¿Tú te acuerdas de cuándo me llevaste al despacho por
primera vez para hablar conmigo? Yo apenas llevaba una semana en la empresa y sólo
te conocía de verte pasear de tanto en tanto por la cadena de montaje.
Ya llevaba días oyendo tu fama de guapo por los pasillos de
la empresa y en el vestuario las chicas comentaban que estabas soltero y que
dabas unos besos lentos y acaramelados.
Aquel día, antes de llevarme a tu despacho, te fijaste en mí
y durante aquel largo minuto, en el que tenías clavada la vista en mis manos,
fui incapaz de levantar la cabeza para mirarte. Mi mano izquierda, temblorosa,
sujetaba uno de aquellos tubos de televisor antiguo mientras que con la mano
derecha iba engarzando en él el fino hilo conductor en aquellos pequeños
enganches. Tú me dejaste que acabase aquel y que hiciese otro y otro más y
otro, mientras me mirabas fijamente cómo lo hacía y cuando ya llevaba cuatro o
cinco, hechos todos bajo tu atenta mirada, me llamaste por mi nombre y me
dijiste que te acompañase.
Me temblaron las piernas. Me temblaron tanto las piernas que
me fui sujetando en los respaldos de las sillas de las compañeras para no
caerme. Si no hubiese estado tan asustada me habría dado cuenta de que algunas
compañeras me miraban esbozando una sonrisa, pero no estaba yo para miraditas
ni suspicacias.
Una vez en tu despacho me diste un tubo y me dijiste que repitiese
la misma operación de engarzar el hilo conductor en los enganches. “Nadie lo
así”, me dijiste, pero al parecer hacerlo así era hacerlo más rápido y eso
aumentaría la productividad de la empresa.
A la siguiente semana toda la cadena de montaje ponía el
hilo a mi manera y yo disfrutaba de una semana de vacaciones, de 5000 pesetas
extras y de una cena con el subdirector de la empresa; es decir, contigo.
A la otra semana ya estaba sentada en de nuevo en la cadena
de montaje y tu viajabas a otros países donde Phillips tenía empresas para
enseñarles la nueva forma de hacer los tubos. Nunca volviste.
Ahora veinte años después, cuando quedo con algunas de las
chicas que conocí en aquella empresa para tomar un café y ponernos al día,
todavía rememoramos aquel día en que me llevaste a tu despacho y con tono chistoso
me dicen que yo fui la que descubrí el tubo Black
Trinitron en referencia a aquel anuncio de los noventa que utilizaba lo del
tubo Black Trinitron para marcar la
diferencia con los demás televisores. Nos reímos y explicamos la anécdota una y
otra vez y a mí se me pone cara de tonta. Luego llego a casa, enciendo la tele
y me acuerdo de ti. Y me da por mirar en el cajón donde guardo el boletín de la
empresa donde salgo recogiendo aquel reconocimiento junto a ti y me dan ganas
de decirte que sigo esperándote aquí y que, por cierto, Trini es el nombre que
puse a nuestra hija.
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