miércoles, 17 de julio de 2013

Trini.


¿Tú te acuerdas de cuándo me llevaste al despacho por primera vez para hablar conmigo? Yo apenas llevaba una semana en la empresa y sólo te conocía de verte pasear de tanto en tanto por la cadena de montaje.

Ya llevaba días oyendo tu fama de guapo por los pasillos de la empresa y en el vestuario las chicas comentaban que estabas soltero y que dabas unos besos lentos y acaramelados.

Aquel día, antes de llevarme a tu despacho, te fijaste en mí y durante aquel largo minuto, en el que tenías clavada la vista en mis manos, fui incapaz de levantar la cabeza para mirarte. Mi mano izquierda, temblorosa, sujetaba uno de aquellos tubos de televisor antiguo mientras que con la mano derecha iba engarzando en él el fino hilo conductor en aquellos pequeños enganches. Tú me dejaste que acabase aquel y que hiciese otro y otro más y otro, mientras me mirabas fijamente cómo lo hacía y cuando ya llevaba cuatro o cinco, hechos todos bajo tu atenta mirada, me llamaste por mi nombre y me dijiste que te acompañase.

Me temblaron las piernas. Me temblaron tanto las piernas que me fui sujetando en los respaldos de las sillas de las compañeras para no caerme. Si no hubiese estado tan asustada me habría dado cuenta de que algunas compañeras me miraban esbozando una sonrisa, pero no estaba yo para miraditas ni suspicacias.

Una vez en tu despacho me diste un tubo y me dijiste que repitiese la misma operación de engarzar el hilo conductor en los enganches. “Nadie lo así”, me dijiste, pero al parecer hacerlo así era hacerlo más rápido y eso aumentaría la productividad de la empresa.

A la siguiente semana toda la cadena de montaje ponía el hilo a mi manera y yo disfrutaba de una semana de vacaciones, de 5000 pesetas extras y de una cena con el subdirector de la empresa; es decir, contigo.

A la otra semana ya estaba sentada en de nuevo en la cadena de montaje y tu viajabas a otros países donde Phillips tenía empresas para enseñarles la nueva forma de hacer los tubos. Nunca volviste.

Ahora veinte años después, cuando quedo con algunas de las chicas que conocí en aquella empresa para tomar un café y ponernos al día, todavía rememoramos aquel día en que me llevaste a tu despacho y con tono chistoso me dicen que yo fui la que descubrí el tubo Black Trinitron en referencia a aquel anuncio de los noventa que utilizaba lo del tubo Black Trinitron para marcar la diferencia con los demás televisores. Nos reímos y explicamos la anécdota una y otra vez y a mí se me pone cara de tonta. Luego llego a casa, enciendo la tele y me acuerdo de ti. Y me da por mirar en el cajón donde guardo el boletín de la empresa donde salgo recogiendo aquel reconocimiento junto a ti y me dan ganas de decirte que sigo esperándote aquí y que, por cierto, Trini es el nombre que puse a nuestra hija.


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