Se podría decir que aquella fue su primera cita. Ella sacó
un café de la máquina y se sentó frente a él en el comedor. Se conocía su cara
de memoria. De hecho, llevaban siendo compañeros de oficina desde hace algo más
de un año. Hacía un par de semanas, ella había metido el nombre de él en google
para llegar a un perfil de Facebook que sólo permitía ver tres fotos de portada
- maldita privacidad-, a una cuenta de twitter muerta en el olvido y a una
cuenta privada de Instagram que le había llegado a plantearse qué podría querer
ocultar. Sin embargo, sentada frente a él con aquel vasito de cartón en medio
de sus manos, se dio cuenta que, por mucho que se hubiera aprendido de memoria
las pocas fotos de sus perfiles que internet le había permitido, no le conocía
tan a la perfección: en su cara, apreciaba pequeñas diferencias que hasta aquel
momento habían pasado desapercibidas.
Verdaderamente no era un hombre fuerte; si pisaba el gimnasio, lo hacía muy de tanto
en tanto o muy mal, pensó ella permitiéndose cierta ironía. Pero no obstante,
tenía un algo que llamaba la atención allá donde fuese. Los brazos delgados, el
pelo peinado hacia un lado, esa excesiva obsesión, porque podía permitírselo (por
qué no decirlo), de utilizar colores muy chillones en su ropa y esa eterna
barba de tres días que parecía siempre perfectamente arreglada y cortada.
Ella, en la soledad de su habitación contemplando sus fotos,
siempre había pensado que era su cara, sólo su cara, lo que le distinguía del
resto. Esos ojos claros, directos, que en otros siempre le habían parecido
distantes y fríos, pero que en él le parecían siempre cálidos. Cálidos como cuando
les juntaba el ascensor y acababan mirándose los zapatos, cálidos como cuando,
después de cruzarse cuatro y cinco veces
en la oficina el mismo día, a la sexta todavía le miraba esbozando una sonrisa
con ellos. Esos ojos, sí, eran esos ojos, pensaba ella mirando las fotos. Esos
ojos y aquellos labios que parecían siempre perfectamente humedecidos. Sí, por
los ojos y por los labios. Y por su pelo. Por ese pelo que se movía en esa
correcta proporción peinado/ despeinado. Y por esa sonrisa sincera a la par que
discreta que esbozaba con tanta naturalidad que dolía. Sí que dolía, pensó
ella.
Sentada frente a él, comprobó que las fotos que había visto
y memorizado, una y otra vez, habían adquirido un tono más de idealización que
de realidad porque, ahora que lo miraba tranquilamente, se daba cuenta que quizás
no tenía tan buenos labios, ni tan perfecto peinado, ni tan cálidos ojos, pero
aún así le seguía pareciendo atractivo.
El café estaba algo más frío y ella se atrevió a pegarle un
sorbo dejando marcado medio beso de ese rojo intenso que sólo les queda bien a
esas mujeres que son tan guapas que pueden ponerse cualquier cosa. El dulce líquido inició un recorrido desde su
boca al fondo de su paladar y de allí hasta su estómago, calentando tibiamente
a su paso todo aquello que encontró. Ella notó ese calor en el estómago, pero
mirándolo a él como continuaba haciendo, pensó que aquel calor era más propio
de su ferviente estado que del café.
Él, desde el otro extremo de la mesa, se mostraba ajeno a
toda aquella escena y, sólo cuando levantó la vista del tupper, se dio cuenta
que ella le estaba mirando fija y descaradamente. Él esbozó una sonrisa. La conocía. Se
conocían. Eran compañeros de oficina y no en vano ella era una de las chicas
más guapas de la misma. ¿Quién no iba a fijarse en ese pelo, en ese pecho, en esos
llamativos labios, en esos ojos que coqueteaban con descaro con él, ahora en el
ascensor, ahora en el pasillo?
Haría ya más de unos dos meses que él seguía los pasos de
ella por todos los perfiles de Facebook, twitter e Instagram, que tenía
abiertos de par en par como su siempre generoso escote. Pero a pesar de las
fotos vistas, fue en aquel momento cuando pensó que era mucho más guapa así, de
cerca, que en la proximidad de los cruces de pasillo o que en la pseudocercanía
que le había permitido internet.
Él apartó el tupper hacia un lado y ella giró el vaso de
café de forma que la marca de los grandes labios quedasen frente a él y, estirando
el brazo, se lo alargó. Se podría decir que aquella fue su primera cita. Sin
decir nada él cogió el vaso y bebió. Se podría decir que aquel fue su primer
beso.
Pues al final no ha resultado tan duro. Hasta lo he disfrutado.
ResponderEliminarAl final me engancho y todo, ya verás.
:)