Es uno de los pocos sitios donde, incomprensiblemente, no
tengo que usar las palabras y eso me gusta. Uno de los pocos sitios donde soy
capaz de poner la mente en blanco y no pensar. Uno de los pocos sitios que
conozco donde el esfuerzo tiene su justa recompensa. Un lugar sin jefes, sin
rivales, sin maldades. Un lugar donde sólo estoy yo.
Empecé a ir al gimnasio hace mucho, mucho tiempo. Me apunté
porque me sobraban unos quilos de más y estaba cansado de ser el niño gordito
de todos los sitios a los que iba. Empecé a ir al gimnasio sin saber muy bien
que tenía que hacer. No sé cómo se me ocurrió un día comenzar a correr en la
cinta estática, pero en algún momento me encontré yendo a correr cuatro kilómetros
diarios. No sé qué me impulsó a hacerlo, sólo recuerdo que el tiempo que estaba
sobre aquella cinta era incapaz de pensar en absolutamente nada y que cada vez
me costaba menos y menos perder peso.
Un día me pesé y me di cuenta que había perdido casi veinte
quilos. Lo tuve que dejar y con el tiempo me enteré que, en mi trabajo, casi
todo el mundo preguntaba a mis compañeras que si estaba enfermo. En cierta
manera, lo estuve.
Como nuevo pasatiempo empecé a intentar muscular aquel
pequeño cuerpo que se me había quedado. Siempre he sido un tipo muy
autodidacta, lo cual me ha llevado a cometer los más grandes y mejores errores
de mi vida, con la seria convicción de que lo estaba haciendo bien, que es peor
aún. Así que, durante otra época de mi vida me fue bien fingiendo hacer que
hacía algo y preguntándome donde estaba el resultado de todo aquello.
Fue un amigo el que, después de llevar mucho tiempo apuntado
al gimnasio sin hacer nada de cardio, me propuso salir a correr por el lateral
del rio que hay cerca de donde vivo. No había corrido nunca por el exterior,
así que me pareció bien probarlo aunque he de decir que lo hice con alguna que
otra reticencia. El primer día ya me di cuenta que aquello era lo mío. Salir a
correr habiéndote descargado una aplicación en el teléfono móvil te hacia poder
ver el tiempo y la distancia que habías recorrido. Empecé corriendo días
alternos cuatro kilómetros para distraerme y acabé corriendo doce kilómetros
casi a diario. Lo tuve que dejar, mi intención era salir a correr para
distraerme pero perdía tal cantidad de peso que me era imposible comer todo lo
que tenía que comer para engordar.
Así que volví otra vez al gimnasio a intentar muscular algo
ese cuerpo delgado otra vez y allí sigo. Me pongo la música, me enfundo los
guantes y tras un saludo con la cabeza aquí y un gesto con la mano allá,
enciendo la música y dejó la mente en blanco en uno de los pocos sitios donde, incomprensiblemente,
no tengo que usar las palabras, y eso me gusta. En uno de los pocos sitios que
conozco donde el esfuerzo tiene su justa recompensa. Un lugar sin jefes, sin
rivales, sin maldades. Un lugar donde estoy sólo yo.
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