martes, 4 de diciembre de 2012

Tu madre.



Hace dos días me llamó tu madre. Comenzó con un “¿Qué tal? ¿Cómo estás?” que me dejó un poco descolocada, pero luego, poco a poco, fue tejiendo su discurso hasta llegar donde quería llegar. No le costó nada decirme puta y te puedo asegurar que lo hizo con la boca bien grande y bien abierta. Que si yo era una tal, que si yo era una cual, que si ella me había regalado aquella mantelería del Corte Inglés, que si las sábanas de seda eran suyas, que si el edredón se lo tenía que devolver... A punto estaba de colgar, cuando la conversación llegó dónde tu madre quería que llegase; me pidió el anillo de tu abuela, aquél que me regalaste cuando nos prometimos, aquél del diamantito pequeño, ¡Aquél! Me dio tanta rabia que me lo pidiese que, por temor a perderlo, me lo tragué. Si, me lo tragué. A palo seco y sin agua. Esófago abajo. Hoy he ido a la oficina de correos y le he mandado un paquete a tu madre. Dentro de él está el anillo. No temas, tu madre sabrá como encontrarlo, de sobras sé lo que le gusta a ella remover la mierda.

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