miércoles, 20 de febrero de 2013

Una cita.



Se podría decir que aquella fue su primera cita. Ella sacó un café de la máquina y se sentó frente a él en el comedor. Se conocía su cara de memoria. De hecho, llevaban siendo compañeros de oficina desde hace algo más de un año. Hacía un par de semanas, ella había metido el nombre de él en google para llegar a un perfil de Facebook que sólo permitía ver tres fotos de portada - maldita privacidad-, a una cuenta de twitter muerta en el olvido y a una cuenta privada de Instagram que le había llegado a plantearse qué podría querer ocultar. Sin embargo, sentada frente a él con aquel vasito de cartón en medio de sus manos, se dio cuenta que, por mucho que se hubiera aprendido de memoria las pocas fotos de sus perfiles que internet le había permitido, no le conocía tan a la perfección: en su cara, apreciaba pequeñas diferencias que hasta aquel momento habían pasado desapercibidas.

Verdaderamente no era un hombre fuerte;  si pisaba el gimnasio, lo hacía muy de tanto en tanto o muy mal, pensó ella permitiéndose cierta ironía. Pero no obstante, tenía un algo que llamaba la atención allá donde fuese. Los brazos delgados, el pelo peinado hacia un lado, esa excesiva obsesión, porque podía permitírselo (por qué no decirlo), de utilizar colores muy chillones en su ropa y esa eterna barba de tres días que parecía siempre perfectamente arreglada y cortada.

Ella, en la soledad de su habitación contemplando sus fotos, siempre había pensado que era su cara, sólo su cara, lo que le distinguía del resto. Esos ojos claros, directos, que en otros siempre le habían parecido distantes y fríos, pero que en él le parecían siempre cálidos. Cálidos como cuando les juntaba el ascensor y acababan mirándose los zapatos, cálidos como cuando, después de cruzarse  cuatro y cinco veces en la oficina el mismo día, a la sexta todavía le miraba esbozando una sonrisa con ellos. Esos ojos, sí, eran esos ojos, pensaba ella mirando las fotos. Esos ojos y aquellos labios que parecían siempre perfectamente humedecidos. Sí, por los ojos y por los labios. Y por su pelo. Por ese pelo que se movía en esa correcta proporción peinado/ despeinado. Y por esa sonrisa sincera a la par que discreta que esbozaba con tanta naturalidad que dolía. Sí que dolía, pensó ella.

Sentada frente a él, comprobó que las fotos que había visto y memorizado, una y otra vez, habían adquirido un tono más de idealización que de realidad porque, ahora que lo miraba tranquilamente, se daba cuenta que quizás no tenía tan buenos labios, ni tan perfecto peinado, ni tan cálidos ojos, pero aún así le seguía pareciendo atractivo.

El café estaba algo más frío y ella se atrevió a pegarle un sorbo dejando marcado medio beso de ese rojo intenso que sólo les queda bien a esas mujeres que son tan guapas que pueden ponerse cualquier cosa.  El dulce líquido inició un recorrido desde su boca al fondo de su paladar y de allí hasta su estómago, calentando tibiamente a su paso todo aquello que encontró. Ella notó ese calor en el estómago, pero mirándolo a él como continuaba haciendo, pensó que aquel calor era más propio de su ferviente estado que del café.

Él, desde el otro extremo de la mesa, se mostraba ajeno a toda aquella escena y, sólo cuando levantó la vista del tupper, se dio cuenta que ella le estaba mirando fija y descaradamente. Él esbozó una sonrisa. La conocía. Se conocían. Eran compañeros de oficina y no en vano ella era una de las chicas más guapas de la misma. ¿Quién no iba a fijarse en ese pelo, en ese pecho, en esos llamativos labios, en esos ojos que coqueteaban con descaro con él, ahora en el ascensor, ahora en el pasillo?

Haría ya más de unos dos meses que él seguía los pasos de ella por todos los perfiles de Facebook, twitter e Instagram, que tenía abiertos de par en par como su siempre generoso escote. Pero a pesar de las fotos vistas, fue en aquel momento cuando pensó que era mucho más guapa así, de cerca, que en la proximidad de los cruces de pasillo o que en la pseudocercanía que le había permitido internet.

Él apartó el tupper hacia un lado y ella giró el vaso de café de forma que la marca de los grandes labios quedasen frente a él y, estirando el brazo, se lo alargó. Se podría decir que aquella fue su primera cita. Sin decir nada él cogió el vaso y bebió. Se podría decir que aquel fue su primer beso.
 
  
 

1 comentario:

  1. Pues al final no ha resultado tan duro. Hasta lo he disfrutado.
    Al final me engancho y todo, ya verás.

    :)

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