jueves, 5 de septiembre de 2013

Tú eres maricón VI.




La borrachera se me pasó de golpe cuando me dijo que se le había roto el condón y que se había corrido dentro. De pie, como estaba, alargué la mano hacia la pared para sujetarme mientras giraba la cabeza para mirarle la polla. Estaba roto, no había duda. Subí la vista para mirarle a la cara y desconcertado sacudí un par de veces la cabeza. “Disculpa, no recuerdo como te llamabas”, le dije y siendo sincero podría haber añadido que no recordaba ni su cara.
Nos habíamos conocido aquella noche, si es que se le puede decir conocerse a mirarnos un par de veces y enrollarnos en los lavabos. Yo había bebido demasiado, él apestaba a ginebra y la boca le sabía demasiado a tabaco. Le había visto en la barra hablando con un amigo. Yo le había mirado y él me había devuelto la mirada. Me sonrió, le sonreí y le dije a mi amigo que me iba al baño un momento. Hice cola para mear en los baños que tienen puerta y él apareció detrás de mí en el momento preciso.
El pequeño retrete olía a orina y los vasos de cubatas abandonados por el suelo salieron rodando cuando los tirábamos con los pies mientras nos besábamos enérgicamente. Era fuerte, muy fuerte. Me apretaba contra él mientras mis manos recorrían su musculada espalda. Por un segundo sujetó mis manos arriba, contra la pared, y alejó su boca de mi boca. Su mirada estaba cargada de brutalidad y de sexo. Con mayor energía volvió a besarme, llegando a morderme el labio inferior casi hasta el punto de hacerme daño. No me quejé, supe en aquel momento que aquellas eran las reglas del juego.
Fue un sexo salvaje, duro, descontrolado. Su casa era pequeña y su cama era grande. El taxi nos había traído mientras nos metíamos mano. Nada más llegar nos desnudamos. Él tenía un cuerpo muy bien cuidado. Sabía cómo follar. Me beso, le besé, me ató a la cama, lo disfrutamos. El alcohol y la pasión corrían por nuestras venas descontrolados. Quiso acabar de pie y poniendo mi cabeza contra la pared me penetró con fuerza.
La borrachera se me pasó de golpe cuando me dijo que se le había roto el condón y que se había corrido dentro.
-         Disculpa, no recuerdo como te llamabas.-
-         Me llamo Diego, tío. Estate tranquilo, estoy limpio, no tengo nada.
La cabeza no paraba de girarme y como pude me senté en la cama. Me entró el pánico, no tenía ni idea de dónde estaba, de en qué zona de la ciudad me encontraba. Intenté relajarme pero nada servía de nada. Empecé a rayarme con que aquel tío acababa de correrse dentro de mí y me servía de una mierda su palabra, ¿Qué estaba limpio? ¿Eso qué significaba? ¿Y si tenía hepatitis? ¿Y si tenía VIH? Empezó a faltarme el aire, intenté respirar pero no podía, sentía que me ahogaba. Intenté relajarme pero no podía. ¡Joder, joder, joder! Qué iba a hacer ahora. Como pude le pregunté por el baño y fui a refrescarme un poco la cara.
El espejo me devolvió la peor de mis miradas. Estaba asustado, las manos me temblaban. Me metí en la ducha y como pude comencé a frotarme todo el cuerpo con mucho jabón, me parecía poca toda el agua. Sabía que no serviría de nada, pero algo dentro de mí me impulsaba a frotarme para limpiarme, a frotarme para que no quedase nada.
Como pude salí de la ducha y me senté en la taza del váter. Las lágrimas empezaron a rodarme por la cara. ¿Y si me había pegado algo? ¿Y si me contagiaba? Me costaba respirar, me angustiaba. Me imaginaba contagiado de hepatitis, de VIH, de cualquier otra cosa. Él llamó a la puerta y me preguntó si me encontraba bien, le dije que sí, que me dejase un momento y en nada salía.
Me despedí rápido, muy rápido, pero antes de marchar intenté preguntarle si se acostaba con muchos tíos, si le había pasado antes, si se hacía controles con regularidad. A todo contestó diciendo que me tranquilizara, que me relajara, pero mientras me ponía la ropa yo sólo pensaba en salir de allí y echar a correr hacia algún lugar.
El sol me encontró vagando por las calles sin saber a dónde ir. Por la Meridiana pasaban pocos coches a aquellas horas y los taxis que lo hacían estaban ocupados. Llamé a Álex para contarle lo que me había pasado y su voz al otro lado del teléfono me consoló y ayudó a reaccionar. Cualquiera en esta ciudad conoce a alguien que tiene VIH, cualquiera conoce a alguien que se contagió por follar sin goma, por pensar que por una vez no pasaba nada.
