Apenas eran
las tres de la tarde y el calor se deslizaba como una lengua caliente y
pegajosa por los cristales entreabiertos de la ventana. El sol entraba sin
compasión en la habitación y pensé que había sido mala idea elegir aquel día
para pintar. El brazo derecho me dolía más de lo normal y con aquel calor la
pintura se espesaba por momentos cada vez más.
Mojé el
rodillo en la cubeta y, tras escurrirlo, lo apoyé en la pared. Fue en aquél
momento cuando su grito rompió el calor de la tarde marcando un antes y un
después.
Detuve el rodillo sobre la pared y mirando al
suelo esperé el siguiente grito. Fue fácil saber que tras aquel grito
desesperado vendría uno y otro y otro más. "Raúl", gritaba la mujer.
"Raúl", decía, alargando en exceso aquella "u" en un grito
más de súplica y de desesperación que de llamada. "Raúl", y esa
"u" alargada en un intento porque el nombre, lo único que le quedaba
de él, no se le escapara también por la boca.
No gritaba
de forma seguida, entre grito y grito había unos largos segundos de silencio
que el calor aprovechaba para llenar. Allí, de pie, con el rodillo en la mano
mientras la pintura chorreaba lenta y pegajosa hacia el suelo, me la imaginé
con el cabello revuelto y con zapatillas de estar por casa, bajando a la calle
y moviendo la cabeza de un lado a otro de la calle, implorándole a aquel
hombre, sólo llamándole por su nombre, que no se marchase, que no le hiciese
eso.
No sé cuánto
rato grito, pero llegó el momento en que saliendo de mi ensimismamiento me
dirigí hacia la ventana. El calor andaba a sus anchas por la calle como único
testigo mudo de la desolación de aquella mujer.
Hasta donde
me alcanzaba la vista no había ni rastro de ella. Sólo algún grito, cada vez
más espaciado, resonaba en la calle haciéndonos partícipes, a mí y al resto de
vecinos asomados, de que aquellos gritos no habían sido fruto del delirio de
nuestro calor.
Dejé de
asomarme a la ventana y volví a mojar el rodillo en la cubeta. Me pregunté si
alguna vez tú habrías gritado así mi nombre y cuantas, como Raúl, yo no te
contesté.
Otra vez la
pintura, como yo, estaba demasiado espesa.
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