jueves, 22 de agosto de 2013

Dorothy.

Cuando Dorothy despertó en su habitación en Kansas, al día siguiente, lo primero que hizo fue asomarse a buscar sus zapatos bajo la cama. No estaban. Ni siquiera Totó se escondía, bajo el viejo somier de láminas de madera, agazapado en una esquina como solía hacer.
Intentó afinar el oído; no había ni rastro de ningún ruido. Sin duda el tío Henry no andaba, como de costumbre, arreglando el vallado que los aire de Kansas rompían con tanta facilidad.
Por segunda vez volvió a mirar bajo la cama; nada.
Confundida, volvió a tumbarse sobre la cama y miró al techo buscando un indicio que le dijese que todo había sido verdad o no.
Por un momento cerró los ojos y suspiró. ¿Había sido aquello sólo un sueño? ¿Acaso no era más que un sueño?
Sobre aquella vieja cama, mientras el sol de Kansas entraba por la ventana enérgicamente, Dorothy dudó. Con las manos buscó en su cuerpo una marca que le indicase que el viaje había sido verdad. En uno de los bolsillos del vestido Dorothy encontró unos pequeños restos de paja y su corazón enseguida comenzó a latir rápido. No se paró a pensar que vivía en una granja llena de paja, ni siquiera que su tía lavaba su ropa - a veces por despiste, a veces a conciencia - con la ropa que su tío utilizaba para el campo. Ella simplemente pensó lo que quería pensar y se llevó aquellos pequeños restos de paja a la nariz y los olió. Pensó que en algún lugar el espantapájaros también pensaba en ella y sonrió.
Su tía desde la puerta de la habitación contempló la escena. "Ya no es una niña", pensó.
Aquel día, horas más tarde, Totó murió. Fue aquel día cuando Dorothy pensó que quería volver a Oz.

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