Oír la voz de Álex al otro lado del teléfono me ayudó, me tranquilizó y me dijo que podía ir a un hospital a pedir la profilaxis post exposición; un tratamiento que te dan en estos casos en los grandes hospitales para impedir el contagio por VIH.
En la Meridiana cogí un taxi camino de Hospital de Sant Pau y me bajé en la puerta de urgencias. Por el camino recibí un WhatsApp de Diego que decía: “Tranquilo, nene, estoy limpio, no tengo nada”.
Estaba nervioso, muy nervioso. Me acerqué a la ventanilla y a la señora de admisiones le expliqué que me había sucedido. Me indicó donde estaba la sala de espera y allí en una fría silla me senté a esperar. Tardé cerca de dos horas en que me atendieran. Tuve tiempo de pensar, de aburrirme, de rayarme, de arrepentirme, de resbalarme por la silla hasta no poder más. Casi cuando hacía dos horas que estaba esperando, me hicieron pasar.
Le dije a la doctora lo que me había pasado y que iba a por la profilaxis post exposición del VIH. Me preguntó si sabía si el otro chico era seropositivo o no y le dije que no lo sabía, que él me decía que no. Me preguntó si sabía en qué consistía y le dije que no. Me dijo que consistía en un tratamiento de dos medicamentos que tendría que tomar durante cuatro semanas, que los efectos secundarios eran pocos pero que una vez que lo empezara lo tenía que acabar. Me dijo que me haría una analítica y que el lunes me seguirían haciendo controles en la unidad de VIH del mismo hospital.
Una enfermera me hizo la analítica y luego en un vasito blanco me trajo dos pastillas marrones y una pastilla azul. Me las tragué con un poco de agua y respiré. No sabía que aquello no había hecho más que empezar.
Me dieron el tratamiento justo para pasar el fin de semana y me citarón para la consulta de una doctora en la unidad de VIH. Tenía que tomarme tres pastillas por la mañana y tres por la tarde. Llegué a casa destrozado y cansado y me tumbé en la cama a descansar. Cuando me desperté debían ser las tres de la tarde o más.
No tuve apenas efectos secundarios. Me advirtieron que me podía dar al principio algún problema gastrointestinal y así fue, pero verdaderamente no sé si era de los mismos nervios o del tratamiento.
El lunes fui a la unidad de VIH y allí me informaron de que el resultado de mi analítica había resultado negativo. No tenía VIH ni hepatitis ni nada, pero eso no significaba que no me hubiesen podido transmitir el VIH el pasado sábado; el periodo ventana de tres meses decía que, estando a junio como estábamos, hasta marzo no había entrado en contacto con el VIH, pero nadie me aseguraba que no lo hubiese hecho después.
La doctora me explicó de nuevo el tratamiento y me dio la medicación necesaria para las cuatro semanas y además me programaron una analítica para primeros de septiembre.  
No le expliqué a nadie lo que me había pasado. No le conté a nadie que me estaba medicando para aquello. Simplemente me callé y me tomé las pastillas a escondidas de todos esperando que en la analítica de septiembre todo volviese a salir negativo.
Tuve apenas sexo con nadie, no me apetecía, nunca encontraba las ganas.
Conté los días, las pastillas, las semanas. Me puse alarmas en el móvil y en el reloj para acordarme de tomarlas. El último día me tomé la última dosis pensando que había hecho todo lo que había estado en mi mano.
Tardan dos días en dar el resultado de la analítica. He ido esta mañana a hacérmela. Justamente antes de entrar, el chico al que se le rompió en preservativo mientras me follaba me ha enviado un WhatsApp en el que me decía que le habían hecho una analítica en la empresa y le ha salido positivo en VIH. “Te aviso para que lo sepas”. En el WhatsApp anterior que tenía de él, el que recibí en junio, decía: “Tranquilo, nene, estoy limpio, no tengo nada”.
Yo no sabré mi resultado hasta pasado mañana.

3 comentarios:

  1. El sábado te llamo y me cuentas. Pero no te preocupes, seguro que todo sale bien.

    Álex.

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  2. El sábado te llamo y me cuentas. Pero no te preocupes, seguro que todo sale bien.

    Álex.

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  3. Es el primer relato tuyo que leo, y no me queda otra que felicitarte. Yo ya me he imaginado el corto y realmente tendría muchas posibilidades en el Notodofilmfest. Voy a seguir leyendo.

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