Estábamos tumbados mirando al cielo. Era una tarde
cualquiera de domingo y el verano no había hecho más que comenzar. Era la
última hora de la tarde y la ciudad empezaba a encenderse lentamente mientras
el cielo se iba apagando. Álex comentó que el cielo tenía aquel día el mismo
color que los ojos de su padre y nosotros hicimos un pequeño silencio en señal
de respeto mientras intentábamos imaginarnos lo guapo que habría sido su padre
con aquel color de ojos tan bonito.
Todo estaba en silencio. Hicimos algún par de fotos más,
intentando inútilmente captar lo bello de las vistas, y antes de volver a
tumbarnos sobre aquel tejado os dije que tenía la sensación de que el verano se
acababa. Me tomasteis por loco, me dijisteis que el verano no había hecho más
que comenzar y con una sonrisa en los labios por mi ocurrencia volvisteis a
tumbaros.
Sentado allí en aquel mirador tuve la sensación que aquella
tarde era una de esas tardes de septiembre donde los amigos se despiden, donde
los días se acortan y donde el verano muere en un atardecer lleno de recuerdos
de risas, historias y abrazos, con el silencio como predecesor de lo que está a
punto de ocurrir.
Aquel había sido un buen verano para nosotros y eso que no
había hecho más que empezar, pero me dio pena sentir que nos separábamos.
"Una vez conocí a un chico que me dijo que cuando me sintiese sólo mirase
la luna que él también la estaría mirando", dije yo y Álex sonrió y volvimos
a contar una vez más la historia y entornamos los ojos por la sonrisa que el
recuerdo nos dibujaba en la cara.
Me tumbé entre vosotros dos y sonreí. Hicimos planes sobre
futuros viajes, hablamos sobre volver y, compinchándoos contar mí, os metisteis
con mi ego. Nos reímos.
Nos arrepentimos de no haber llevado algo para cenar allí
mientras la ciudad comenzaba a dormirse bajo nuestros pies, no sólo por las
vistas, sino también por alargar al máximo aquella tarde.
Los mosquitos llevaban ya rato picoteándonos tranquilamente
cuando comenzamos a sentir que las piernas nos picaban. A esas horas la ciudad
estaba casi encendida mientras el día acababa de apagarse y nosotros, allí
sentados, esperábamos a que encendiesen el último de los monumentos de la
ciudad. No esperamos más; hicimos algunas fotos, cogimos aire y emprendimos de
nuevo el camino de vuelta al coche.
A lo lejos vimos algo que parecía un incendio. El aire olía
a septiembre aun siendo julio y decidimos acabar el día cenando fuera. Ya en el
centro de la ciudad nos perdimos entre la gente mientras charlábamos y nos reíamos.
La temperatura era agradable, una suave brisa corría entre
las calles y, aun y tener que trabajar al día siguiente, parecía que estuviésemos
de vacaciones. Os oí discutir divertidamente sobre no sé qué cosa mientras
pensé que teníais razón. Aunque me diese la sensación de que el verano
terminaba, la verdad es que no había hecho más que comenzar.
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