Me invitó a tomar una copa de vino en su casa, pero llegué
pronto así que tuve que esperar a que acabase de hablar por skype con un proveedor
mientras paladeaba mi copa de vino sentado en uno de los taburetes de su cocina
americana. Está bien esto de trabajar desde casa, pensé. Cuando acabó la
videoconferencia le sonó el móvil así que, mientras hablaba y para amenizarme
la espera, conectó su ipod al equipo de música y una suave melodía nos
envolvió. Para aprovechar el tiempo, le vi escribir un par de mails por el
ipad, mientras su interlocutor hablaba y hablaba al otro lado del teléfono. Le
dio tiempo de actualizar su estado de Facebook y poner: “A punto de tomar una
buena copa de vino en buena compañía”.
Finalmente, la conversación acabó y me prometió que con dos
Whatsapps y un sms acababa su jornada laboral y le tendría todo el tiempo a mi
disposición. No le dio tiempo de acercarse a por su copa cuando el teléfono
móvil le sonó de nuevo, otro proveedor le saludaba al otro lado de la línea.
No esperé a que colgara. Dejé la copa sobre la barra de la
cocina americana y poniéndome tras él le abrace. La voz se le quebró. Llevaba
tanto tiempo rodeado de tecnología que había olvidado lo que era el calor
humano. Durante tres segundos notó mi calor. Luego me separé de él y me marché.
Sólo hubiésemos empezado de nuevo con buen pie si al día
siguiente se hubiese presentado en la puerta de mi casa y me hubiese abrazado.
En lugar de eso, me llamo. Yo no contesté.
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