No me di cuenta de cuándo llegó, pero ella misma se encargó
de hacerse notar porque, uno por uno, fue saludando a todos los que estábamos esperando
a que comenzase aquella conferencia. Mientras yo hablaba con la chica rubita
que tenía mi derecha, sin mover mis ojos
de ella, amplié todo lo que pude mi campo de visión y fui viendo como saludaba
a todos los asistentes a la reunión. Aquella absurda disposición en círculo que
habíamos adquirido nos facilitaba a ambos la tarea. Cuando noté que al
siguiente en saludar iba a ser yo, volví a fijar la atención en la chica rubia
e hice un comentario ingenioso para que la conversación acabase con unas breves
risas.
Cualquiera que hubiese visto la escena, hubiese dicho que el
momento había sido milimétricamente calculado, pues nada más acabar de reír,
ella apareció frente a mí. Tuve que girar la cabeza levemente para quedar
frente a frente con ella.
Sus profundos ojos marrones me miraron fijamente y tras un
“hola”, dijo su nombre. Había oído hablar mucho de ella, sabía quién era, su
nombre era demasiado conocido como para que no me sonase, pero intenté que la
expresión de mi cara no cambiase ni un ápice. No le quería demostrar que
conocía de sobra la importancia de la persona que tenía en frente. Como si fuese
totalmente desconocedor de quien era, yo también le dije mi nombre y ella acabó
diciendo mi apellido. Su golpe surgió efecto, pero los dos besos que nos dimos me
ayudaron a amortiguar mi cara de sorpresa. Me conocía, y aunque a veces se me
olvida lo pequeño que es este mundillo, no tendría por qué conocerme, pensé.
“He oído hablar de ti”, me dijo y yo sonreí con la mejor de mis sonrisas. Dispuestos
a jugar, también sé hacer que se traguen mi anzuelo. Habló sobre la buena
elección del local y lo acogedor del ambiente, y yo intenté destacar lo
importante que era que se llevasen a cabo reuniones así para que todos
pudiésemos juntarnos y disponer de un espacio en el que intercambiar
experiencias y conocimientos. Intentó halagarme con un “cómo si a los jóvenes
os hiciese falta” y yo contrarresté con un “Siempre es un placer aprender de
gente que tiene más experiencia “. Unas risas cambiaron ligeramente la
conversación hacia otros derroteros y ella se excusó para marchar alegando que
no quería molestar más y que aún le quedaban más invitados por saludar antes de
la conferencia. Con dos nuevos besos nos
despedimos y con la mejor de mis sonrisas le dije que había sido todo un
placer.
“Este es un mundillo muy cerrado, demasiado”, me dijo la
chica rubia de mi derecha, cuando ella ya se había ido. Y yo me limité a
asentir con la cabeza y a seguirla con la mirada como repetía, con el resto de
los invitados, la misma operación que había hecho conmigo. Casi podría haber
dicho que en lugar de caminar levitaba y que un invisible halo de divinidad le
acompañaba allá donde iba y que, desde la distancia, todavía me parecía tan
calculadora y precisa como cuando estaba frente a mí.
Cuando dos horas después la encontraron tumbada en el suelo
del lavabo, poco quedaba ya de ese halo de divinidad que le había visto. Un
rato después, la policía confirmó lo que todos ya sabíamos, alguno de nosotros
era el asesino de la gran vaca sagrada. No puedo decir que no me sorprendiera,
pero tampoco me pareció tan raro. En cierta manera, pensé, con demasiada
facilidad se me olvida lo pequeño que era este mundillo.
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