Se
estropeó el coche en nuestro primer viaje así que, mientras aquel humo blanco
salía del capó, cogimos aquel desvío hacía la Laguna y allí nos detuvimos.
La
noche era calurosa. Pusimos una toalla en el suelo y, tumbándonos el uno al
lado de otro, comenzamos a hablar de nosotros. Nos conocíamos poco, apenas
cuatro meses juntos y seiscientos quilómetros en unas vacaciones de diez días,
pero el ambiente era cálido y nuestras voces sonaron por primera vez a futuro.
Tú
sacaste de tu mochila el cuaderno dónde ibas escribiendo a ratos durante el
viaje y, con el bolígrafo de color rojo, me propusiste hacer una lista de
recuerdos: Apuntamos nuestra primera habitación de hotel, la canción que sonó
en la cafetería a la mañana siguiente, la risa tonta que me dio cuando te
compré la primera rosa… “Algún día escribiré
un libro con todo ello”, me dijiste. Te pedí que, si lo hacías, en algún
momento apareciese un gran mar azul turquesa, como en el que nos conocimos,
rompiendo contra las rocas con fuerza, con un brillante de sol y un paseo de
madera que condujese a una playa de arena blanca con un faro al que costase
llegar. Y una noche, como aquélla, tan repleta de estrellas como de promesas. Tumbados
como estábamos te cogí la mano y sin saber cómo nos dormimos.
Cuando
desperté tú seguías a mi lado, el sol empezaba a despuntar por entre los
árboles y el viento acariciaba las hojas del cuaderno dejando entrever los
garabatos de tus recuerdos. En la esquina superior de una de las hojas un
corazón con nuestras iniciales parecía latir al ritmo que el viento le marcaba.
Miré
al cielo y vi que las estrellas habían desaparecido, en su lugar un manto azul
claro se extendía sobre nosotros. Ocultas en ese cielo estaban nuestras
promesas, te miré y recordé algunas de aquéllas que nos habíamos hecho antes de
dormirnos y sonreí pensando en lo fácil que me sería cumplirlas. El viento
movía levemente tu flequillo.
Hoy,
tanto tiempo después, he vuelto a la Laguna. En el mismo lugar dónde dormimos,
he vuelto a poner nuestra toalla y he abierto tu libro por la página que ya me
sé de memoria: “Aquella noche no le dije
que le quería y me arrepiento. Tiempo después descubrí que nunca llegué a amar
a nadie como lo amé a él y, dónde quiera que esté, espero que sepa que cada
noche he vuelto con él a tumbarme en aquella toalla, aquella noche tan llena de
estrellas como de promesas, a hacer la lista de recuerdos y a cogerle la mano para
quedarnos dormidos juntos”.
La
noche me sorprende tumbado pensando en ti y miro al cielo, desde lo alto me
observan todas las estrellas menos una. La promesa de amarnos que nos hicimos, la
hemos cumplido.
Qué maravilla!
ResponderEliminarEres increíble!
Besos