de esto. De esperar más allá el calor de otra vida.
Decía el maestro aquello de “hay vida más allá, pero no es vida” y esperemos que se equivoque porque a algunos como yo sólo nos queda la sensación de esperar que haya otra vida después de esto. De esperar más allá el calor de otra vida.
*El título de este relato debe su existencia a la autora del
blog www.lavidaremendada.blogspot.com.es
, del que soy acérrimo seguidor y el cual os recomiendo seguir.
De vida, de laberintos, de perderse en ellos y no saber salir, de los que se atreven a quedarse... suerte que podemos hablar de ello, contarlo e incluso recitarlo. Suerte que hay atajos entre tu laberinto y el mío, que sean caminos de palabras para perderse y disfrutar...
ResponderEliminarSuerte la mía de saber que estás ahí. De que la compañía en el sentimiento se ensancha, se amplía, se enriquece y se hace más llevadera.
Que nos vaya bien!
Besos