Mi mano derecha se ha separado de mi mano izquierda. Ya no
se hablan. Podría decir que se trata de un divorcio en toda regla. Antes se
mimaban, se tocaban, se acariciaban… Ahora cada una busca aliviar las carencias
alargando y cruzando, en lo posible, los dedos.
Ellos ya no se mezclan, me refiero a que los dedos. Los de
la mano derecha ya no se juntan con los de la mano izquierda, ni a la inversa.
Antes se juntaban, encajaban, compartían, quedaban para tocar y tocarse… Ahora
ya no se mezclan. Unos van por un lado, los otros por el otro. Como si de un
antes y un después se tratara, el divorcio de mis manos a llevado también al
divorcio de mis dedos y, aunque supongo que eso es lo que llaman daños
colaterales, me da pena pensar que sea así.
Es triste, cada una de mis manos va por su lado. A veces me
las encuentro tan juntas sobre la misma mesa, pero a la vez tan separadas, que
me da nostalgia pensar cuando se ayudaban mutuamente a sujetar algo en común, a
darse crema o a cortarse las uñas.
Hay días en que me encuentro a cada una de ellas escondidas
en cada uno de mis bolsillos, agazapadas, ocultas, silenciadas.
Hay noches, de madrugada, que mi mano derecha aún busca a mi
mano izquierda bajo la almohada porque es allí donde la siente y al no
encontrarla se aventura hasta el hombro izquierdo para ir bajando poco a poco
hasta el codo y de allí a la nuca. En la oscuridad mi mano derecha descubre que
tras esa muñeca, aunque aún la sienta, no hay nada y que es el síndrome del
miembro fantasma el que le lleva a pensar que la mano izquierda aún no se ha
ido.
Angustiada mi mano derecha vuelve bajo la almohada y allí se
queda dormida. Dormida, tan dormida que no se siente. Demasiada presión al
estar bajo la cabeza. Un leve cosquilleo, un abrir y cerrar la mano y la sangre
borra esa angustia de inexistencia.
Otra vez viva, se introduce metiendo los dedos entre el pelo
de la cabeza; tierra de nadie, para acabar masajeando la nuca. Y allí, se
acuerda de su mano izquierda y recuerda el ruido que hacían cuando aún se
hablaban, ese ruido maravilloso cuando tocaban las palmas juntas. En la
oscuridad mi mano derecha se sonríe y le envía un mensaje a su mano izquierda:
hace un círculo con el pulgar y el índice mientras mantiene el resto
levantados. “Estoy bien”, le dice. Sólo espera que, allá dónde esté, su mano
izquierda le responda con el pulgar levantado.
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