jueves, 20 de diciembre de 2012

El síndrome del crucero


Hace un par de años Carlos y yo nos fuimos de vacaciones a un crucero por el mediterráneo. Durante el tiempo que pasamos a bordo del barco, Nancy, una cariñosísima dominicana, fue nuestra camarera de mesa y de camarote. Quedamos maravillados con ella, siempre era atenta y educada, delicada en los pequeños detalles y encantadora en el trato.

A él, lo conocí de casualidad una noche, me lo presentó alguien que conocía a alguien que le conocía. Desde el primer momento me pareció muy atento y educado y, a los dos minutos de conversación, me dio la sensación de conocerle de toda la vida. No sé cómo se lo hacía, pero había algo en él que me daba una extraordinaria confianza y eso que yo, de buenas a primeras, siempre desconfío de ese tipo de personas que sin conocerte de nada parece que te conocen de siempre. Pero había algo en él que era diferente.
La noche acabó y, aunque estuvimos hablando escasos quince minutos, cuando vio que me alejaba hacia la puerta se acercó a despedirme, volvió a ser tan encantador y adorable que me hizo sospechar.

A la mañana siguiente hablé con Carlos de lo que me había sucedido y ahí murió la historia hasta que un mes más tarde Carlos y yo coincidimos con él en otra cena de un amigo común. Le presenté a Carlos, al que no conocía, y fue sorprendente lo amable y cariñoso que se mostró con ambos, atento a lo que decíamos, divertido a ratos, cercano y transmitiendo esa rara sensación de que lo conocíamos de toda la vida.
Sin tener ningún tipo más de contacto fuimos coincidiendo con él en otras cenas y siempre se mostró igual de agradable y de cercano y, poco a poco, mi desconfianza inicial se fue difuminando. Dejé de pensar que se hacía el simpático y pasé a pensar que en verdad lo era y que había establecido con nosotros una relación entrañable y especial.

Un día, hablando de él con un amigo, me reconoció que había tenido la misma sensación de desconfianza y que siempre había sido con él igual de agradable y simpático de lo que lo había sido con nosotros. Fue entonces cuando me acordé de Nancy, de aquella majísima camarera del crucero a la que, cuando nos fuimos a despedir, descubrimos siendo igual de agradable y simpática con los nuevos pasajeros que estaban subiendo a bordo. Pueden pensar que fue un gesto egoísta por mi parte, pero tuve la sensación que, al perder aquella sensación de exclusividad que se había creado entre nosotros, se rompía aquella magia que había creado con respecto a él.

Tiempo después volvimos a coincidir en otra fiesta y él volvió a ser tan agradable como de costumbre, yo sólo pude preguntarme cuántas veces, como Nancy, habría hecho lo mismo una y otra vez.

0 comentarios:

Blogger Template by Clairvo