jueves, 20 de diciembre de 2012

El lenguaje de los relojes.



China. Año 2530.

Hao Yin deja sobre la mesa el pequeño destornillador y cierra un momento los ojos. El círculo de luz blanca que proyecta el flexo sobre la mesa le acompaña tanto en la oscuridad de sus párpados cerrados, como en la negrura de las paredes cuando fija la vista en ellas. Llevaba más de diez horas sin descansar, diez horas arreglando el pequeño reloj que aquel día le han hecho llegar a sus manos; unas manos expertas y acostumbradas a arreglar relojes.

Hao Yin lleva toda su vida encerrado en aquella pequeña habitación que hace las veces de taller y de dormitorio. No hay ventanas, solamente una cama, una pequeña mesa, la rejilla de ventilación y las menudas herramientas para arreglar los relojes, son los objetos que le rodean. En el lenguaje de los relojes, Hao Yin lleva veintitrés de sus veintitrés años encerrado en aquella habitación. Se podría decir que su madre lo parió allí mientras su padre, el viejo relojero de Chǎng, se afanaba en poner en marcha los relojes que llegaban a sus manos.

Cuando Hao Yin tuvo diez años sus padres murieron, y él se encargó del oficio que había ido aprendiendo del padre durante aquellos años. Ahora Hao Yin esta considerado el mejor en su oficio y por eso Chǎng le había concedido el privilegio de subirlo a individuo de categoría número 4. Mantener aquella habitación, sus enseres y la posibilidad de seguir con vida son todos los privilegios que Hao Yin había ganado por ser individuo de categoría 4. Eso y una sesión de emulación solar diaria.

Chǎng es un macrocomplejo residencial enterrado bajo suelo chino que fue construido a principios del año 2020 cuando la tierra dejó de ser habitable. Para algunos en un lugar donde vivir, para otros es un lugar donde sobrevivir. Organizados en siete categorías, sus habitantes pueden ser catalogados con el número 1, y no merecer ni el oxígeno que el macrocomplejo distribuye por millones de rejillas de ventilación repartidas por todo el complejo, o con el número 7 y poder gozar de todos los privilegios de los que un macrocomplejo como Chǎng puede ofrecer.

Hao Yin es un individuo de categoría 4, con derecho a una vida de reclusión dedicada al trabajo y el privilegio de una sesión de emulación solar diaria. Sólo los individuos con categoría 4, o superior, pueden gozar de tal privilegio que les permite, a través de las cámaras de emulación solar, recibir en su piel una replica de la radiación solar como la que antes recibía cualquier habitante de la tierra y así prevenir enfermedades como la depresión o sentir por unos minutos esa agradable sensación que cualquier habitante de la tierra podía sentir sobre su piel antes del gran final.

Hao Yin nunca conoció el sol, cuando sus padres le explicaron lo que era, ellos tampoco lo habían conocido, le dijeron que era una gran bola de fuego que ardía a miles de kilómetros de la tierra y él se lo imagino quieto y llameante, desprendiendo siempre un calor constante. Una mezcla entre lo que conoce y lo que se imagina. Una mezcla entre esa gran bola de fuego que le explicaron sus padres y el círculo de luz blanca que ahora proyecta sobre la negrura de la pared al descansar la vista un momento tras diez horas de trabajo.

El reloj sigue sin funcionar y, aunque no tiene hora, se le hace que Jian Jie, el guardia de seguridad que le acompaña de su habitación a la sala de emulación solar y de allí de nuevo a su habitación, debería haber venido a buscarle hace un buen rato, pero no lo ha hecho. Cansado, gira la cabeza hacia la pequeña puerta de la habitación que tiene a su espalda y se sorprende al ver que está abierta. Un rayo de luz del exterior se dibuja proyectándose sobre el suelo abriéndose paso en la oscuridad de la habitación.

Hao Yin llama al guardia de seguridad un par de veces por su nombre, pero nadie contesta al otro lado de la puerta. No es habitual que esto ocurra, mejor dicho, no ha sucedido nunca algo así. Jian Jie siempre le venda los ojos antes de salir de la habitación, así que Hao Yin no sabe si acercarse a la puerta o permanecer sentado hasta que Jian Jie aparezca para conducirle a la sala de emulación solar. Teme hacer algo que pueda hacerle perder alguno de sus privilegios.

No sabe cuanto tiempo ha pasado, pero la puerta continúa medio abierta y Jian Jie no acaba de aparecer. Hao Yin no sabe si levantarse o permanecer sentado, pero nota que el tiempo se le escurre sudoroso entre las manos, angustiándole por si en la sala de emulación le esperan y al no personificarse le hace perder su privilegio. No es el protocolo habitual, no es el protocolo habitual, se repite, pero su piernas, ajenas a su cuerpo, están empujando la silla hacia atrás y se dirigen con paso lento, de puntillas, hacia la puerta.
La oscuridad es su aliada, lleva años moviéndose entre las sombras, así que cuando llega a la altura del rayo de luz, Hao Yin estira la punta del pie para que el pequeño rayo de luz le toque la zapatilla. Un paso, otro paso, otro más y Hao Yin se encuentra frente a la puerta con un rayo de luz que se proyecta sobre su cuerpo dividiéndolo en dos. Puede abrir la puerta o cerrarla de golpe. Su mano le pide empujar, para que la luz llene la habitación y le bañe, pero su cabeza le dice que la cierre; Chǎng no es un buen lugar en el que vivir sin privilegios.

Hao Yin cierra los ojos y siente ese rayo de luz que le parte en dos, siente el calor que llega a su cuerpo y se pregunta si ese calor vendrá del sol o de algún flexo de luz artificial como el que él tiene sobre su mesa. Se pregunta cómo sería sentir todo ese calor sobre todo su cuerpo. Hao Yin respira profundamente y, lentamente, levanta el brazo derecho en dirección al pomo de la puerta. El movimiento de su brazo es lento pero decidido. Hao Yin sabe lo que va a hacer, sabe lo que quiere hacer, sabe lo que debe hacer. A escasos milímetros de que sus dedos rocen el pomo, Hao Yin coge aire y lo retiene dentro unos segundos. Su mano esta sujetando el pomo fuertemente y, de repente, mueve su brazo con determinación y cierra la puerta de un solo golpe.

La oscuridad vuelve a predominar en la habitación, sólo el flexo dibuja sobre la mesa un gran círculo de luz blanca. El pequeño rayo de luz del suelo ha desaparecido. Hao Yin dejar caer su brazo a lo largo del cuerpo y suelta el aire que tenía retenido en los pulmones.

El reloj que hay sobre la mesa continúa sin funcionar. En el lenguaje de los relojes ha paso mucho y, a su vez, no ha pasado nada.

1 comentario:

  1. Me gustaría saber si tienes algo publicado.
    Es una pena de no ser así.
    Felices fiestas y que este año entrante
    te llene de dicha y felicidad.

    Fini.

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