I.
Nunca me han dado confianza las construcciones
arquitectónicas hechas de madera y en especial los puentes. Nunca he entendido
porque construyen algo de un material que se pudre con tanta facilidad habiendo
materiales más resistentes e imperedeceros. A veces pienso que esta fobia que
tengo a los puentes de madera es por el vértigo que tengo o quizás porque de
pequeño mis padres me leyeron el cuento de los tres cerditos o quizás sólo sea
porque mi corazón está hecho de madera y sé lo frágil y podrido que está y lo
fácil que resulta romperlo.
II.
El anciano me agarró fuertemente del brazo mientras
intentaba cambiarle el suero. Pude sentir el miedo en sus ojos cuando me
preguntó: ¿Crees que voy a morirme ya? Mirándole fijamente a los ojos le dije:
"Nadie se muere si tiene todavía una historia que contar". Con la
mirada buscó por la habitación una silla vacía y me indicó que me sentara.
Una hora después oí los gritos de mis compañeras desde el
pasillo. Cuando el médico certificó la muerte pensé que una parte de él
seguiría por siempre viva en mí.
III.
Aquella madrugada había soñado que extendía mis brazos hacia
el cielo e intentaba tocarte. La noche había sido demasiado larga y fría y la
mañana me auguraba una buena migraña.
El café tardó, como siempre, demasiado en salir y, mientras
lo hacía, aproveché para ordenar el piso y mi cabeza.
Un ibuprofeno y dos cafés después todo seguía igual de
desordenado y yo miraba a través de la ventana, hacia el cielo, intentando, como
en el sueño, tocar con mis dedos tu recuerdo.
Un avión cruzó el cielo dividiéndolo en dos, nunca el
destino me pareció tan irónico.
IV.
Me puse las bambas y salí a correr, el viento frío me
cortaba la cara y, a los pocos segundos, la piernas comenzaron a calentarse. La
respiración entrecortada, la música sonando a todo volumen en los auriculares y
cabeza saltando rápidamente de un tema a otro. A los diez minutos ya no había
nada en que pensar; la mente era incapaz de mantenerse ocupada en ningún tema
salvo en el de coordinar la carrera con la respiración.
No había nadie corriendo aquella fría mañana de domingo. La
soledad, como el frío, también se me agarró a la garganta hasta casi dejarme
sin respirar. Podrá haber parado, pero tenía que volver a casa y, aunque al
final te duele todo el cuerpo, hay algo dentro de ti que te impide parar, algo
que te obliga a seguir hacia delante y superarte. Algo que simplemente te dice
que estas mejor sin pensar. El frío me cortaba la cara, pero ya no lo notaba.
V.
Este año he puesto dos pares de botas bajo el árbol; he sido
tan bueno que no quiero arriesgarme a que no quepan mis regalos. Por tu parte
he puesto sólo un zapato, todavía estoy decidiendo qué te mereces y qué no.
VI.
El otro día leía la noticia de una mujer belga que había
conducido hasta Zagreb por un error del gps. El trayecto, que apenas tenía que
durar dos horas, se convirtió en un viaje de más de dos días. La señora
reconoció que estaba un poco despistada.
Yo a veces también me
despisto un poco y camino pensando en mis cosas y me pierdo en mi propio
camino. Incluso hay días en los que hago la mitad de las cosas como un autómata
mientras pienso que estoy en otro sitio, con otra gente. Hay días en los que me
despierto de mi burbuja y me descubro escribiendo cosas como ésta. Y me doy
cuenta de que estoy en casa y pienso que cualquier día os escribo desde Zagreb.
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