jueves, 28 de febrero de 2013

Un lugar.



Es uno de los pocos sitios donde, incomprensiblemente, no tengo que usar las palabras y eso me gusta. Uno de los pocos sitios donde soy capaz de poner la mente en blanco y no pensar. Uno de los pocos sitios que conozco donde el esfuerzo tiene su justa recompensa. Un lugar sin jefes, sin rivales, sin maldades. Un lugar donde sólo estoy yo.

Empecé a ir al gimnasio hace mucho, mucho tiempo. Me apunté porque me sobraban unos quilos de más y estaba cansado de ser el niño gordito de todos los sitios a los que iba. Empecé a ir al gimnasio sin saber muy bien que tenía que hacer. No sé cómo se me ocurrió un día comenzar a correr en la cinta estática, pero en algún momento me encontré yendo a correr cuatro kilómetros diarios. No sé qué me impulsó a hacerlo, sólo recuerdo que el tiempo que estaba sobre aquella cinta era incapaz de pensar en absolutamente nada y que cada vez me costaba menos y menos perder peso.

Un día me pesé y me di cuenta que había perdido casi veinte quilos. Lo tuve que dejar y con el tiempo me enteré que, en mi trabajo, casi todo el mundo preguntaba a mis compañeras que si estaba enfermo. En cierta manera, lo estuve.

Como nuevo pasatiempo empecé a intentar muscular aquel pequeño cuerpo que se me había quedado. Siempre he sido un tipo muy autodidacta, lo cual me ha llevado a cometer los más grandes y mejores errores de mi vida, con la seria convicción de que lo estaba haciendo bien, que es peor aún. Así que, durante otra época de mi vida me fue bien fingiendo hacer que hacía algo y preguntándome donde estaba el resultado de todo aquello.

Fue un amigo el que, después de llevar mucho tiempo apuntado al gimnasio sin hacer nada de cardio, me propuso salir a correr por el lateral del rio que hay cerca de donde vivo. No había corrido nunca por el exterior, así que me pareció bien probarlo aunque he de decir que lo hice con alguna que otra reticencia. El primer día ya me di cuenta que aquello era lo mío. Salir a correr habiéndote descargado una aplicación en el teléfono móvil te hacia poder ver el tiempo y la distancia que habías recorrido. Empecé corriendo días alternos cuatro kilómetros para distraerme y acabé corriendo doce kilómetros casi a diario. Lo tuve que dejar, mi intención era salir a correr para distraerme pero perdía tal cantidad de peso que me era imposible comer todo lo que tenía que comer para engordar.

Así que volví otra vez al gimnasio a intentar muscular algo ese cuerpo delgado otra vez y allí sigo. Me pongo la música, me enfundo los guantes y tras un saludo con la cabeza aquí y un gesto con la mano allá, enciendo la música y dejó la mente en blanco en uno de los pocos sitios donde, incomprensiblemente, no tengo que usar las palabras, y eso me gusta. En uno de los pocos sitios que conozco donde el esfuerzo tiene su justa recompensa. Un lugar sin jefes, sin rivales, sin maldades. Un lugar donde estoy sólo yo.

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