sábado, 19 de enero de 2013

La promesa.


 


Se estropeó el coche en nuestro primer viaje así que, mientras aquel humo blanco salía del capó, cogimos aquel desvío hacía la Laguna y allí nos detuvimos.

La noche era calurosa. Pusimos una toalla en el suelo y, tumbándonos el uno al lado de otro, comenzamos a hablar de nosotros. Nos conocíamos poco, apenas cuatro meses juntos y seiscientos quilómetros en unas vacaciones de diez días, pero el ambiente era cálido y nuestras voces sonaron por primera vez a futuro.

Tú sacaste de tu mochila el cuaderno dónde ibas escribiendo a ratos durante el viaje y, con el bolígrafo de color rojo, me propusiste hacer una lista de recuerdos: Apuntamos nuestra primera habitación de hotel, la canción que sonó en la cafetería a la mañana siguiente, la risa tonta que me dio cuando te compré la primera rosa…  “Algún día escribiré un libro con todo ello”, me dijiste. Te pedí que, si lo hacías, en algún momento apareciese un gran mar azul turquesa, como en el que nos conocimos, rompiendo contra las rocas con fuerza, con un brillante de sol y un paseo de madera que condujese a una playa de arena blanca con un faro al que costase llegar. Y una noche, como aquélla, tan repleta de estrellas como de promesas. Tumbados como estábamos te cogí la mano y sin saber cómo nos dormimos.

Cuando desperté tú seguías a mi lado, el sol empezaba a despuntar por entre los árboles y el viento acariciaba las hojas del cuaderno dejando entrever los garabatos de tus recuerdos. En la esquina superior de una de las hojas un corazón con nuestras iniciales parecía latir al ritmo que el viento  le marcaba.

Miré al cielo y vi que las estrellas habían desaparecido, en su lugar un manto azul claro se extendía sobre nosotros. Ocultas en ese cielo estaban nuestras promesas, te miré y recordé algunas de aquéllas que nos habíamos hecho antes de dormirnos y sonreí pensando en lo fácil que me sería cumplirlas. El viento movía levemente tu flequillo.

Hoy, tanto tiempo después, he vuelto a la Laguna. En el mismo lugar dónde dormimos, he vuelto a poner nuestra toalla y he abierto tu libro por la página que ya me sé de memoria: “Aquella noche no le dije que le quería y me arrepiento. Tiempo después descubrí que nunca llegué a amar a nadie como lo amé a él y, dónde quiera que esté, espero que sepa que cada noche he vuelto con él a tumbarme en aquella toalla, aquella noche tan llena de estrellas como de promesas, a hacer la lista de recuerdos y a cogerle la mano para quedarnos dormidos juntos”.   

La noche me sorprende tumbado pensando en ti y miro al cielo, desde lo alto me observan todas las estrellas menos una. La promesa de amarnos que nos hicimos, la hemos cumplido.

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