lunes, 1 de julio de 2013

Pintura



Apenas eran las tres de la tarde y el calor se deslizaba como una lengua caliente y pegajosa por los cristales entreabiertos de la ventana. El sol entraba sin compasión en la habitación y pensé que había sido mala idea elegir aquel día para pintar. El brazo derecho me dolía más de lo normal y con aquel calor la pintura se espesaba por momentos cada vez más.

Mojé el rodillo en la cubeta y, tras escurrirlo, lo apoyé en la pared. Fue en aquél momento cuando su grito rompió el calor de la tarde marcando un antes y un después.
 Detuve el rodillo sobre la pared y mirando al suelo esperé el siguiente grito. Fue fácil saber que tras aquel grito desesperado vendría uno y otro y otro más. "Raúl", gritaba la mujer. "Raúl", decía, alargando en exceso aquella "u" en un grito más de súplica y de desesperación que de llamada. "Raúl", y esa "u" alargada en un intento porque el nombre, lo único que le quedaba de él, no se le escapara también por la boca.

No gritaba de forma seguida, entre grito y grito había unos largos segundos de silencio que el calor aprovechaba para llenar. Allí, de pie, con el rodillo en la mano mientras la pintura chorreaba lenta y pegajosa hacia el suelo, me la imaginé con el cabello revuelto y con zapatillas de estar por casa, bajando a la calle y moviendo la cabeza de un lado a otro de la calle, implorándole a aquel hombre, sólo llamándole por su nombre, que no se marchase, que no le hiciese eso.

No sé cuánto rato grito, pero llegó el momento en que saliendo de mi ensimismamiento me dirigí hacia la ventana. El calor andaba a sus anchas por la calle como único testigo mudo de la desolación de aquella mujer.

Hasta donde me alcanzaba la vista no había ni rastro de ella. Sólo algún grito, cada vez más espaciado, resonaba en la calle haciéndonos partícipes, a mí y al resto de vecinos asomados, de que aquellos gritos no habían sido fruto del delirio de nuestro calor.

Dejé de asomarme a la ventana y volví a mojar el rodillo en la cubeta. Me pregunté si alguna vez tú habrías gritado así mi nombre y cuantas, como Raúl, yo no te contesté.

Otra vez la pintura, como yo, estaba demasiado espesa.



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