domingo, 11 de noviembre de 2012

Pasen, pasen y vean.



Leonard Mey siempre se dedicó al mundo del circo y ahora, en el circo de su corazón solamente quedan las huellas de los dromedarios, leones y elefantes que pasaron por él. Pasen, pasen y vean. Su único espectador se marchó como se marchó el olor de pólvora del hombre bala o el rastro de pelos que iba dejando, allá por donde iba, la mujer barbuda. Algo único que usted no puede dejar de ver. No hay nadie detrás de los focos. Un aplauso por favor. Los trapecios vagan solos moviéndose de forma pendular desde que el trapecista se cayó al intentar un triple salto mortal. El más difícil todavía. Fue Leonard mismo quien había cortado la red semanas antes.

En el circo, a Leonard ni siquiera le crecieron los enanos, se le fueron. Payaso. ¿Cómo están ustedes? Jodido, descubre que ya no quedan flores en la chistera, ni trucos bajo la manga, ni polvos mágicos. Y es ahora cuando sabe lo que es tener atravesada en la garganta una espada de cuarenta centímetros y estar apoyado en la pared de madera a la espera de que algún puñal acierte. Redoble de tambor. Leonard camina sobre su viejo monociclo por la cuerda floja, tanto le da caer o no. En la jaula ya no le esperan los leones. ¿Quién puede domar a la fiera? Por primera vez en su ciudad. A Leonard sólo le queda llegar a casa y retorcerse con su soledad en su cama vacía, eso sí, antes debe quitarse el maquillaje que tanto tiempo le ha cubierto el corazón. Pasen, pasen y vean.

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