Mi primera vez fueron apenas diez minutos. Un par de miradas
bastaron para entendernos y con un golpe de cabeza me siguió escaleras arriba.
Él era mayor que yo; me doblaba la edad y la urgencia. Besaba de forma ansiosa,
no sé si temeroso de que nos pillaran o porque hacía demasiado no que besaba a
nadie. Su lengua entraba y salía de mi boca con prisa, su barba rascaba mi
cara. Sus manos sujetaban mi cabeza y allí, mientras me besaba, abrí los ojos
y, como si aquello no fuese conmigo, le vi besándome de forma desesperada.
Mi primera vez siempre se me quedará grabada. Recuerdo que
después de besarme se apartó hacia atrás para mirarme mientras que con la mano
se secaba la saliva que le había empapado la barba. No estaba mal para su edad.
Me quité la camiseta y dejé caer los pantalones al suelo. Le gustó que no
llevase ropa interior porque una sonrisa picarona se le dibujó en la cara.
Sonreí, me hizo gracia. Allí de pie, en medio de la habitación, le vi
desabrocharse la camisa. Un pecho musculado y fuerte, poblado de vello canoso,
apareció ante mí. “No estaba mal para su edad”, volví a pensar y le puse cerca
de cincuenta años, quedándome corto. Tiró la camisa en un rincón y se acercó a
mí. El vello de su cuerpo contrastaba con mi pecho lampiño. Me abrazó y noté
como su calor me calaba poco a poco.
Mi primera vez hice lo que me pidió. Puso su mano en mi
hombro y obligándome a ponerme de rodillas restregó mi cabeza contra su
paquete. Estaba duro, olía a orín. Dejó de apretarme la cabeza para
desabrocharse el cinturón y bajarse los pantalones. “El resto hazlo tú”, me
dijo y le bajé los calzoncillos dispuesto a hacerle una mamada.
Mi primera vez no lo hice bien, pero él se deshacía en
gemidos de placer mientras yo intentaba disfrutar. Arrodillado como estaba
comencé a masturbarme pero me costaba. Él disfrutaba y echaba la cabeza hacía
atrás. “Para o me harás acabar”.
Mi primera vez me tumbé sobre la cama y me dejé hacer. Su
peso me chafaba. En mi oído notaba como su excitación iba en aumento mientras
me intentaba penetrar. “No te va a doler”, auguró y fue verdad. Allí tumbado
boca abajo pensé si para él también sería la primera vez; lo hacía lo suficientemente
mal como para poder pensarlo, lo suficientemente mal para creer que aquella era
también su primera vez.
Mi primera vez esperé un orgasmo que nunca llegó. Él se corrió a la tercera embestida y jadeante y sudoroso se dejó caer sobre mí olvidándose de que su peso triplicaba el mío. Con ternura me acarició el pelo mientras me besaba en la nuca. Su respiración se fue normalizando y al rato, cuando ya pensaba que no aguantaría su peso mucho más, se salió de mí y se tumbó boca arriba a mi lado. No giré la cabeza para mirarle, simplemente me lo imaginé destrozado con los brazos abiertos y mirando fijamente al techo mientras intentaba que su respiración volviese a ser a normal.
Mi primera vez esperé un orgasmo que nunca llegó. Él se corrió a la tercera embestida y jadeante y sudoroso se dejó caer sobre mí olvidándose de que su peso triplicaba el mío. Con ternura me acarició el pelo mientras me besaba en la nuca. Su respiración se fue normalizando y al rato, cuando ya pensaba que no aguantaría su peso mucho más, se salió de mí y se tumbó boca arriba a mi lado. No giré la cabeza para mirarle, simplemente me lo imaginé destrozado con los brazos abiertos y mirando fijamente al techo mientras intentaba que su respiración volviese a ser a normal.
Mi primera vez no me levanté de la cama al final. Mientras
él se vestía, yo me puse de lado en la cama y vi cómo iba recogiendo de la
habitación sus ropas tiradas durante la breve batalla. Con la mano se secó el
sudor de la cara y con los dedos intentó arreglarse un poco el pelo. Se colocó
los calzoncillos, se puso los pantalones y dando, vueltas sobre sí mismo, busco
donde había caído la camisa. Antes de marchar se arremetió la camisa y se
abrochó el cinturón y mirándose en el espejo de la habitación acabó de peinarse
con los dedos.
Mi primera vez me dijeron: “Ha estado muy bien, chaval”. Y
antes de marchar se acercó a mí y me besó en los labios dejándome marcado por
una rara humedad que no había sentido nunca al besar. Antes de irse hacía la
puerta, rebuscó en los bolsillos de su pantalón y me tiró a la cara un billete
de veinte.
Mi primera vez, cuando él se hubo ido, me levanté de la
cama, me aseé un poco, me vestí y volví a bajar a la calle. Con el siguiente un
par de miradas bastaron para entendernos y con un golpe de cabeza me siguió
escaleras arriba.
Mi segunda vez fueron apenas diez minutos.
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