miércoles, 3 de julio de 2013

Tienda de chinos.



Han abierto una tienda de chinos en una calle de tu corazón. Una grande, una de esas con pinta de negocio familiar que no cierra ni festivos.

Una vez entras en la tienda de tu corazón te das cuenta que es fácil ubicarse. Como en todas, miles de productos se amontonan en grandes pasillos. Besos de souvenir, abrazos de imitación y amores de todo a cien pueblan esas largas estanterías donde en cada esquina hay un chino que te mira con los ojos entornados por la desconfianza. Tienes miedo al robo. Temes que, aunque el resto del mundo considere baratija tu producto, se te pierdan caricias de plástico barato o sonrisas de amor prefabricado en amantes del usar y tirar. Como si tú no fueses también un cliente habitual, un comerciante más.

Me llama la atención que, aún y sabiendo la calidad de tu producto, te empeñes en darle a la tienda un aire de calidad de la que a todas luces carece. Y también me asombra que, con cierta diligencia, teclees en la máquina registradora la suma de los escasos precios de rollos, rolletes y amores que te vienen a comprar, mientras intentas regatear, sin ningún disimulo, el poder ahorrarte la bolsa donde llevarse el beso, la caricia o el amor.

Hay veces en las que alguno de tus clientes se resiste a pagar caro por alguno de tus productos porque sabe que por ese mismo precio puede comprar el original y, como lo sabes, bajas la cabeza y lo muestras esperando que el que sea se lleve aquel abrazo made in china que se romperá al tercer uso mientras alguien entonará "¿Qué te esperabas?".

Siempre que paso por la calle de tu corazón veo tu tienda abierta y me pregunto qué tardaran en cerrarla para abrir otra con parecidos dueños, similares productos e idénticos precios. Otra de esas en las que en la entrada te hacen pasar por uno de esos grandes sistemas de alarma. Otra de esas con la misma calidad de amor y el mismo miedo para sentirlo.

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